ENTRE MUJERES- 14. Verónica
El instituto. No podía. Y no era por aquel “ donde saques para la olla no metas la polla “. Se trataba del dominio de la voluntad. Y no es que el dedo de Verónica se callase. Hablaba claro. En realidad era todo el cuerpo: las piernas, alargadas por la minifalda; las tetas, imponiéndose al negro del sujetador; hasta los labios entreabiertos, surcados por el índice.No pudo Pedro hacer la entrevista en el aula. La madre y el filólogo encontraron refugio en el cuarto del material escolar. La italiana, la mujer más guapa de la escuela.
–Verónica, siéntate. –Y el docente intentó apartar los ojos de aquellos senos rotundos.
Estaban a medio metro. Separados por la madera de la mesa.
–Estoy preocupada. Moana no entiende para nada las matemáticas. Los problemas son un jeroglífico para ella. Y, como te tengo confianza, quiero que me aconsejes que hacer --dijo la madre.
Y el profesor, tras una sonrisa, hizo lo que se esperaba: soltar palabras.
–Sí, ya sé, me lo ha comentado la profesora. Tu hija no tiene facilidad para las matemáticas. Le cuestan, sobre todo, los problemas. Es normal que te preocupes. --Las tetas recortaron centímetros. La lengua, caminando por la boca.
–A mí también me costaban cuando era pequeña. Moana es parecida a mí.
–Es verdad. Os parecéis mucho, al menos físicamente
–¿ Y en las demás asignaturas ? Creo que le va mejor –regateó Verónica.
“ Las mujeres, siempre jugando “. Pedro, en dudas, se lanzó con las palabras. Mientras explicaba que a la hija le era más fácil escribir, dibujar, moldear; aquellos gruesos labios eran pintados por la lengua de la mujer. El profesor, inquieto. Intentaba dirigir los ojos sobre el marco de la nariz y las cejas tupidas, bien delineadas, de la italiana. Huía del sur, de aquel escote que acentuaba pechos. Amenaza.
Culo. Ese era el máximo temor. Las tetas se trocarían en lunas como nalgas. El falo crecería, anegaría el cerebro, borraría la voluntad. Peligro.
Y el bolígrafo besó el suelo. Se escapó de las manos de la mujer. La mirada de Pedro se vio bajo la mesa. Allí, el edén. El liguero negro. Riesgo.
Y al salir a la superficie, el índice entre los labios de su dueña.
Pedro se notó la verga. Por Verónica se podría haber derramado allí mismo. Hembra en poder de amasar dinero. No desmerecía los cuerpos de las mesalinas. De Aixa, Saly, Grushenka. Él se había hurtado al chasis de la rusa, sólo por libros. Lo haría ahora, por responsabilidad, también por ganancia. Y es que tener sexo con una madre, en una habitación del instituto…ufff.
–Vamos a hacer una cosa –-fijó Pedro los ojos negros de la italiana--. Conozco unos cuadernos que tratan los problemas matemáticos como historia. –Y el índice de la mujer seguía jugando con los labios--. Moana tiene facilidad para comprender textos. Tenemos que probar esa vía. –La lengua dio un respingo entre el dedo y la palabra.
Verónica clavó al maestro, mientras la blancura de la dentadura se mostraba en un remedo de sonrisa. “ Eres más duro de lo que pensaba “, pensó en chasco la fémina. Bien sabía ella que, al sur del ombligo, el profesor se había crecido en bulto.
La sentía Pedro. La erección. Y sus manos fueron a dar, en homonimia, a la chaqueta. La asió como un capote y, en lance de verónica, ocultó la entrepierna.
Los 300 metros que separaban aquel cuarto de la salida del centro fueron bálsamo para el falo del profesor.
–Quedamos así, Verónica. Recuerdos a Moana.
–Gracias, Pedro.