Ericka Agarwal. Ella lo quería así.
ELLA LO QUERÍA ASÍElla era la jefa. Era la dueña de la multinacional, con sede en uno de los rascacielos del skyline de Manhattan. Ese viernes vestía un traje gris con pantalón ancho y un top blanco que apretaba sus pechos. El hecho era evidente porque se movían a cada paso. Todo ello era observado por el conserje, que la siguió con la mirada mientras atravesaba el hall con el paso firme de una mujer que sabe caminar con medios tacones. Los viernes por la tarde, el edificio estaba casi vacío, de manera que después de cerrarse las puertas del ascensor con ella dentro, lo que le quedó de ella al conserje fue el eco de sus pasos y su perfume de mujer. Que no era poca cosa.
Mientras ascendía a la planta 27ª sola en el ascensor, se guardó los pendientes en un bolsillo del pantalón y recogió su melena castaña y rizada en un medio moño. Así dejaba buena parte de su cuello despejado, pero no todo. No necesitó carraspear para aclararse la voz cuando, una vez en su planta, saludó a Luis, que aguardaba en su escritorio esa tarde tal y como ella le había ordenado.
–¿Ha llegado ya Tom? –preguntó ella.
–Todavía no, Sra Agarwal –respondió Luis.
–Perfecto. Avísame cuando llegue, pero no le hagas pasar. Que se espere hasta que yo te lo diga.
–Entendido. Roberto lleva esperan…
–Ya sé que Roberto está esperando desde hace una hora y media, querido. Tú no te preocupes y haz tu trabajo. Estas horas extras ya sabes que están bien pagadas.
–Sí. Gracias, Sra Agarwal –Luis se ruborizó mientras bajaba la mirada.
Ericka entró al despacho, su despacho, y cerró la puerta tras de sí con un sonido amortiguado. Encontró a Roberto de espaldas, vestido con un traje diferente al que solía llevar a la oficina, mirando a través de la cristalera el atardecer entre rascacielos. Se le acercó por detrás y le acarició el cuello a la vez que le sonrió.
–Buenas tardes, Sra Agarwal.
–Roberto, te veo muy guapo.
–Gracias, Señora…
–Llámame Ericka –dijo ella rápidamente, con voz suave. Roberto se ruborizó y rectificó, inseguro:
–Gracias… Ericka.
–¿Sabes por qué llevas esperando tanto tiempo a que yo llegue? –lanzó la pregunta con cierta ironía.
–¿Ha ocurrido algo?
–Nada. Es parte de tu castigo.
–¿Castigo? –preguntó Luis muy sorprendido–. ¿De qué habla, Sra...?
–Recuerda, llámame Ericka.
–Está bien, Ericka. ¿De qué trata todo esto?
–Te vi ayer en tu despacho.
–¿Me vio? ¿Qué quiere decir?
–¿Recuerdas el momento cuando te dije que tenías que reunirte conmigo y con Tom hoy, aquí? Te vi.
Ya se había desvanecido el rubor de la cara de Luis, pero se ruborizó de nuevo, y con más intensidad. Era el rubor de alguien que sabe que le han pillado haciendo algo que no debía. Roberto recordaba perfectamente el momento en que Ericka había irrumpido en su despacho (de puerta y paredes de cristal). Estaba viendo un video en la pantalla del ordenador y se estaba masturbando. Su erección estaba escondida dentro de la camisa, así que, cuando Ericka entró, se acercó a la mesa del escritorio para disimular el bulto y centró su corbata para taparlo.
Roberto recordaba que ella se le había quedado mirando unos segundos antes de comunicarle la reunión de hoy con Tom, pero, aunque se hubiera dado cuenta, no pensaba que fuera a mencionárselo, y menos en una reunión de trabajo.
–Te vi, Roberto –repitió ella con ojos bajos. Pero rápidamente dirigió su mirada directamente a los ojos de Roberto y le dijo: –Y algo tendremos que hacer…
–Ha llegado Tom –dijo Luis por el intercomunicador.
Ericka se acercó a su gran mesa de olivo y pulsó el botón del comunicador:
–Dile que pase ya –dijo Ericka.
Tom se adentró en el despacho sin hacer ruido. A diferencia del joven Roberto, Tom debía tener una edad rondando los 50. Ericka siempre contaba con él para este tipo de reuniones.
–Venid los dos, contemplemos el atardecer –les indicó que se colocaran cada uno a un lado de ella y estuvieron observando cómo los rayos naranjas y rojos se escondían entre los edificios.
Mientras miraban a través de la pared de cristal, Ericka apoyó una mano sobre una nalga de cada subordinado suyo. Roberto, en prácticas, se sorprendió y la miró, pero no dijo nada. La encontraba muy atractiva desde que entró en la empresa hacía ya un mes. Tom, por el contrario, veterano jefe de compras, pareció no inmutarse al notar la mano de su jefa apretando su culo pero, por dentro, estaba disfrutando.
Ericka entonces los rodeó con sus brazos y los atrajo hacia sí hasta que su cuerpo estuvo en contacto con los dos. Le dio un beso a Roberto en el cuello, después otro a Tom en la mejilla y deslizó sus manos hacia la cremallera del pantalón de cada uno. Notó el vientre plano y duro de Roberto antes de llegar a su paquete, que sintió palpitar. Tom estaba abultado, pero menos que Roberto.
–Voy a empezar contigo, Roberto –le dijo esto mientras le tiraba de la corbata para que le mirara a los ojos mientras con la otra mano le manoseaba el pene a través del pantalón. Estaba creciendo, y mucho–. Bájate los pantalones y siéntate en aquella butaca.
Roberto obedeció y se dirigió hacia una amplia butaca de respaldo flexible al otro lado de la sala, mientras ella le seguía, recordando lo que había visto el día anterior en el despacho de él. Le pilló masturbándose, estaba claro, pero lo que le llamó la atención fue el bulto que asomaba por encima del nivel de la mesa, dentro de la camisa de Roberto. Si aquello era lo que ella pensaba, esta tarde iba a obtener justo lo que necesitaba.
Llegaron a la butaca y Roberto, de espaldas a Ericka, se bajó los pantalones, como ella le había pedido, y se sentó en la butaca con los slips todavía puestos. Ericka contempló su polla a media erección, que asomaba por la ingle derecha y también por la cintura. Ericka estaba segura de que se trataba de la polla que necesitaba nada más verla así, pero se arrodilló para verla de cerca y besarla a través del algodón. Al acariciarla con su mano y sus labios, alcanzó la erección completa y Ericka le quitó los slips. Ese miembro temblaba y se balanceba solo, y Roberto se mordió el labio.
En efecto, se encontraba ante la polla que andaba buscando para lo que ella necesitaba: una polla larga y fina o, al menos, nada gruesa. La agarró con las dos manos y se dio cuenta de que sobraba polla por arriba, por abajo y entre las manos. Esta observación la hizo humedecer mucho y pidió a Tom que se acercara con unas tijeras. Se quitó los pantalones y le ordenó a Tom que se quitara chaqueta y camisa.
–Debajo, Tom –le dijo, seria, y se volvió hacia Roberto, que la miraba estupefacto pero más relajado.
Tom obedeció. Tom sabía. Se tumbó bocarriba sobre la mullida moqueta, de manera que su boca quedó justo debajo de las bragas de Ericka, que comenzó a olfatear, restregando su cara contra su coño. Pronto sus morros quedaron impregnados de su salado flujo, que disfrutó relamiendo cada gota, y cortó las bragas con las tijeras para chupar directamente ese néctar sabroso. Pasó la lengua entre los labios de Ericka y la hizo estremecerse por primera vez esa tarde.
Mientras sentía los primeros calambres de placer gracias a Tom, Ericka agitaba con las dos manos la polla de Roberto, con buena parte de ella entrando y saliendo de su boca. Cuando oía que gemía, se la sacaba para recorrerla con sus morros y sus babas de arriba abajo, desde el glande hasta la base. Era tan larga que, para hacer esto, se dio cuenta de que invertía el doble del tiempo que al chupar una polla de longitud media. Esto hizo que la cara de Tom quedara más mojada todavía.
Tom había comenzado a emplear su lengua y sus labios con cierta cadencia. Acariciaba y chupaba toda la vulva de Ericka y se bebía todo su néctar de dueña de empresa. Agarró por la cintura a su superior sin ejercer presión y comenzó a dar lametones suaves, amplios y lentos. Ericka gemía y acompañaba los movimientos de la lengua de Tom con movimientos de vaivén de sus caderas.
En cierto momento, el trío tenía una armonía tal que cuando Tom llegaba con la lengua al clítoris de Ericka, al final de un lametón, ella se había metido tanta polla de Roberto en la boca como podía, y entonces ambos a la vez, Tom y Ericka, retrocedían hasta el punto de partida del movimiento, y volvían a comenzar. Todo fluía despacio y Ericka y Roberto gemían. Al darse cuenta de que Roberto se retorcía, Ericka habló de nuevo sin dejar de agitar su polla:
–Ni se te ocurra correrte. Lo tienes prohibido –dijo mirando a los ojos abiertos de Roberto. Se dirigió a Tom y le dijo: –Para ti lo mismo. Ya lo sabías, ¿verdad, Tom? No contestes, ya sé que lo sabes. Mmmm. Estás haciendo un buen trabajo, Tom. Con una mano acarició el pelo de Tom y miró de nuevo a Roberto–: esta tarde haré que te corras, pero primero voy yo.
Ericka se puso en pie y contempló la escena. Tenía tumbado a Roberto, con una erección tremenda y babeante tendido en la butaca, y a Tom a sus pies, en el suelo con toda la cara mojada de ella, ávido de seguir dándole lengua. Ella sabía que Tom tenía ganas de seguir lamiéndole. Era una satisfacción que estaba dispuesta a otorgar a su encargado de compras.
–Abre las piernas, Roberto. Tom, en pie –ambos obedecieron.
Ella se dio la vuelta dándole la espalda a Roberto, cuya polla estaba ansiosa y roja y dobló las rodillas hasta que la entrada de su vagina mojada entró en contacto con su glande. Siguió bajando hasta introducir toda la punta. Roberto gemía. Ella ascendía y descendía, acariciando con su coño el glande de Roberto, ahora empapado.
Mientras subía y bajaba su cadera, Ericka dobló su torso para acercarse a Tom. Le bajó los pantalones y volvió a ver aquella polla maravillosa. Le encantaba la polla de Tom porque era más gruesa en el extremo que en la base, con una diferencia notable. Le besó y lamió el glande y Tom gimió. Acarició sus tersos y velludos pectorales y le susurró al oído:
–Continúa.
Ericka se recostó encima de Roberto, poniendo su cuerpo sobre él y abriendo las piernas también, para dejar que Tom se arrodillara ante ellos. Para realizar esto, Ericka se tuvo que introducir la mitad de la polla de Roberto dentro de la vagina (no le cabía mucho más). Las paredes de Ericka estaban muy suaves y húmedas y ambos temblaron de gozo. Con medio pene dentro y medio fuera, comenzaron a moverse a un ritmo pausado mientras Tom, arrodillado ante ellos, tenía pleno acceso al coño de Ericka, y continuó, tal y como le había dicho su jefa, con lametones unas veces cortos y rápidos y otras, largos e intensos, mientras Ericka era penetrada por la mitad de Roberto.
Ericka se detuvo y detuvo a Roberto:
–Ahora tú no te muevas y sujétame.
Roberto la sujetó con firmeza por la cintura y ella, con una mano, asió la mitad del pene de Roberto que no le cabía para presionarlo contra las paredes en el interior de su vagina, acariciándose en círculo por dentro en unas oleadas de placer que, junto con la lengua de Tom, que no paraba de hacer su trabajo de manera eficaz, la hicieron llegar a una explosión convulsiva y un grito grave y ahogado que la dejó sin aliento durante varios segundos.
Después de unos instantes pudo decir:
–Ahora tú, Tom.
Tom sabía.
Ericka sacó despacio el pene de Roberto de su vagina, empapado de su flujo, y siguió agitándolo lentamente. Estaba muy resbaladizo y Roberto sentía mucho placer, sobre todo cuando la mano de Ericka pasaba por su glande. Tom puso un cojín debajo de sus rodillas y aproximó su polla a la entrada de Ericka. Al principio solo la acariciaba con su enorme glande, acariciando arriba y abajo sus labios internos. Solo cuando notó que estaba más húmeda presionó muy suavemente para entrar.
Los primeros 2 centímetros de la entrada de Tom en Ericka fueron especiales. La moqueta se cubrió con un pequeño charco del flujo que manaba de su coño, y Tom retrocedió para volver a entrar. La segunda entrada fue un centímetro más profunda, pero más resbaladiza. A cada instante parecía manar más, los charcos de flujo en la moqueta se acumulaban uno encima de otro, de la misma manera que los gemidos ahogados de Ericka se superponían en la habitación y se confundían con su respiración, ahora acelerada.
Tom volvió a salir del todo y volvió a entrar. Encontró menos resistencia y pudo introducir casi la mitad de su polla. Con los roces se había endurecido hasta dolerle, y penetrar el coño ardiente de Ericka le calmaba ese dolor.
Ericka no tardó en temblar. Los temblores empezaron en las puntas de los dedos de los pies y en el interior de su vagina, y se fueron extendiendo desde esos epicentros a todo su cuerpo, sacudiéndolo con descargas eléctricas sucesivas, como un terremoto y sus réplicas, mientras Tom seguía entrando y saliendo, y la polla de Roberto en la mano de Ericka, a punto de estallar. El éxtasis de Ericka duró más de un minuto, y poco a poco su mano, y la cadera de Tom, se fueron frenando hasta apagarse.
Pero tanto Tom como Roberto seguían muy duros. Ericka se arrodilló ante Tom e intentó en vano introducir su glande en su boca, así que comenzó a lamerlo y besarlo. Por primera vez en la tarde se fijó en que Tom había cerrado los ojos y gemido al mismo tiempo. Ya era la hora.
Les ordenó que se pusieran de pie a su lado, mirando afuera, por el cristal donde una hora antes, en la misma posición, estaban mirando el sol diluirse en el paisaje. Los tres estaban de pie mirando el paisaje nocturno de las luces de la ciudad a un metro del cristal, Ericka tenía una polla dura en cada mano y las agitaba con cuidado, con sabiduría. Acababa de aprender lo que le gustaba a Roberto, y sabía lo que le gustaba a Tom, y les iba a dar con sus manos lo que se merecián.
Siguieron de pie, ella masturbándolos, hasta que se corrieron contra el cristal. Primero Roberto, que explotó con una corrida intensa, y luego Tom, quien rugió al eyacular su fluido rosáceo contra el frío cristal.
Ericka, a quien todavía le temblaban las piernas, contempló los rastros de semen encantada. El olor a sexo de su despacho era intenso y le agradaba, y la visión del paisaje urbano nocturno adornada con el semen de sus hombres en el cristal, le pareció una imagen fantástica, aunque mejorable. Pensó en algo.
Después de descansar un rato, Tom y Roberto se despidieron de su jefa con un beso en la mejilla. En ese momento, Ericka pulsó el botón.
–Luis, entra al despacho.