Los M
Primer encuentro.A C, le encantó escucharle. Subido al estrado, aún con su timidez, proclamaba su oda a la libertad. Si hay dos personas que se quieren, quien es el estado para juzgar la idoneidad de su amor. Universidad, principios de los años 80. Estertores de un pasado cercano parecía que aún quería revivir.
M venía de una cierta familia acomodada. Su padre era,….digamos chapado a la antigua. Su madre, además de una santa por aguantarle, qué dirían las vecinas si se separasen…, había criado a sus hijos en el amor a la libertad. Por eso, cuando, casualmente, se encontró en aquel estrado, soltó lo que tenía que soltar… Y C y M, cruzaron sus miradas.
Cuando bajó, el comisario T, le esperaba, con varios grises…esposado, acabó durmiendo en el calabozo aquella noche. Pero la chispa ya se había encendido.
JV, era el padre adoptivo de C. Conoció a su madre, F, con quien tuvo sus desencuentros, aunque, finalmente, acabaron enamorados…lástima que fue al final de una larga enfermedad y F falleció siendo C una niña… C se había criado con él, entre internados, veranos en el pueblo, y en la ciudad. Padre sobreprotector con su hija. Le daba miedo el que pudieran hacerla daño.
JV tenía un pasado. Aún recordaba las torturas, en la DGS, en la Puerta del Sol, a manos de un tal comisario T. Si, claro que recordaba las torturas,…pero con la llegada de la libertad, todo cambio. Supo labrarse un futuro. Sólo, con su hija C. Eran, el uno para el otro, todo lo que tenían.
JV disfrutaba de cierta posición acomodada, con lo que de vez en cuando se acercaba por Cuidada Universitaria para poder ver a C. Sin embargo, aquellos días, de protestas, de carreras delante de los grises, iba todos los días, para ver si su hija estaba bien, y que no se metiera en líos. Aunque siempre desde la distancia, y sin que ella supiera que él estaba allí para protegerla.
M, al día siguiente de dormir en el calabozo, le soltaron en la puerta del sol. Un grupo de amigos de M le esperaba. Entre aquel grupo, estaba C, con quien se había cruzado varias veces en la facultad de literatura. Y que estaba encandilada por su oratoria.
Café, después de la noche en vela. Y C, directamente propuso a M, que le acompañara a casa. M estuvo descansando, recuperándose de la noche. Y C, estuvo a su lado en aquel duermevela. Al despertar, al día siguiente, C se encontraba en el sofá adormilada. M, se fue a la ducha, se desnudó, se quitó los vaqueros, la camiseta, con los que llevaba casi un día entero dormido… y mientras dejaba el agua correr, desnudo, se miró frente al espejo.
¿En qué lío se había metido? ¿Tan malo era el proclamar que aún había muchas cosas por cambiar? ¿Tan malo era gritar que la libertad sexual era un derecho inalienable de las personas? Su cabeza bullía y los moratones que esparcían su cuerpo, no hacían más que acentuar sus convicciones.
El vapor del baño inundaba el baño como una niebla. Se metió en la ducha, y cuando estaba de frente a la pared, con el agua tibia arrastrando los malos pensamientos de la noche, la escuchó.
C se había desnudado sigilosamente. No quería interrumpir sus pensamientos. Abrió la mampara y se introdujo en la ducha. Cogió una pequeña esponja y frotó su espalda dolorida. Él ya la había sentido. Seguía mirando a la pared, con ella detrás. Tal vez sentía cierta vergüenza por encontrarse en aquellas condiciones. La esponja le acariciaba la espalda. El agua se derramaba por su piel. Por sus moratones. Por sus heridas. Lenta y pausadamente, C fue acariciando con la esponja, palpando con la yema de sus dedos, su piel.
Él se dio la vuelta y se miraron. En la mirada de él, cierta autocompasión, dolor, y rabia. Toda la del mundo. En los de ella comprensión y sobre todo deseo. C soltó la esponja y sus brazos rodearon el cuello de él, mientras se besaban. Sus bocas se fundían. Se unían en un apasionado beso. La rabia contenida y el deseo explotaron. Sus lenguas se exploraron, no como si sólo fuera el primer beso, sino también como si fuera el último. Las manos de M, agarraron su culo con fuerza, izándola sobre su cuerpo. Las piernas de C, le rodearon a la altura de la cintura. Justo a la altura perfecta para que C, pudiera sentir cómo el pene erecto de M, rozara su vulva húmeda y sedienta.
Siguieron con aquel interminable beso, mientras que M, aflojó lo justo los brazos para que su pene se introdujera en C, lentamente. C, entre vapores y el agua tibia que seguía derramándose sobre ellos, pudo sentir como se introducía en ella. Completamente húmeda deseaba que él incrementara el ritmo, que fuera mucho más salvaje, mucho más fuerte. Sin embargo, él fue despacio, para alargar la sensación, para luchar contra su deseo encendido de penetrarla salvajemente y dejarla insatisfecha.
No, no cruzaron palabras. Sólo jadeos y gemidos. Sus bocas, sus lenguas estaban a otros menesteres. Las palabras les sobraban y se hablaban con la mirada. M tenía cogida a C de las piernas. Apoyó su espalda contra la pared. La pierna derecha de C, bajó hasta tocar el suelo de puntillas. Y ahora sí, M y C se separaron el torso. M contempló sus pechos, sus pezones, erectos, su cuerpo. C observó su pecho, con un moratón en el lado derecho, posiblemente una costilla malherida.
Y en sus miradas,…
M apretó los dientes, e incrementó el ritmo de su pelvis. Le encantaba contemplar como la expresión de C, cambiaba. Su respiración entrecortada, su cara, mordiéndose el labio inferior, sus jadeos, su mirada de placer.
C, le notaba tan dentro de ella, enormemente excitada, no quería que parase nunca. Sus manos estaban abrazadas a su cuello. Quería volverlo a besar, volver a sentir sus lenguas explorándose sus bocas. M movía su pelvis de forma salvaje. La notaba tan dentro, tan húmeda, tan excitada…Sentía la pierna izquierda de C a la par que su ritmo, sus gemidos de placer inundaban el baño. Las embestidas de M, sus miradas, su deseo…
Hasta que los dos alcanzaron el punto de no retorno. C atrajo hacia ella la boca de él. Y los espasmos de placer les recorrieron de punta a punta. Ambos ahogaron sus gemidos en la boca del otro, sus cuerpos se estremecieron, vibraron con el orgasmo que les recorrió, su piel erizada, sus cuellos estirados, y casi sin respirar se derramaron uno en el otro, abandonándose a aquella sensación.
El agua no fue el único que corría en aquel baño. El orgasmo hizo que sus mentes se alejaran, se abstrajeran de la noche anterior. No había nadie más en el mundo. No había un lugar mejor que aquel baño.
JV llamó al timbre. Hacía un par de días que no sabía de su hija. C se puso nerviosa. Su padre venía de vez en cuando, a ver cómo le iban las cosas. Tras años de internados, y tras enormes discusiones por fin pudo convencer a su padre de que estaría bien sola en un apartamento al lado de Ciudad Universitaria. Él no estaba muy convencido, pero el argumento de C, mencionando a su madre F, diciendo que eso era lo que ella habría querido le acabó de convencer. No sin antes, prometerle que no se metería en líos y que él iría de vez en cuando, a estar con ella. Es decir, en cierto modo a controlarla.
M se vistió rápidamente. El baño aún olía a vapor, y a sexo. La habitación hecha un desastre igual que el resto de la casa. JV, se empezó a poner nervioso. Había escuchado a su hija a través de la puerta. Pero no abría. Eso hizo que las sospechas de que C, su hija estaba haciendo algo que no debía se encendieran. Cogió la llave, y abrió la puerta.
M ya estaba vestido, aunque ahora su cara reflejaba cierto dolor y cansancio. C, se había puesto un viejo chándal e intentaba poner cierto orden en el desastre de casa.
JV entró y comprendió al primer vistazo lo que allí sucedía. Quiso abalanzarse sobre M, pero C se lo impidió. Lloros, gritos y amenazas. M salió, preocupado por lo que acababa de ver. El padre de C, gritando a su hija que se callara, que qué había hecho, que cómo era posible deshonrarle así,…