ENTRE MUJERES- 7. Miriam
Míriam, cuarentona larga. Como Sonia, creadora de cuernos para maridos. Acababa de romper con un chaval veinte años menor. Cinco lustros con Juan, esposo aprovechado. Ambos se habían confesado sus deslices en una cena franca. Ambos se habían prometido capa de respetabilidad. Ambos con la propuesta de juntos. Ambos con la declaración de genitales en genitales ajenos como sobrevida. ¿ Quién mejor que una adúltera redomada, alcahueta con gusto, para encontrarle un falo incansable? Y Sonia era eso. Y MIriam le rogó: “ Tía, a ver si me buscas a uno de polla tiesa, que el chichi no me da tregua “. Acostumbrada a teléfonos, la mujer oculta buscó en la pantalla el móvil de Pedro.
El mismo aparato que sonaría a la 1 de la madrugada. Un respingo pegó el zapato del profesor. Al igual que el otro, se disponía a enguantar unos pies que ya se veían en el coche camino de la nueva mancebía.
Sorprendida, la mano de Pedro agarró el repiqueteo.
–¿ Sí ? --luchó la voz contra los cordones a medio componer.
–¿ Qué estás haciendo, cariño ?
Por un momento el filólogo creyó que ya estaba en la cama, más allá de la vigilia. Nunca le había pasado, salvo en sueños lúbricos. Una tía desconocida le hablaba como si follase.
–¿ Quién eres ?
–Te he visto y creo que tienes la polla que me conviene.
Así. La lotería, el gordo, llegaba y sin pagar billete.
–¿ Sonia ?
Solamente Sonia podía ser imaginada en aquellos acentos.
–Cariño, te confundes. Yo soy una tía con clase, no como esa que dices, que se mete en el chocho pollas de niñatos. Yo sólo hombres con estudios y de picha incansable.
Pedro, con la boca abierta. Aquello era mejor que las bocas de Aixa o Saly. Fuera de Finas y Auroras cotidianas. Era Sonias. Pero la mujer del otro lado se apartaba de la esposa de Anselmo. La miraba por encima.
–¿ Quién eres ? –insistió el sorprendido.
–Te espero delante del pabellón. Tienes quince minutos para descubrirlo, hermoso.
“ Tía, y el maromo se me echó encima. Alucina. Hacía tiempo que no me sentía tan deseada “--presumía Miriam sobre Sonia– ¡ Y luego me comió el coño ! Así, a pelo…ufff, me puso perraca…¡ Me la acabó metiendo por el culo !
Las palabras de Miriam, secretos de hembras entre las paredes del despacho, despertarían curiosidades en la mente y la vulva de la mujer de Anselmo.
–Tía…me dejas muda. Parece un mindundi, el maestrito. Pero explícame, ¿ qué pasó después de la llamada ?
–Se presentó al cabo de diez minutos. La verdad es que ya me había tragado un par de vodkas. Iba bien peda, pero salí de casa y me planté en la esquina. Me sentía bien zorra. Luego, lo peor de la noche, subir esos cinco pisos…pero ya iba muy cachonda. El maromo tenía un bulto entre las piernas. Se me puso el chichi a cien…aunque fue mi culo el que se comió una buena polla.
Sonia estaba en sorpresa. Por un momento pensó que se había equivocado con el pesado ése. Siguió adelante.
–¿ Y la polla, la sabe usar ?
–¡ Qué, la polla ! Mueve la lengua como ninguno. Me morreo los labios del higo y me dio un concierto de clítoris. –Las risas de la agradecida llenaron el despacho—. Me comió el chocho como ninguno …y me lamió el culo, el tío puerco –acabó la cuarentona, con un brillo de triunfo.
–¿ Y la tiene grande ? –avanzaba Sonia.
–¿ …Grande ? Y gorda. El tío me habló de que las putas le dicen que pocas pollas hay tan gordas como la suya .
–¿ Putas ?, ¿ Fulanas ? Y yo que pensaba que Pedrito no servía ni para eso.
–Sirve, pero no sólo para follarse a zorras. Después de metérmela por el culo saco brillo a mi chichi. Estuvo mete y saca durante más de un cuarto de hora. Lo malo, tía, es que se corrió en el coño, y yo quería chupársela y tragarme toda la lefa.
–¿ Y vas a quedar más veces con él ? –preguntó la sorprendida alcahueta.
–Tía, ese pollón lo necesito. Claro que sí.