ENTRE MUJERES- 4. Saly
Lo que de verdad aumentaría la ventura sería aquello que le esperaba a pocos quilómetros de su quinto sin ascensor. Aquella puerta de mancebía volvió a contemplar la espalda de Pedro.Era la segunda vez. La seguridad era la diferencia. No vio a la marroquí.
Pedro preguntó al hombre de la corbata y los cubatas:
–¿ No está Aixa ?
–No, hoy no está. Cosas de mujeres.
La mulata de rostro achinado lo estaba mirando. Bella. Esa fue la palabra que se plantó entre los ojos del filólogo. Él le devolvió atención.
–Hola, guapo, me llamo Saly.
–¿ Saly ? No te cuadra con tu piel –relamió con los ojos Pedro.
–A lo mejor con la piel no, pero me la sacan, me la meten, me la sacan... Saly –acabó la mulata con una risa acorazada por unos dientes pequeños, blancos.
–Eres muy guapa, Saly.
–Pues no esperes, nene, vamos ya.
La dominicana estaba trabajando. El profesor se creyó agradable a Saly. El oficio, bien lo sabía él, enmascaraba pensamientos, pero él no se imaginaba un cliente más. Quería pintar de literatura sus encuentros con aquellas chicas. Y aunque Josiane, la de Cortázar, vivía en galerías, se le hacía más cómodo, menos peligroso, visitar lupanares de carretera.
–De acuerdo. Pero sólo subiré con besos dentro --bebió Pedro.
–Me gustan tus labios, parecen los míos –sonrió la mulata.
Y el choque de bocas, el cruce de lenguas, el trueque de salivas fueron el preámbulo de un mete y saca que hizo brillar durante el cuarto de hora labios de vulva y labios de faz.
–Me llamo Inocencia. Ino para tí.
–Prefiero Saly, Ino.
Prefería a Saly. Lo comprobó aquella tarde, de vuelta a su quinto sin ascensor. Caminaba por la calle, a medio quilómetro de las escaleras del piso, cuando su instinto le susurró un talle de hembra. Giró los ojos y la dominicana, ¿ o era la hermana cotidiana ? Sí, porque la piel de aquella joven estaba cubierta por un pantalón azul y una blusa blanca, con botones hasta el cuello. Saly se aparecía en los grandes ojos de china y en piel cobriza. La actitud era la de Inocencia. Y por un momento a Pedro se le apareció el fantasma de Fina. Apuró el profesor el paso. Se desapareció de Inocencia y se proyectó en el body de Saly, pórtico de tetas, culo, chocho.
Cuando abrió la puerta del lugar donde pasaba las horas, volvió a tener la sensación que aquellas paredes no eran las suyas. Los meses en abandono lo convencían de que era todo menos eso. Pero le gustaba parapetarse. Por un momento se acusó de no haber sido temerario. Tenía que haber emparentado acentos con aquel giro hacia Ino. Las mujeres como Saly no sabían de hogar. Recordó que la dominicana le contó del piso compartido con otras colegas. Que ella era una trabajadora autónoma. Que estaba en España por su cuenta. Que quería hacer plata y montar un negocio en Santo Domingo. Mientras ojeaba el terrible libro, el “ Año que trafiqué con mujeres “, Pedro quiso que Ino no le engañase. Quizás era debilidad, pero no podía evitar hilar sentimientos en cuerpos. Sentía que le faltaba dureza para ser libre.
O no. Recordó la segunda vez que vio a Inocencia en la calle. En el centro de la ciudad, cobijada con otras cinco o seis chicas en la marquesina. Esperando el autobús. Pedro no se acercó. Se coló por la otra acera, mientras de reojo controlaba a aquella chica, aseada, un sencillo moño, un simple pantalón tejano y una camisa oscura, abotonada hasta el cuello. De noche aquella morena hermosa, sin ganas de atención, se convertiría en Saly. Soltaría su ¡ hola, guapo ! Y diría, a la mínima, “ Saly, sí, me la sacan, me la meten...Saly “. A las seis de la mañana, después de cinco servicios, pensaría en su casa, en su hijo...y, entonces, las lágrimas.