ENTRE MUJERES- 3. Fina
Un mes después de la cita en el japonés, conocería el piso de Fina y Josep Maria.–Tenemos una porno. ¿ Quieres verla ? --La pregunta del marido lo perplejó.
–No. –Y no supo como seguir. Sólo acertó a escuchar los acentos de Fina.
–El otro día Josep María se encontró con unos alumnos en el videoclub.
–Sí, no se cortan. Incluso se rieron cuando vieron que estaba en el estante de las películas porno.
Pedro no se arriesgaba. No se fiaba de la respuesta de su colega. Veíase fuera de las fantasías de aquella pareja en conflicto. La imaginación no le daba para un trío con aquel hombre en barriga y la esposa triste y en necesidad. La prudencia lo sujetaba al sofá, a hurtarse de la reacción del hombre de verga inútil. El deseo de Pedro sumergido en lupanares; ficticios, en la Ana de Subiela; reales en la Aixa de luces de neón
El filólogo acarició con la vista a los gatos que ocupaban todos los espacios.
–¿ Cuántos tenéis, Fina ?
–Hay once. La mayoría los he traído de la calle.
Las pizzas de atún no pudieron hacerle olvidar la presencia total de los animales. Los once fueron la única sensación de aquella velada.
El falo como hacedor de fantasías bizarras. Las ganas de hembra trocada, rompedoras de los límites de la realidad. Fines de semana sin horario, envuelto entre las sábanas, lo podían llevar a cuerpos fuera de ámbito. Conocidos, sí. La imaginación sin las aristas de la verdad. Y mientras la mano bailaba sobre la verga, Pedro veía como Fina se la chupaba. La podía convertir en Melanie Coste, la estrella francesa, escueta y felatriz. Las enlazaba en labios. A dos metros, el orondo marido, pajeándose sin dureza. El culo de Pedro horadado por la lengua de la psicóloga. Penetraciones mínimas, antesala del encuentro entre huevos y labios. La boca de Fina, ahora porno actriz, envolvente de las bolas del filólogo. Parsimonia. Creación de semen. Notaba luego el bálano la punta de la lengua, golpes leves. Glande engullido, pene rodeado de saliva. Humedades. Río blanco inundando el paladar de Fina.
Sábanas mojadas aterrizaban al solitario en la realidad. Los morros de la psicóloga trocados en cama de matrimonio. La fantasía en mudanza. Ya el filólogo se sabía convertido en varón solitario y sabatino. La ficción agotada. Tocaba levantarse, abrir la lavadora, meter los trapos en bautizo. La quimera no daba para ver un culo hacia el lavabo. Tampoco para piernas en retorno al catre de la mamada, ya sin la leche bañando el cielo de la boca. A Pedro le tocaba pasar el domingo entre libros. Pensó que era una forma de la felicidad.