¿Menopáusica yo?.-SEGUNDA PARTE (texto de 15 años)
David, se llamaba David. Lo leí en sus labios...Podría contar una bonita historia sobre el encuentro posterior en la oficina, cuando a modo de chico de los recados fue para llevar más puros, habanos, a mi jefe en encargos ulteriores. Nos encontramos, nos miramos, yo me ruboricé, me dio un sofoco grande entre los muslos e intercambiamos números de móviles, direcciones postales, mails, menos fluidos en ese momento nos lo dimos todo.
Pero como veo que ustedes no son precisamente lectores asiduos de Corín Tellado, lo que desean es otra cosa, me dejo de prolegómenos y vamos al asunto. Cada día que podíamos, íbamos a una de las dos casa, en tu casa o en la mía era le pregunta en el móvil casi a diario. El primer día fue colosal, descubrí el sexo y eso que ya he parido dos veces y he mantenido relaciones sexuales con mi marido por veinte años, pero yo no había follado, no.
Le invité a un café y cuando me di cuenta me había puesto a cuatro patas en la cama. La alcoba también aprendió de Kama Sutra, y ya estaba yo practicando eso que llaman sexo anal. Al principio me dolió bastante y más con las hemorroides y tirándome la cicatriz de la episiotomía que se sigue revolviendo con el cambio del tiempo, a pesar del transcurrir de los años. Las hemorroides externas, se mi hicieron internas con tanto trote y al final es como el olor del puro y los pedos, que acaba gustándote lo del sexo fecal, digo anal. Pensaba y pensaba mientras nos desfogábamos entre las sábanas, no podía parar de pensar como una fútil marujilla temerosa de ser encontrada en tal situación. Pero era tal el goce, que cerraba los ojos y se me acercaba aquel muchacho con tal verga que decía yo para mis adentros no podía estar cometiendo abuso de menores, no. Y entonces aquí la palurda empezó a desarrollar imaginación, como el día que me metí un hielo en la vagina, David se lleno la boca de whisky y me lo introdujo en el coño, a modo de inflar un globo. Después no salía más que líquido y desaparecía el hielo, manchaba las sábanas pero tengo funda en el colchón, no hay problema. Seguíamos en nuestras nueves semanas y media como si fuera el sueño de Sade. Insaciable el muchacho, diagnosticado de hiperactividad e imagino hipersexualidad en el colegio, David era una máquina y yo otra que con los huesos ya medio cascados por la incipiente osteoporosis y aún así, tenía más marcha que la Sofía Loren. Una cubana por aquí, entre mis pechos bien conservados. Ignorados, gracias a dios, por eso que llaman gravedad, más grave de lo que parece, sin siliconas por supuesto. Su pene era generoso en carne, en venas, en sonrisa, yo lo miraba, lo chupaba, lo lamía. Era mío en ese momento, ninguna púber cercana que me lo quitara. Pensaba en aquellos hombres ricos y poderosos que saben aprovechar sus situación para rodearse de chicas playboy. Entonces, en ese primer día empecé a ponerme tensa, trataba de dar vueltas a mi situación. Menopáusica, con carreras en las medias, conoce a un muchacho joven que la piropea, así sin más. Que podía ofrecer a ese muchacho, tal vez padecía complejo de Edipo. Al acabar la jornada, y ahora entenderán, el muchacho antes de marcharse me dijo que eran 60 euros, por caerle yo bien, que era guapa todavía, decía el cretino. Ahora todo encajaba, el gigoló de mierda que casi se le cae el chupete al entrar en mi casa, imberbe, con esa sonrisa en la verga era todo un profesional. Piropos que no eran más que un reclamo comercial, los sofocos eran reales. Además el muy chulo me dijo con sorna, que no admitía tarjeta visa de momento porque la raja de su culo no estaba todavía en activo, ja. Tristeza lacónica que dio paso al pago, en efectivo. Al abrir la puerta le dije que quería de sus servicios de nuevo. Por qué gastarme el dinero en gimnasios teniendo a David si incluso me salía más rentable en todos los aspectos.
Un día llegué tarde a casa y él no estaba en la puerta así que pensé que se había ido. Que lástima, tenía esa semana una cena y quería entrar en el vestido negro que me compré hacía diez años en Adolfo Domínguez de Serrano. Cuando subí a casa, entré a la habitación y algo se movía en la cama bajo las sábanas. Cerré la puerta, me dio miedo pero acto seguido se escuchaban unos quejidos, como parecidos a esos lamentos de mi marido cuando.... Desgraciado el tipo, era el lastre de mi marido con David, a cuatro patas como yo el primer día probando, lo que yo el primer día. Me vieron allí de pies y no se cortaron ni un pelo, siguieron allí dale que te pego y yo con cara de camaleón, de mil colores. David muy atento me dijo que nos hacía un precio especial por practicar un menage a trois y bueno, total vivimos dos días...