MI CASA, MI PLAYA
Primer capítulo --> Relatos Eróticos: MI CASAMI PLAYA
Pues allí estaba, en la terraza de mi casa, mirando a la oscuridad, intuyendo el mar ahí mismo, a las puertas. Y nos dieron las diez y las once las doce la una y las dos y las tres… (que nooooo). Me dieron las 6,49h de la mañana (que yo soy muy honesta) y ese mismo día supe que a esa hora empezaba a salir el sol en mi playa.
Qué espectáculo, que colores, que regocijo sentía en mi interior… cogí el móvil para inmortalizar mi primer amanecer en una playa naturista, que no nudista, que la diferencia ya la habíamos dicho.
No hago más que coger el aparato, estirar los brazos para el encuadre, cuando una gaviota me brindó “su regalo” desde todo lo alto (que me cagó en la espalda, vaya, que todo hay que explicarlo). En mi pijamita nuevo, que me lo había comprado para estrenar casa, ¡qué asco!
Pasé corriendo a casa para quitarme aquello, espalda mojada ya en aquel momento, ducha rápida (de agua fría, que no habíamos conectado el calentador -Viva la diva, viva Victoria, Afrodita… (era mejor esa, sin duda, que dedicarle a la gaviota todo lo que estaba pensando de ella)
Y volví a salir a la terraza. Dejé de mirar al infinito, las nubes y las gaviotas, y me puse a mirar a la playa. Y había gente en la playa. Desnudos. Nudistas. Había, concretamente, cuatro personas en la playa desnudos si no incluimos al perro, que también iba desnudo, claro (¿cómo va a ir el perro, atontada?) Me dio la risa. Hubiera estado bien que el perro llevara bañador… ains… era rusa y se llamaba Laika, ella era una perra muy normal… qué contenta estaba yo a esas horas, gaviota incluida, ainnsss…
Los primeros en los que me fijé eran una pareja. Paseaban. Iban cogidos de la cintura a sus cosas. Qué bonito, pensé. Sincronizados los pasos, iban contándose sus cosas, seguramente, aunque digo yo que tampoco hay tanto que contar a las 7 de la mañana, pasando las vacaciones juntos, no sé… será que yo no soy de mucho hablar, ni en verano, y mucho menos a las 7 de la mañana.
El tercero era el dueño de Laika. Estaba sacando a pasear a su perra, mientras no le quitaba ojo al cuarto, que estaba haciendo yoga en una esterilla. Vaya tela, haciendo yoga de madrugada, desnudo en la playa. Y oye, cómo hacía todas las posturas. Qué elasticidad, qué barbaridad. El de la perra y yo no podíamos dejar de mirarle. Yo le miraba desde arriba, desde la terraza, y el de la perra le miraba desde atrás. El chico estaba frente al mar, es decir, que Laika, su dueño y yo estábamos a su espalda.
Pues mira que se le ocurre hacer la postura de la pinza, y ahí mi mente, perfectamente lubricada, se disparó.
Para los que no sabéis de yoga, es una postura de estiramiento donde se juntan las piernas y los pies y te doblas sobre ti mismo desde la cadera llevando la nariz a las rodillas (llegaba, sí que llegaba a las rodillas) y te agarras a las piernas y te mantienes ahí respirando. Y ahí se quedó, respiraba bien el chico.
Pero yo, en mi ignorancia, pensé que no es la mejor postura cuando no sabes a quién tienes detrás, sobre todo viendo que el señor que tienes detrás ese día le pican los testículos, que se los rascaba como un mono, que le vi yo desde mi terraza. No sólo eso, es que yo juraría que el señor hizo amago de darle un cachete en el culito y en ese momento… boooommmbaaaa, para bailar esto es una bomba, para gozar esto es una bomba, suavecito para abajo, para abajo… de suavecito nada, ya os lo digo. Laika se abalanzó al chaval, le puso las patas en el culo y el chico besó la arena. La besó, eso es así.
Y la besó porque las manos estaban por detrás de las piernas y no le dio tiempo ponerlas por delante. Sufre mamón, devuélveme a mi chica, o te retorcerás entre polvos pica pica… pero esta vez no era yo, que desde mi terraza oí al señor de la perra cantando. Y es que hay gente así de envidiosa, qué le vamos a hacer.
El señor se fue con Laika, previa disculpa, y allí siguió el chico a lo suyo, doblándose de manera sorprendente, fundiéndose con el amanecer y con la naturaleza que le rodeaba. Era mágico mirarle.
Y mira que se le ocurre hacer la postura del guerrero. Pero es que no sabéis cómo es todavía. Sujetadme el cubata, que allá voy…
Este apuesto joven -guapo hasta decir basta- irradia una belleza natural que captura la atención de todos (yo) a su alrededor. Su tez morena resplandece bajo el sol, evocando la calidez del bronceado y la vitalidad de la vida al aire libre. Su piel está suavemente besada por los rayos solares, resaltando sus rasgos perfectamente definidos y confiriéndole una apariencia saludable y atractiva.
El cabello largo y ligeramente ondulado fluye como una cascada de ébano sobre sus hombros, añadiendo un toque de misterio y encanto bohemio a su imagen. Cada mechón parece una obra de arte en sí mismo, capturando la luz de manera juguetona y creando una aureola oscura alrededor de su rostro.
Una barba cuidadosamente mantenida acentúa su mandíbula angular y le confiere un aire de madurez y virilidad. La barba está cuidadosamente perfilada, añadiendo un toque de sofisticación a su apariencia. Los ojos oscuros, profundos y penetrantes, resaltan aún más contra la paleta de su piel morena, revelando una mirada intensa que puede transmitir una amplia gama de emociones, desde la seriedad hasta la ternura.
Bueno, vale, no le he visto los ojos porque lleva gafas de sol, pero tienen que ser así, estoy segura. Y en esas estaba yo cuando se pone a hacer la postura del guerrero. Esta postura se enfoca en fortalecer las piernas, mejorar el equilibrio y aumentar la concentración. Representa la idea de mantenerse firme y valiente en medio de los desafíos, similar a la imagen de un guerrero en la batalla (guerra la que yo te daba…)
Comienza de pie en el extremo superior de su esterilla, con los pies juntos. Da un gran paso hacia atrás con un pie (el pie izquierdo) mientras mantiene el otro pie hacia adelante. Gira el pie trasero (izquierdo) ligeramente hacia adentro, alrededor de 45 grados, y lo alinea con el arco del pie delantero (derecho). Si es que todo lo hace bien… Dobla la rodilla del pie delantero (derecho) para formar un ángulo de aproximadamente 90 grados. Se asegura de que la rodilla está directamente sobre el tobillo y que el muslo está paralelo al suelo. Extiende los brazos a los lados, a la altura de los hombros, con las palmas hacia abajo y los dedos activos. Gira la cabeza y mira hacia adelante, manteniendo el cuello en línea con la columna vertebral. Mantiene la pelvis en una posición neutra y se asegura de que las caderas estén niveladas. Y ahí se queda.
Y yo mirándole la bolsa escrotal, que en esta postura puedo. Y quiero… Y le cuelga mucho, que también es de ley que lo diga. Mucho, repito, aquello pesa mucho. Y esta soy yo, asustada y decidida, una especie en extinción tan real como la vida. Y esta soy yo, ahora llega mi momento, no pienso renunciar, no quiero perder el tiempo… (canturreando)
Y entro a mi casa a desayunar, previo agradecimiento a mi precioso dios-yogui personal, con una calentura de mil demonios, a prepararme para irme a la playa…
(Estoy tan caliente que el café hoy me sopla a mi…)