MI CASA
— Pero, ¿vosotros sois nudistas?Y yo me adelanté. Porque mi pareja me gana en honestidad, eso es así. Y mentí como una bellaca.
— Claroooo, desde siempre.
El caso es que el dueño del apartamento nos había explicado ya por teléfono, y dejándolo caer incluso en la visita, que era una urbanización nudista. Y que sólo se podían vender los apartamentos a gente nudista, que luego venían los problemas. Y yo quería aquel pequeño apartamento. Lo quería. Lo del nudismo, era secundario para mí en aquel momento.
Y era secundario por una razón. Yo sé que la zona es naturista, así reza en los carteles de la carretera. Naturista significa que, vayas como vayas, vestido o desnudo, nadie te tiene que decir nada. Bueno, te lo pueden decir, que ya sabemos que en verano la gente tiene ganas de hablar de más (casi siempre, aunque no es mi caso) y también tiene ganas de discutir. Y te lo pueden decir: que te vistas o que te desnudes, depende del bocachancla que te encuentres. Pero tú se lo argumentas (lo de que la zona es naturista y puedes ir como quieras) y todo arreglado.
Así es que mentí como una bellaca, que eso ya lo hemos dicho.
— Clarooooo, desde siempre.
Mi pareja me miró. ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi novia? Lo cierto es que nunca en toda mi vida me he quitado nada, ni la parte de arriba del bikini. Mi pudor, mi vergüenza, mis complejos, mis historias. Mi pareja tampoco había hecho nudismo en su vida. Y se me quedó mirando, preguntándome con la mirada si estaba segura. Y yo respondiendo con la mirada: Claroooo, desde siempre. Vergonzosa, sí, pero echada pa´lante. Mu pa´lante. Demasiado pa’lante.
Escrituramos allá por el 2005, más por mi ansia y cabezonería que porque la casa fuera un chollo, que no lo era, si os acordáis de los precios de las viviendas de 2005 (hijos de su madre). Pero yo ya tenía mi casita en Vera, el mayor centro de naturismo de toda Europa. ¡Chúpate esa, vendedor de casas nudistas de la zona!.
Lo dijimos en casa: Nos hemos comprado una casa en una playa nudista. “Pues yo allí no voy”, esa era mi madre.
(Y yo pensando… pero ¿quién te ha dicho a ti que yo quiero que conduzcas por mi?. Ah no, espera, que ese era otro…)
“Pues yo allí no voy”, dijo mi madre. “Yo ya estoy mayor para que se me vean las vergüenzas”, dijo mi padre. Ambos se debían pensar que en la puerta de la urbanización hay un guardia que, pistola en mano, -como todo guardia que se precie en una urbanización nudista-, cuando te ve a ti, te dice: “los calzoncillos y las bragas, o la vida”.
Pero yo no les saqué de su error. Tampoco quería que vinieran, eso también es así (ahora estoy siendo muy honesta). Además de que no quiero estar en una playa con mis padres desnudos, también tengo que decir que es un apartamento, es decir, tiene una habitación y cocina americana. Punto. El que quisiera venir de la familia, tenía que ir cuando nosotros no estuviéramos, claro. Porque no se cabía.
(Ya sé que donde caben 2, caben 3. Y que no hay casas pequeñas, sino corazones ruines. Pero aquel era mi espacio, mío. Y no quería a nadie cerca hasta domarlo).
Y allá que nos fuimos el primer fin de semana que tuvimos libre en aquel mes de junio.
Salimos de Madrid un jueves por la tarde y llegamos a mi casa soñada cerca de la media noche. Abrimos el portón del garaje, avanzamos con el coche hasta las escaleras para descargar las maletas, y una bolsa de víveres para poder tomar un café, al menos, a primera hora del día siguiente, cuando a mi espalda oigo:
— Buenas noches, ¿tenemos chica nueva en la oficina?
Le iba a decir que me llamo Farala y soy divina (pero esa era otra). Me di la vuelta, ya con una sonrisa preparada dispuesta a ser la mejor vecina del mundo, y…
Me veo al marido, la mujer, los tres niños y el abuelo y la abuela todos desnudos, sonriendo mirándome… Después de mirarlos a todos sus sonrisas, les miré todo lo demás, claro, que era gratis y yo soy muy voyeur.
Para alguien que no ha estado nunca –NUNCA, repito– en una playa nudista ni en ningún sitio donde hubiera gente desnuda (por si estáis pensando en clubs o similar, que tampoco, eso es otra historia que ya os contaré), ni que era una consumidora de porno habitual (no al menos con el vicio de ahora), pues aquello fue mucho. Era de noche, y me encuentro a aquella tribu todos a juego, joder joder.
Afortunadamente era de noche, como decíamos, pero a mi me entró un calor desde los ovarios hasta la boca, arrasando todo el camino en mi interior, que no podía esquivar aquello que se me puso en la garganta. Ni de saludarles fui capaz.
Mi pareja, que me gana en honestidad, eso ya lo habíamos dicho, se hizo cargo de la situación.
Si, buenas noches, somos nuevos. Si, acabamos de llegar, estamos deseando bajar a la playa y verlo todo de día. Ah vale, nuestro apartamento no sé qué número es, ahora lo miraré en las llaves, es que lo vimos hace meses y no recuerdo ni el número… Es que no le temblaba la voz y yo estaba muda, copón, es que tenía parestesia oral psicogénica.
— Ah perfecto, pues mañana nos vemos por aquí.
Y se fueron. Y los vi irse, claro. Los vi todo a todos por detrás, abuelos incluidos, que es lo normal cuando alguien se va y tú ves cómo se va.
Y mi chico que me mira. Y me pregunta, con cierta sonrisa maligna:
— ¿Qué te pasa, estás bien?
En honesto me gana, ya lo sabemos. Pero soy yo la que sigue aquí, soy yo, te lo digo a ti, mírame y dime qué es lo que ves, esa mujer que perdiste una vez… (ay no, que esa es otra).
Pues que con toda la naturalidad que pude, y el papo, también, contesté:
— Claro que estoy bien. Es que tengo parestesia oral psicogénica.
— ¿Que tienes qué?
— Entumecimiento o sensación de cosquilleo en la lengua como reacción psicosomática a algunas condiciones psicológicas como la ansiedad. Y el viaje ha sido muy estresante. Pero mira, ya se me ha pasado…
— Vaya cuento que tienes. Anda, vete subiendo y abre la casa, a ver qué nos encontramos…
Qué impresión que me dio, oye. Allí toda la familia desnuda como si fuera normal. Que se iban a dar un paseo, dijeron. ¡Desnudos! ¡Todos desnudos! Y yo pensando en dónde llevaban el dinero, el móvil, las cosas que llevamos las chicas en el bolso… ¿dóndeeeeee?
Abrí la casa, se oía el mar muy cerca. Se olía el mar. Se me había pasado la parestesia oral psicogénica. Y estaba deseando que llegara el amanecer.
Saqué y coloqué todas las cosas que traíamos y me fui al mini-salón a ver la tele. Casi que no podía esperar a verlo todo de día. Qué nervios, por favor. No pegué ojo en toda la noche. Pensé incluso en hacerme una pajita, de esas que te ayudan a reconciliarte con el universo y contigo misma, pero es que ni eso podía, oye. Parecía que no llegaba el momento. Pero llegó… vaya que si llegó. Y amaneció.
(Me preguntas desde cuándo. La respuesta es desde tú…)