DESVENTURAS I
Extracción:Era una mañana cualquiera, pero su rutina se veía alterada por un análisis de sangre. A sus 20 años, era todo un lujo vivir solo, provenía de familia humilde y tenía que trabajar mucho para mantener su pequeño piso de 50m, un palacio de libertad para él, su refugio.
De complexión normal, vida más bien sedentaria por problemas en la espalda producido por un accidente de tráfico. Tímido y con poco tiempo para conocer gente fuera de su pequeño círculo. Aficionado a la música, el cine y la lectura, maniático del orden y la limpieza. Con pocas aspiraciones a corto plazo y la ingenuidad de tener toda la vida por delante.
Una vez terminó el aseo matutino, se miró por último vez al espejo antes de salir. Se marchó con el estómago vacío y sin darle mucha importancia a la imagen, el pelo oscuro despeinado, camiseta blanca, tejanos azules y calzado deportivo blanco con uso pero limpios.
Llegó al centro de salud un poco acalorado tras el paseo. Entró en la sala dónde al igual que él, mucha gente esperaba la extracción. Entre todas, una chica brillava con luz propia, su mundo se paralizó al verla, emitía un aura diferente al resto, o eso le pareció.
Morena de piel, pelo oscuro, ojos claros, dientes blancos, tez firme, curvas generosas acentuadas por los tejanos apretados y top claro, ombligo al aire con piercing brillante que relucía en el bonito color de su cuerpo.
Cuándo se recompuso de ésa eternidad momentánea, se acercó a la pared del fondo de la sala cómo solía hacer para pasar desapercibido, colocándose detrás de ella que permanecía de pié unos metros por delante. Ella no se percató, o eso pensó él.
Normalmente tímido o vergonzoso, no solía dar el primer paso, pero mirando disimuladamente a la chica mas atractiva de la sala mientras se aguantaba el algodón que le habían colocado después de la extracción, sus miradas se cruzaron, ella también lo miraba. De repente un torrente de emociones e inseguridades lo invadió, le temblaban las piernas. Los dos aguantaron la mirada, en la cara de aquél ángel, apareció un pequeño rubor y una tímida sonrisa.
Tenía dos cosas claras, los dos estaban con el estómago vacío y quería conocerla, mejor dicho, necesitaba poner nombre y voz a semejante belleza.
Respiró hondo, se hinchó de valor y se acercó. Sonando más nervioso y estridente de lo que había imaginado, le dijo casi sin mirarla: ¿Quieres acomparme a desayunar?
Después de lo qué pareció un interminable segundo, ella aceptó, se notaba que estaba nerviosa, pero agradecida.
Caminaron casi sin hablar y entraron en la cafetería más cercana que encontraron. Zumo de naranja natural, un mini de queso y las primeras risas nerviosas. Presentaciones formales, roces disimulados con la manos, la tensión se relajaba entre los dos.
El tiempo pasó volando, no existía nada más fuera de esa pequeña mesa, de repente, primer roce de labios, la sangre comenzó a cambiar la dirección, antes fluía para una cabeza, ahora para la otra...
Ella se levantó, él comentó que vivía solo. Se quedó callada un momento, le pidió perdón y se alejó sin mirar atrás...
Nunca más supo de ella, se quedó con la incertidumbre de si podría haber hecho o dicho algo más, pero el recuerdo de aquél mágico momento, siempre vivirá con él.