Macarena. Pt1

****f79 Hombre
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Macarena. Pt1
Llegué a Sevilla en el AVE de las 5 directamente del trabajo y sin haber pasado por casa. Me dirigí directamente al hotel Alfonso XIII donde se celebraba el banquete de boda.

Aunque compañero de trabajo durante muchos años, mi asistencia era más de compromiso que otra cosa. Encima, sólo y viendo que había pocas posibilidades de encontrar compañía.

La habitación era un lujazo. Gracias a los contactos del novio, la habitación quedaba a un precio ridículo y pude permitirme quedarme hasta el lunes por la mañana. Ducha, afeitado y vuelta a ponerme un traje. Al revisar el equipaje, me di cuenta de que había olvidado coger ropa de sport. Problema menor, pero hizo que me sintiese molesto por el olvido.

Aunque era primavera, aquella tarde fue calurosa y húmeda y decidí coger un taxi hasta la Plaza de Pumarejo donde sabía que se reunirían algunos invitados antes de entrar en la iglesia y no entrar sólo. Primavera en Sevilla. Olor a jazmín y azahar por las calles, ese ruido de callejuelas llenas de vida y esa luz de atardecer que enamora.

Entramos en la iglesia y, como era de esperar, la ceremonia fue un mero trámite tradicional donde sólo las señoras mayores sabían qué hacer y qué contestar durante la eucaristía. Jóvenes entrando y saliendo de la iglesia, ellos con sus trajes entallados con corbatas nuevas y ellas con sus sandalias de tacón incapaces de caminar. En ese momento tomé mi primera decisión.

Volví al hotel dando un paseo y disfruté de la preciosa tarde. Entré en el hotel, fui a los servicios a arreglarme y quitarme el polvo de los zapatos. Localicé los salones en los que se celebraría el convite y la vi por primera vez. Tendría aproximadamente mi edad. Menuda, exuberante y tremendamente sexy a pesar de llevar un traje de oficina.

Empezaron a llegar invitados, charlé con algunos y tomé mi segunda decisión.
Coqueteé con una camarera para que me tuviera bien surtido de champagne. No pensaba beber otra cosa en toda la velada y así lo hice.
Llegaron los novios y comenzó la cena. Bastante previsible, yo seguía acompañado de la pobre viuda de Clicquot.

Ellos comenzaron a quitarse las americanas, ellas a calzarse alpargatas.

Terminó la cena y el festejo se dirigió a la terraza al aire libre. Los galanes de noche habían abierto y su fragancia invadía todo el jardín. Me coloqué en un lateral y me hice ver por mi camarera particular. El tiempo era delicioso y acompañar a la pobre viuda resultaba muy tentador. El espectáculo de los invitados perdiendo progresivamente el decoro se encontraba en el punto en el que ellos comenzaban a aflojarse las corbatas y ellas intentaban bailar en alpargatas.

Entonces volví a verla. Se notaba el cansancio en su cara pero no había perdido ni un ápice de compostura. Su aspecto era impecable y hablaba educadamente con los padres de la novia. Una hora después, llegó el momento temido por todos los no andaluces, las sevillanas. Sin mucho más que hacer en aquella terraza, le di las buenas noches y una propina a mi camarera y volví a mi habitación.

Me duché y el cansancio acumulado durante la jornada y las dos botellas de champagne que me habría bebido hicieron un efecto casi inmediato.

No era ni la una de la mañana cuando me dormí, por lo que me desperté relativamente temprano y aproveché para bajar a desayunar en el maravilloso patio andaluz del hotel. Volví a ducharme y me di cuenta de que no había cogido ropa de sport, por lo que me vi obligado a vestirme de traje. Sin corbata y con una camisa algo más informal, pero más arreglado de lo que cabría esperar.

Bajé hasta el vestíbulo y el precioso patio del hotel estaba preparado para los desayunos. Me senté y volví a verla. Estaba sentada en la barra con el mismo traje aburrido del día anterior que no pegaba nada con ella.

Aunque menos cansada que la última vez que la vi la noche anterior, mostraba el cansancio del que ha dormido poco pero,. curiosamente, se la veía llena de energía.

Llamé al camarero, le pedí mi desayuno y le indiqué que su consumición corría de mi cuenta.

-No es necesario, señor -me contestó el camarero-. La señorita es la gerente del hotel.

Me levanté y me acerqué a ella. Olía a flores.

-Como no puedo invitarla, ¿me acompañaría en el desayuno?

Levantó la mirada del periódico que leía y vi sus enormes ojos verdes.

No dijo nada. Dobló con elegancia el periódico y en voz baja mandó al camarero que sirviera el desayuno en mi mesa. Caminó delante de mí como una gata hasta la mesa y yo la seguí sin poder evitar mirar el vaivén de sus caderas delante de mí. Se sentó dejando espacio para cruzar las piernas con amplitud y yo enfrente.

-Buenos días -me dijo con un suave acento sevillano precioso-. Te fuiste muy pronto de la fiesta...

Aquí sus palabras y su tono decían muchas más cosas.

Expliqué mi compromiso y la ausencia de compañía de interés. Ella se echó hacia atrás en la silla, se escurrió haciendo que su falda subiera ligeramente dejando a la vista sus muslos y volvió a cruzar las piernas.

-Esto hay que arreglarlo -dijo sacando un poquito la lengua y apoyando su dedo índice en los labios-. Los novios ya se han ido y sus padres no han dormido en el hotel, así que yo he terminado mi trabajo.

Llegó el camarero y desayunamos charlando alegremente como dos amigos que hubiesen asistido a la boda. Como no había más clientes, el camarero se unió a nuestra conversación y pasamos un rato más divertido que toda la velada anterior.
Cuando terminamos, nos despedimos del camarero y ella me dijo que tenía que recoger su bolsa con ropa y algunas cosas más de su despacho. Yo tenía que recoger la habitación y lavarme los dientes.

-Si no te importa, espérame en la habitación y salimos por el parking en mi coche. Los clientes han empezado a levantarse y no quiero que nos paren al salir.
-Muy fácil, 234. No te equivoques -bromeé-.

Subí a la habitación y el servicio de habitaciones ya había hecho su trabajo. Ordené mis cosas en el armario y pasé al baño a lavarme los dientes cuando sonó la puerta.

-Servicio de habitaciones -se oyó una voz desde el otro lado de la puerta-.

Había olvidado poner el cartel de no molestar y la puerta se abrió directamente.

-Traigo toallas, ¿puedo pasar? -dijo cruzando la puerta del baño y pasando hasta el fondo-.

Me giré y me quedé mirándola de frente apoyado en el lavabo sin decir nada.

Igualmente, en silencio, ella se subió un poco la falda mostrando el encaje de sus medias, se bajó las bragas y se sentó en el bidé de espaldas mirándome fijamente. Se lavó con cuidado, despacio y acariciando su sexo depilado. Cogió una de las toallas que había traído y se secó. Cuando terminó, se quedó quieta mirándome fijamente y mordiéndose un poquito el labio. Di un paso adelante sin saber muy bien por qué. Alargó el brazo, me cogió de la cintura del pantalón y tiró de mi dejándome delante de ella mirándome con lujuria.

Desabrochó y bajo la cremallera. Metió la mano con suavidad y buscó cariciando con las uñas delicadamente. Se me escapó un hondo suspiro que aprovechó para sacar lo que estaba buscando. Lo agarró con una mano dejándolo apuntando arriba mientras con la otra aprisionaba los testículos por los que empezó a pasar la lengua dejando hilos de saliva. Cuando estuvieron bien mojados, se los introdujo en la boca y succionó jugando con la lengua que luego subió hasta la cúspide, dio una vuelta por la punta provocándome un espasmo que ella aprovechó para introducírsela entera en la boca con un sonido gutural. Tragó con una profundidad que nunca había experimentado cogiéndome del culo y empujando mi cadera hacia delante casi haciendo que perdiese el equilibrio.

Con aquellos movimientos logró que mi excitación aumentase rápidamente y, jadeando, cuando me encontraba más excitado que nunca se levantó de un salto y, empujándome, me tiró al suelo y se sentó sobre mí.

Dejó su sexo sobre mi boca y, antes de que sacará mi lengua, apretaba mi cabeza frotando su clítoris con mi nariz. Cuando pude sacar mi lengua su movimiento se había acelerado y comenzó a mojarme la cara.

En ese momento cayó sobre mí sin parar de moverse y se tragó toda mi polla para, como descubrí momentos después, ahogar sus gritos. Tragaba a fondo con un sonido gutural y primario. Sus babas bajaban por mi polla y su coño chorreaba sobre mi cara. Casi asfixiado comencé a correrme en el fondo de su garganta, una corrida larga y paralizante que provocó en ella un chorro sobre mí. Noté como su boca y su coño goteaban sobre mí mientras ella se agitaba espasmódicamente contrayéndose.

Sin levantarse, cogió las toallas que había traído y fue secando parte por parte su cara y mi cuerpo. Con un movimiento de amazona liberó mi cara y me limpió con cariño mirándome fijamente con los ojos llorosos. Nos incorporamos uno frente al otro, nos desnudamos con tranquilidad y nos metimos en la ducha. Arregló la temperatura y nos metimos juntos bajo el chorro. Abrió uno de los botecitos de gel y fue untando mi cuerpo recorriendo cada centímetro. Pasó sus uñas por mi espalda provocando un gruñido de placer por mi parte. Enjabonó cuidadosamente todo mi paquete con una mano miéntras seguía con la otra acariciando mi culo. Su dedo medio se escapó entre mis nalgas y apretó mi ano. Me excité de nuevo, cosa que noto de inmediato al comprobar que recuperaba la dureza.

Me besó en la boca con profundidad y yo giré para estrecharla entre mis brazos. Cogí gel y acariciando su espalda la enjaboné de arriba a abajo agarrando con fuerza. Ella seguía agarrada a mi culo, abriéndolo y arañando, pasando su dedo curioso que poco a poco iba abriéndose camino. No sé cómo, mi polla quedó entre sus muslos, ella levantó una pierna y entré dentro de ella. El agua caliente caía sobre nosotros mientras el gel hacía que nuestros cuerpos deslizarse suavemente. Me mordía los labios y los pezones cuando volvió a acelerar su movimiento y apretándome fuerte volvió a correrse.

-Ahora no te toca -me dijo muy seria y cerró el grifo-. Hay que ahorrar agua.

Cerró el grifo y abrió la puerta. Cogió una toalla y me secó delicadamente. Salimos de la ducha y nos arreglamos.

Estaba sentada en la descalzadora con unas botas altas de altísimo tacón negras, una falda negra corta de vuelo de lunares blancos, un body blanco de escote y una americana negra. Maquillada con suavidad pero con los labios en un rojo brillante que destacaban su sensualidad.

-Me apetece dar un paseo y tomar unos rebujitos con tortillas de camarones. ¿Te apetece?
******r63 Hombre
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Tremendo, tuve que esperar a tener tiempo para leerlo, dada la longitud del relato, pero he de decir que valió la pena. Qué manera de transportarse a esas imaginaciones o no, en un hotel con alguien del personal. *bravo* *bravo*
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