Oficina de placer
Los ojos me dolían y tenían un estado acuoso que me avisaba que ya era suficiente, demasiadas horas de ordenador para un día. Opté por apagar y colocar brevemente las carpetas que inundaban mi mesa de trabajo. En plena tarea, la pantalla de mi smartphone se iluminó, era Esther, esa nueva amistad surgida de la app que ocupaba gran parte de mi nueva ilusión sobre nuevas aventuras y relatos que me hacían recordar el fuego de mi interior…“Que tal estás? Estoy pasando por la puerta de tu trabajo y me acorde de ti”
Rápidamente cogi el telefono y le contesté: “pues justo ahí, terminando de trabajar”.
Justo en ese momento salí de mi despacho y me dirigi a la puerta, sabiendo que, obviamente, era una broma y no habría nadie al otro lado. En el mismo momento de abrir la puerta de la oficina mi mirada se cruzó con la de ella, estaba allí, andando como hacia mí como si supiese que en ese mismo instante nuestras miradas iban a chocar de una forma tan inesperada y a la vez tan violenta como un choque de aviones en el cielo.
La sorpresa provocó un leve escalofrío en mi cuerpo mezclado con una sensación de morbo, vergüenza y excitación.Con la boca seca fruto de una repentina excitación y nervios, acerté a preguntarle qué tal estaba e invitarle a entrar. Lo hizo sin dudar y le enseñé desde lo lejos mi oficina. “Y dónde trabajas tu? Cual es tu mesa?” Me dijo con una sonrisa y cierta cara de morbo.
“Este es mi despacho, aquí me paso los días” le contesté. En ese momento, se apoyó en mi mesa y cogió mi brazo, acercandome hacia ella. Con mucha seguridad, solo mirándome fijamente a los ojos, comenzó a besarme, primero de una forma lenta, humeda, recreándose con su lengua y sus labios en mi boca, intentando que no quedase ni un milimetro de la misma sin que su lengua encendiese todo el calor de mi cuerpo. Sus manos me agarraban fuerte pero delicadamente, empujando mi cuerpo contra sus piernas abiertas, queriendo sentirme en lo más profundo de su cuerpo.
Mis manos comenzaron la aventura por sus curvas, primero de forma timida por sus piernas, para poco a poco ir ganando terreno entre las mismas, por su cintura y agarrando sus tetas, sintiendo cómo sus pezones se endurecían poco a poco.
Tras eso, cuando creía que mi cuerpo no podía concentrar mas calor, decidió sentarme en mi silla de trabajo, ella se arrodilló y comenzo de una forma decidida a quitarme el cinturón.
“Estas loca?” Acerté a decirle, como si mis ganas no se viesen reflejadas en mi mirada o como si mi ereccion no pusiese de manifiesto que deseaba toda esa explosión que mi boca acababa de vivir en toda la extensión de mi polla dura y, a esas alturas, empapada como si hubiese encendido el botón del deseo.
Una vez a su alcance, comenzó a jugar con ella, viendo cómo mi glande no dejaba de expulsar pequeñas gotitas de puro deseo, y con la mirada de quien va a tocar el cielo haciéndome a mí morir de placer. La punta de su lengua comenzó a jugar con mi humedad y mi glande decidió erizarse. Justo en ese momento, se la introdujo por completo haciendome sentir todo el calor de su cuerpo reflejado en su boca.
Por si no fuera bastante humedad, dejo caer su saliva sobre la punta para posteriormente seguir jugando con ella mientras yo sujetaba su pelo y la miraba fijamente.
“Qué miras? Acaso crees que no te quiero dentro de mí?” me espetó. Se levantó y volvió a besarme, aún con su boca empapada de toda la humedad que había provocado entre mis piernas. Volví a jugar con su lengua, esta vez de una forma mucho más traviesa y mucho menos dulce. Tomé la iniciativa y ahora fui yo quien la giró contra mi mesa, ella puso sus manos sobre el teclado de mi ordenador y me miró de reojo como quien sabe que viene lo mejor; levante el vestido que había elegido para ir a verme y casi en un acto mecánico aparté sus braguitas, que a esas alturas habían sufrido la misma humedad que la que yo tenía entre mis piernas.
La mezcla de nuestros genitales empapados hizo que fuese tan fácil introducirme dentro de ella que ambos sentimos un escalofrío, una corriente sólo digna de quien junta el polo negativo con el polo positivo. A partir de ahí sentí que quería quedarme toda la vida sintiendo el roce de su coño empapado sobre mi polla. El éxtasis que me provocaba ese roce sólo era interrumpido por sus gemidos cada vez que, agarrando sus tetas, empujaba su cuerpo contra mi polla que parecía apunto de explotar. Y de repente fue ella la que lo hizo, comenzó a gritar diciéndome que no parase, exigiéndome que siguiese, algo que hice mientras gotas de sudor corrían por mi frente.
De repente su último grito anticipó que de nuevo me tirase contra la silla y volviese a meterse mi polla en su boca, esta vez mojada de mi humedad y la suya, algo que creo que sólo provocó que su excitación fuese aún mayor.
Me encantaba verla mirándome mientras toda la extensión de mi polla estaba dentro de su boca, una y otra vez hasta que consiguió hacerme explotar, entonces paró por un segundo que a mi se me hicieron años, y con mi polla en su boca comenzó a sentir cómo expulsaba todo mi deseo sobre su lengua. Ella siguió recorriendo toda la extension de mi polla con su boca, una y otra vez, mientras mi leche inundaba su boca.
Una vez acabó de mojarle, ella siguió por unos momentos para acabar con una sonrisa mirandome a los ojos diciéndome “me encanta limpiar lo que he ensuciado”.
Se abrochó los botones de su blusa y me dijo que volvería, que se encargaría personalmente de que mi oficina de trabajo tambien lo fuese de placer. Desde aquel día, nunca volví a quejarme de quedarme el último en la oficina.