EL CONCURSO
«Para ser eficaz, la literatura erótica debe establecer convenciones nuevas, dar un nuevo sentido a las palabras de la sociedad que la condena, brindar a sus lectores un conocimiento que, por su índole, ha de ser íntimo. La exploración del mundo desde un lugar central y absolutamente privado da a la literatura erótica su fuerza formidable.» (Alberto Manguel: Las puertas del paraíso. Antología del relato erótico). PRÓLOGO.
Con motivo del día del libro de 2023, se convocó un concurso de relatos eróticos. Me declaro en conciencia ganador del mismo, pese a lo que digan la organización y los votos del jurado, si bien mi premio nada tiene que ver con el que se planteaba en las bases del concurso. Me declaro ganador porque he ganado, gracias a quienes han tenido a bien participar, conocimiento del idioma, del erotismo y de mí mismo y también, hasta cierto punto, de ella.
El texto que viene a continuación quiere ser un a modo de homenaje, si bien no todos se verán reflejados en el desarrollo del mismo, porque no es cuestión de eternizar el texto (que ya le parecerá excesivamente extenso a más de uno, y probablemente lo sea: extenso y lento y pesado).
Con mi agradecimiento por los textos ofrecidos y los buenos ratos disfrutados gracias a ellos. Algunos de ellos, muy buenos y muy disfrutados.
UNO.
— Quiero ganar ese concurso, ¿sabes? Tengo la idea, la frase, el libro... Lo tengo todo...
— Claro que sí, cariño. Preséntate, que con mi voto ya cuentas.
Esa fue, en resumen, la conversación que mantuve con la amiga que me avisó de que en una página web de relaciones no monógamas se había lanzado un concurso de relatos eróticos con motivo del día del libro. No soy muy dado, por mi forma de ser y carácter, a ese tipo de competiciones, pero en ese momento de mi trayectoria vital me hacía falta un triunfo, un pequeño momento de victoria moral sobre el mundo. ¿Un concurso de relatos eróticos? Tan bueno como cualquier otro. A por él.
Había un requisito en el concurso, y era que debía incluir una frase de un libro. Bueno, no era complicado: libros hay muchos, frases más, y mi biblioteca está bien surtida, amén de mi memoria según para qué cosas. De inmediato, al conocer la condición, tuve claro cuál sería la frase y el libro, porque creo que resume, condensa y explicita maravillosamente bien lo que viene siendo el erotismo. Porque, no olvidemos, se trata de un relato erótico, no de cualquier cosa salaz, calentorra o puñetera, que a un mismo destino se puede llegar por diferentes caminos, pero no todos los paisajes tienen los mismos colores. A veces confundimos erotismo con otras cosas, cuando de erotismo llevamos sabiendo un rato largo en nuestro idioma.
«Erótica» es palabra castellana documentada desde principios del XVII, en una explicación de qué debe ser una égloga de Juan de la Cueva, en la que se dice que
«Lo que trataren todo sea llaneza,
con propiedad conforme al ejercicio
guardando en él la erótica pureza.
Tiénese en una égloga por vicio
que una persona vaya, y otra venga,
aunque administren diferente oficio.» (1)
Obviamente, se refiere y habla de ese sentido de lo erótico como relativo al Eros, al amor, y no tanto al deseo. Por ello, el barroco ve la pureza como erótica, cuando hoy relacionamos más bien erótica con la entrega de esa pureza clásica, más relacionada con la semántica preconciliar del virgo y la salvaguarda de la virtud.
«Erotismo» aparece por las mismas fechas, y así en la Gatomaquia de Lope encontramos un ejemplo temprano cuando se nos dice que
«Mas ¡quién dijera que saliera incierta!
Marramaquiz, entrando por la puerta,
vencido de un frenético erotismo,
enfermedad de amor, o el amor mismo.» (2)
Como en el texto de 1634 ya se nos aclara el término, no hay por qué abundar. Viva Lope, que siempre tan bien trató al idioma y sus lectores.
En todo caso, si bien cuatrocientos años nos separan de sus primeras apariciones, lo cierto es que no fue hasta prácticamente el XIX cuando comenzó a aparecer con más frecuencia y normalidad el término en nuestra literatura lo que posiblemente sea motivado tanto por un cambio en los temas sobre los que se escribe como por la evolución natural del idioma.
A nosotros, hoy, erotismo nos remite al lado sensual o sugerente de la pulsión sexual, del deseo, del amor en su vertiente carnal. No es un error pensar que erótico es también lo relativo al casto amor que no piensa en relación alguna, puesto que etimológicamente sería posible, pero no es lo más frecuente. De este modo, lo erótico lo contraponemos a lo pornográfico, a lo que descubre lo que debe estar cubierto. De algún modo, lo pornográfico nos habla más de las emociones, más impulsivas, que de los sentimientos, de naturaleza más narrativa, que es a lo que nos remitiría lo erótico, aportando la capacidad de detenerse, de mirarlos despacio, tranquilamente, saborearlos (3).
La mirada del erotómano sobre el tradicional liguero o de la erotizada sobre la camiseta ceñida al cuerpo del amante es jugosa, aporta al objeto que observa, se recrea y por tanto crea de nuevo aquello que supone su polo de atracción, tanto en su mente como en su misma realidad, porque con el tiempo puede encontrar nuevos detalles que aún acentúen más la sensación de apetencia de lo querido. En la pornografía, hace tiempo que se arrancaron a puro mordiscos ligueros y camisetas y yacen sudorosos junto al cuerpo amante rebozados gozosamente en sus orgasmos.
¿Cómo presentar lo erótico a ciberlectores del siglo XXI? ¿Cómo habilitar ese espacio-tiempo en el que detenerse para degustar lo cálido, trémulo, sugerente, inquietante del imaginario amatorio, del sentimiento que provoca la visión y la anticipación del participar de lo amado, de lo que nos erotiza, en un ciberespacio que necesariamente se vincula con lo actual, con lo automático, lo rápido, el mundo del aquí y ahora, del «¡ya!»? Y eso, no de cualquier manera, si no de forma que llevase a mi texto a ganar un concurso... Surgen las dudas. Quizá sea imposible hacer literatura erótica en internet.
DOS.
La mejor forma de aprender es leyendo, viendo lo que hay. Me dirigí, sin ningún tipo de prejuicio, al lugar donde los participantes estaban colgando ya sus textos. Iba con cautela, porque mi experiencia lectora de relatos eróticos en Internet me ha llevado en más de una ocasión a comenzar a leer y dejar de hacerlo al encontrar poca narración y excesiva desnudez, exactamente aquello de lo que quería huir porque no se trataba de contar un polvo (o dos, o tres, o siete sin sacarla, que fantasías hay para todos los gustos) sino de construir algo mínimamente elaborado.
En alguna otra ocasión me expulsó del texto lo complicado de la sintaxis o lo alternativo de su ortografía. Es curioso que alguien que te invite a su casa te siembre el pasillo de pruebas como si se tratase de una pista americana: así es como me siento cuando leo algo escrito sin cuidado alguno por la forma de expresarlo. Algunas veces sería más sencillo poner un breve pero contundente «me la follé» que retorcer el idioma hasta límites insospechados para, al final, realmente, contar únicamente eso mismo.
Una historia es tanto lo que se cuenta como cómo se cuenta: puede contarse algo sencillo, cotidiano, que no aporta absolutamente nada a nadie, pero hacerlo de tal manera que provoque auténtico placer estético en el que lee. También puedes tener una historia fantástica y narrarla en plan telegrama: estéticamente no dirá mucho, pero la historia te entretiene y te divierte: bravo también. Cuando se juntan los dos mundos, nacen los unicornios; cuando faltan los dos... en fin.
La cuestión es que había nivel en el concurso, ninguno de los textos me expulsó recién llegado y, sin duda, debería esforzarme si quería lograr la palma del triunfo. Que sí que quería, por cierto.
Tropecé con un relato delicioso, que hacía referencia a una conocida novela romántica que además había estudiado particularmente en mis años de vida académica. Leí y la propuesta me sedujo, me gustó la idea, me dejé atrapar por ella y me deslicé despacio por sus líneas. Cuando me quise dar cuenta, el texto nos tenía atrapados a mí y a mi entrepierna. Noté mi erección bastante antes de llegar a mitad del texto. No era una erección violenta, era un morcilloneárseme el nabo en plan tranquilo, como diciéndome que ahí está él, por si apetece, pero que, si no, no pasa nada, que tampoco quiere molestar. Es ese tipo de excitación que surge cuando uno se siente dentro de la trama y empieza a sospechar que estaría realmente bien ser parte activa del grupo de amantes de la narradora, en este caso.
Avanzando en la lectura, uno se descubre realmente deseando formar parte de ese universo nuevo que se ha abierto en su mente. El texto rezumaba esa sensación de que lo importante no es tanto la posesión sino, por el contrario, la tensión del deseo (4). Había una sólida construcción erótica en la base del relato que me atrapó de tal modo que, ya que estamos, pues adelante con los claveles, en este caso descapullado clavel solitario que acaba con su lluvia gozosa regando parte de mi cuerpo y parte de la mesa de trabajo, resolviéndose la tensión del deseo en catarata seminal.
Con la respiración entrecortada y el cuerpo desmadejado por el orgasmo, tuve que reconocer que iba a tener que construir algo que pudiera competir con el momento que acababa de vivir gracias a la fantasía compartida por otra persona que había conseguido que yo me crease la mía propia. Sin duda, la mejor forma de conseguir mi objetivo no era dedicarme a masturbarme con lecturas ajenas, pero ¿qué quieren ustedes que le haga yo si doy con un lugar tan a propósito para estos gratos disparates como era el texto que acababa de disfrutar?
TRES.
Desde que supe del requisito de introducir una cita de un texto, supe cuál iba a ser la mía. No podía ser de otra manera, porque creo que por derecho propio es uno de los textos eróticos más importantes de la historia de la humanidad y, más en concreto, de nuestra cultura. Un texto que la tradición sitúa compuesto en el siglo X antes de nuestra era, aunque los estudios filológicos inducen a retrasar su redacción hasta el siglo IV a.C.
La frase más identificable creo que es la cita en cuestión, un fragmento hace años muy conocido y, gracias a las impagables reformas de las leyes de educación con la que tienen a bien adocenarnos nuestros gobernantes, hoy por hoy posiblemente desconocido para la mayoría de nuestros bachilleres. Son palabras que resuenan profundas en la memoria: «¡Que me bese con los besos de su boca!»
Las nueve palabras en las que resulta la traducción castellana de este segundo versículo del capítulo primero del Cantar de los Cantares nos ilustran acerca de los sentimientos de la amada por el amado. Ese deseo de los besos, unos besos concretos, los de la boca de él, y en un momento concreto, llegando a ella, anhelante de esos besos, de ese contacto, de esa cercanía que en el momento de la exclamación están ausentes y que obligan a explicar al oyente el porqué de esa ansia de ser besada por su boca con sus besos: son mejores que el vino. ¡Mejores que el vino! ¡Ahí es nada!
Pero la traducción nos oculta cosas. El beso, nuestro beso castellano, proviene del latín quizá de origen céltico «basium» relacionado con el verbo latino «basiare», besar, popularizado por los epigramas de Catulo en el siglo I antes de nuestra era (5), en un ámbito que nos remite semánticamente al mundo del roce con los labios, como señal de amor, amistad o reverencia, donde la fuerza se encuentra justamente en el roce, en el tocarse y, así, puede el mar besar la costa o dos cosas besarse entre sí, a modo de ese fragmento del Quijote en el que se nos ilustra que
«Quedó don Quijote después de desarmado en unos estrechos gregüescos y en su jubón de gamuza, seco, alto, tendido, con las quijadas que por de dentro se besaban la una con la otra […]» (6)
El problema es que la idea de beso que aparece en el texto latino del Cantar no hace referencia a ese besar nuestro, sino al ósculo: «Osculetur me osculo oris sui». Aquí ya tenemos la parte importante, el centro. Porque el centro no es el beso, el mero tocarse, sino su boca. El latín de la traducción de la vulgata, del siglo V, nos lo muestra con la elección de ese campo semántico del beso como «ósculo», como la boca pequeña. No es el beso, sino la boca, él, aquél cuyos amores son mejores que el vino. Hay una corporalidad manifiesta, una atracción física imposible de pasar por alto.
¿Quién no ha experimentado en carne propia eso? ¿Quién no se ha visto recordando los besos de su boca, de la de esa ella o ese él que fueron mejores que el vino? Los labios que se cerraron en torno a los propios, o los que se cerraron en torno a pezones o navegaron pubis o coronaron falos, esos son los importantes: que me bese con los besos de su boca, pero no necesariamente en mi boca. Que me bese el glande hinchado por la excitación, que me bese el delta que el deseo provoca entre mis piernas... que me bese la espalda, o detrás de las orejas, cada cual donde resida su placer más intenso, aquel que es mejor que el vino... ese rincón que conocen el amado o la amada y su amante y nadie más, porque la privacidad lleva al placer compartido entre aquellos que lo comparten.
Por eso no se muestra, no se enseña, por eso huye de la luz y se esconde y no se deja atrapar en texto o imagen; por eso no es pornografía, sino pasión erótica y llamada del deseo. Su boca, mi cuerpo, justo en ese lugar que ella sabe (en mi caso) o que yo sé (en el de ella), un conocimiento que tenemos porque hemos querido invertir tiempo en conocernos, en explorarnos, en aprendernos cómo somos y qué queremos y dónde y cómo es que lo queremos. Si cuando te dicen «bésame» únicamente juntas los labios, algo falla.
¡Pero que me bese! Que sea su boca la que me dé los besos, porque es de su boca de donde viene el placer, es la persona que me besa con esos labios la que consigue que tenga que separarla cuando está entre mis piernas, pidiéndole que pare porque voy a derramarme y no quiero terminar aún.
(El lector avisado sin duda ha caído en la cuenta de que el original del Cantar de los Cantares, siendo texto que pertenece al canon judío, no puede estar redactado en latín, ni en griego. Efectivamente, el hebreo es la lengua originaria de los manuscritos más antiguos que poseemos del texto (si bien con algún préstamo del arameo, el persa e incluso del griego). Y aún nos aporta mucho más. Las lenguas, y no solo las que lamen y prueban y degustan y exploran pieles ajenas, son un auténtico tesoro de sensualidades).
CUATRO.
¿Podría introducir mi idea de referencia bibliográfica en el relato de forma que resultase sugerente? No se me ocurría ninguna forma de hacerlo ni mínimamente comparable a la muy acertada de recrear la dinámica de la autora original de la novela romántica orientada hacia lo erótico que había encontrado en el relato que había disfrutado en mi intimidad. La inspiración tiene también su parte de apropiación, así que volví a visitar los relatos que ya se habían ofrecido.
Encontré uno en el que, muy a las claras y sin recato alguno, se determinaba prácticamente desde el comienzo cual era el texto homenajeado. Incluso se recorre, se explicita, se citan varios fragmentos, mientras todo se intercala de forma magistral con la visión algo más carnal de casi el mismo principio.
La realidad como trasunto de la ficción narrada, desprovista de la parte idealizada de lo narrativo y llevada a la actualización real, casi pornográfica en el detalle, me atrapó. De nuevo, me estaba viendo envuelto en una historia que no era la mía, de la que comenzaba a sacar una aceleración del ritmo cardíaco que no era lo que había ido a buscar. Sin embargo, pese a que lo gráfico de las descripciones era un punto muy relevante, todo el disfrute que me provocaba la lectura venía dado por la forma que tenía el narrador de explicar la situación, la belleza de ese juego en el que un profesor, un personaje de cuento, una hembra totipotente y un extranjero bien dotado en lo del tener buena pierna, que diría Shakespeare (pese a que en el relato le faltaba, como al personaje de cuento, una de las de verdad) interactuaban de forma que las historias entrelazadas eran realmente una y la misma.
Al ir saltando la mente por las sugerencias del autor, saltaba del amor casto y puro del personaje de cuento a la lubricidad de la hembra totipotente, gozona y resuelta, y de vuelta, con lo que el ánimo lector saltaba de la quietud del sentimiento al deseo de acceder a tal disparate sexual como el del bien dotado foráneo, cayendo sin solución de continuidad en la prueba de humildad suprema del amor delicado y cortés... y de vuelta.
Al final, en la tal mezcla de sensaciones acababa uno entendiendo que eso y no otra cosa es la relación erótica con la deseada, puesto que ansía la culminación, pero se deleita en el proceso, pero desea realmente el consumar el anhelo, pero encuentra placer también en no estar haciéndolo ya.
Pensé en ella, claro. Recordé los besos de su boca y en el recuerdo encontraba esa punzada que causa la ausencia junto con el placer que provoca la promesa de volver a recibirlos. Su boca, y no sólo por sus besos, no únicamente me ha causado uno de los más intensos placeres que recuerdo haber recibido jamás, sino que además me ha provisto la memoria de sus palabras, sus gemidos, sus suspiros...
Pensando en la mujer totipotente y gozona que ofrecía el relato, pensé en ella. No por afinidad con el personaje, sino por afinidad en la resolución de ambas, mujeres que saben y buscan y deciden que, si es lo que se quiere y se está de acuerdo, adelante. Cuando una mujer de esas características te dice «fóllame» sabes que vas a follarla a tu pesar, porque tienes una cuidada educación y eres de principio obediente, pero lo que te nace es pararte y mirarla, desnuda, despeinada, ligeramente perlada en el sudor de la excitación del momento, con esos brillos con los que brillan las partes importantes del cuerpo cuando está el gozo a las puertas, y escucharla.
Ese «fóllame» que le nace exactamente de los adentros donde dentro de nada vas a hundirte en la búsqueda de su satisfacción y la tuya es orden, pero también es ruego y deseo y expresión de que, por encima de todo, ahora toca el momento de entregarse de forma total y absoluta, porque no otra cosa es el prestarse a ser follada, ese momento de pasividad gloriosa en el que tu función activa es la de desvivirte hasta el orgasmo por conseguir que ella sacie su hambre.
Ese «fóllame» es expresión plena de que hay una persona decidida, que sabe lo que quiere y sabe que tú puedes dárselo, y como ha buscado y explorado y conocido, exige y ordena y manda, porque puede, quiere y, en ese momento, es lo que le pide el cuerpo. Como yo soy la persona con menos capacidad de decisión que he conocido en mi vida, ese tipo de personas siempre me han fascinado. Y más cuando el «fóllame» me lo dicen a mí, claro. Que tampoco es con mucha frecuencia, a qué mentir, pero en el caso de ella ha sido y espero que siga siendo, y me encanta.
Me vino una erección con la lectura pensando en ella, pero decidí dejarla pasar. No siempre hay que asirse a las tablas de náufrago que presenta la vida, leer excitado con el recuerdo y el deseo de que me bese con los besos de su boca es también una experiencia grata.
CINCO.
El beso del segundo versículo del Cantar, en hebreo, abre un campo semántico totalmente diferente al de la boca que nos ofrecía la traducción latina. En hebreo, la raíz semítica que hace referencia al beso es «N Sh Q» (nun, shin y qof), que generan tanto «nashác» como «neshicá», «nashác» como verbo besar, «neshicá» como sustantivo, besos. Lo más interesante es que la misma raíz, «N Sh Q», dará como verbo el sentido de equipar con armas, armar, e incluso dispararlas.
Si el latín nos centraba en la boca, la lengua hebrea nos remite al acto, a la acción del besar en sí que, lejos de quedar tranquilamente resumida en el deleite placentero del beso, nos deja con la tensión de la acción armada, la impresión del ejército preparado para el combate, como dirá más adelante el propio texto (Cantares 6, 10: «Es hermosa como la luna, radiante como el sol, irresistible como un ejército en marcha»). Un ejército en marcha, en el siglo IV antes de nuestra era, debía ser un espectáculo para cualquier persona que lo viera pasar (siempre y cuando fuera tu ejército y no el del enemigo, claro: si es el enemigo, huye antes), una de esas escenas que sobrecogerían el ánimo, pero inflamarían también las pasiones patrióticas: son impresionantes... ¡y son los míos! Esa mujer hermosa, irresistible como un ejército en marcha... ¿qué inflamaba, qué generaba en el que de tal manera la describió?
¿Vale todo en el amor y en la guerra, como dice el refrán? ¿Por eso tienen esa cercanía en su raíz semítica? ¿Qué es lo que realmente comparten, el amor y la guerra? Hay una locura en la guerra, sabida de antiguo por casi todos los pueblos: nadie puede ser puesto en la obligación de matar o morir y pensar que va a volver a casa como si nada hubiera sucedido (siempre que mate lo necesario y no muera en absoluto, claro). Se hablaba de neurosis de guerra, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial. Ahora utilizamos eufemismos porque vivimos en tiempos líquidos y nos da cosita reconocer que el mundo puede ser complicado y que el salir de casa y dejarlo todo para ir a machacar al vecino, incluso venciendo, te deja tocado, pero en esencia seguimos siendo, biológicamente, prácticamente el mismo bicho que se extasiaba hace dos mil cuatrocientos años con el ejército en marcha.
Es esa parte de locura, de desorden de los sentimientos y huida de los procesos racionales, esa parte más animal que tenemos, la que se manifiesta en la guerra y en el amor. Quizá de ahí que desde antiguo se haya identificado esa similitud a través, entre otros, de ese compartir raíz lingüística. ¿Qué guerra podemos librar a besos? ¿Hemos combatido tú y yo alguna vez a puro besarnos? No tengo conciencia de que eso nos haya sucedido, pero sin duda algún observador externo, que te haya visto como yo hermosa como un ejército en marcha, podría interpretar que aquél besarnos nuestro entre hambriento y desesperado no era otra cosa que una batalla en la que intentamos conquistar con los besos de nuestras bocas los diferentes accidentes geográficos del campo para ganar ventaja estratégica.
Conquistar con el esfuerzo de la lengua el bastión de uno de tus pezones es un logro que se celebra en el cuartel general casi como si se hubiera firmado el armisticio. Y sé que en el bando contrario obligar a mis labios a rendirse a la dulzura salada de tu sexo también es visto con ojos entornados y comentado entre suspiros.
SEIS.
A la hora de ir dando forma a un texto, la teoría nos habla de esa estructura clásica de planteamiento, nudo y desenlace, lo que cuando hablamos de un relato de corte erótico parece obligarnos a encontrar la manera de presentar la situación, los personajes, narrar el encuentro y cerrar el asunto con más o menos gracia.
Mi idea de los besos no avanzaba demasiado bien porque no conseguía entender cómo iba a hacer para llevar la acción desde el anhelo de ser besado al sexo. Careciendo de la posibilidad de parafrasear el Cantar de los Cantares, porque el argumento no es suficientemente conocido y porque tampoco tiene un desarrollo narrativo suficientemente interesante, volví a los textos presentados al concurso a la búsqueda y captura de la inspiración.
Me encontré con un texto relativamente breve, que transcurre en apenas una tarde noche, en un momento cotidiano que, sin embargo, se eleva a lo extraordinario en virtud de dos o tres señales lanzadas por un personaje, interpretadas por otro y saboreadas por el lector como si fueran propias. ¿Quién no ha vivido algo así, señales que sugieren pero que no aclaran, indicios que siembran la duda de si es tu imaginación o está pasando realmente lo que crees que está pasando? En algunas ocasiones, en esos momentos, te lanzas y fracasas; en otras no te lanzas y vives siempre con la duda.
Maravilloso cuando te lanzas y aciertas, pero el texto es glorioso y se queda en la segunda opción porque permite desarrollar una tensión erótica maravillosa que tiene, por un lado, el ansia del deseo y, por el otro, la dulzura de mantener la ignorancia. ¿Te acuerdas la primera vez, cuando teníamos la duda de si realmente acabaríamos conociéndonos plenamente? Lo habíamos hablado, sabíamos que queríamos... pero hasta no estar desnudos el uno junto al otro, no lo sabíamos, no estaba pasando, no nos dábamos al otro, no nos desvelábamos para que el otro nos explorase y conociese hasta donde quisiera llegar.
En nuestro caso fue un viaje en taxi, en el relato son unas horas con algunos roces quizá casuales, algún comentario quizá sin el sentido que la protagonista cree que tiene... Me llevó a mi momento de señales, a tu mirada sentados en la terraza donde charlamos, fumamos y bebimos casi como si nos conociéramos de toda la vida a pesar de que apenas hacía unos minutos que nos habíamos hecho cuerpo el uno para el otro. Nosotros sí que salimos de la oscuridad de la ignorancia para ir hacia la luz del sabernos desnudos y amantes, no así la protagonista de la historia ofrecida, que queda en la penumbra pese a, apunta, algún destello propio entre las sábanas.
Hay en ese hurtarle al lector la satisfacción de ver la tensión resuelta como una especie de manifestación del Eros plena y contundente. Porque no se le demora la satisfacción o se le aplaza, sino que se le hurta sin más. Hasta el final no se desvela que no va a pasar lo que quieres que pase mientras avanzas por el texto, que te vas a quedar con las ganas igual que la protagonista. Pero es justo en ese compartir la intimidad central con la narradora lo que lleva a que, si entras al juego, te envuelva con esa sensación conocida de la incertidumbre cuando de una nueva relación se habla.
Por eso me llevó a recordarnos, claro, en ese primer momento de presencia y carnalidad. El mundo, que ya no es lo que era y dentro de un rato volverá a dejar de serlo, nos había permitido tener conocimiento de nuestras existencias, pero no de nuestros cuerpos. Antes, casi venían simultáneamente. Hoy hay quien llama amistad a quien no vio jamás. Por eso es un bello disparate el acceder al cuerpo al estilo de la vieja escuela, con los nervios y los miedos y las reservas propias de quien jamás llegó hasta allí, aunque de forma tecnológicamente mediada hayamos llegado mucho más lejos mucho antes de que nos besen los besos de su boca.
SIETE.
El Cantar culmina la relación erótica, casi ya al final del texto y, por el camino, el amado y la amada se van a ir lanzando piropos, describiéndose a través de los ojos del enamoramiento pero también de la pasión, y de este modo la amada será novia y hermana, y de amores sabrosos, mejores que el vino. Y ella, cuando el amado trate de abrir la puerta metiendo la mano por el hueco de la cerradura, sentirá cómo sus entrañas se estremecen y se levantará a abrir a su amado y, entonces, descubrirá que sus dedos destilan mirra en el pestillo de la cerradura.
Hay toda una búsqueda del placer en la satisfacción del deseo que no se nos quita, aunque se nos demora. No hay un acceso automático al gozo, sino un disfrutarse en la excitación de la espera. Se sabe lo que va a pasar, pero no se precipitan los acontecimientos porque no es el clímax lo importante, sino todo lo que le rodea. Cuando deseo que me beses con los besos de tu boca, realmente, ¿qué es lo que deseo?
¿Quiero que me estés besando, ya? ¿O quiero todo el proceso, quiero concertar el encuentro, buscar la fecha, pactar el sitio? ¿Quiero tus labios sobre los míos, o quiero caminar hasta verte a lo lejos, disfrutar de tu visión mientras me acerco, darnos un beso que es saludo, que aún no es el beso de tu boca con el que quiero que me beses, pero que sirve para recuperar la memoria de tus labios y excusa para abrazarnos y para que en el abrazo tu cuerpo tome conciencia del mío y el mío del tuyo, con lo que tiene del despertar del calor y el deseo?
Llegado ese momento, ¿cuántos besos, con cuántos me daré por satisfecho? ¿A partir de cuántos besos decidiremos que no hay ya necesidad de más y que podemos dar por saciada la pulsión erótica?
Dice Catulo en el VII epigrama, que
«Tantos, tantos
besos habrás de dar cuando lo beses
al loco de Catulo,
que diré que me bastan y me sobran
si no pueden contarlos los curiosos
ni maldecirlos con su mala lengua» (7)
Al final, llegado el momento, siempre hay un tope, un momento a partir del cual los besos paran, cesan, y nos cubrimos los cuerpos y necesariamente nos separamos, pero ese número que sin duda existe nos es desconocido porque no contamos, ni nadie hay quien cuente, ni los curiosos. Viene el final por el tiempo, por los días y las horas y nuestros calendarios y horarios y porque, como decía el maravilloso poeta Javier Krahe de Salas, no todo va a ser follar. Pero el hecho de que exista ese número concreto no quiere decir que suponga límite alguno, sino que sencillamente resultó así.
OCHO.
La idea de poder contar tus besos en un relato me resulta tentadora siempre, porque tus besos me resultan tentadores, me llaman, los busco, quiero que me beses con los besos de tu boca. El problema es cómo hacer que llegue a conocer, en la historia contenida en un relato, que mi deseo son los besos (los de tu boca). Buscando inspiración, volví a los textos presentados a concurso.
Acabé con mis huesos en el día del libro, curioseando como la protagonista, buscando la próxima víctima de su pasión por los libros. Hay algo de fetiche en el libro físico, nos dicen. Yo creo que también tiene algo de liturgia, de celebración, de alabanza de la vida y sus disfrutes: el papel, el tacto, el olor... También tu tacto y tu olor tienen algo de liturgia y celebración y alabanza de la vida. Tacto y olfato son sentidos muy diferentes: el tacto mantiene fuera su objeto, el olfato lo introduce dentro de nosotros, pero al conocer a través de ellos encontramos que todo el cuerpo exterior, la piel que nos recubre, puede sentir el exterior, tu piel, por ejemplo, cuando estamos juntos y desnudos, y todo nuestro interior puede llenarse si hinchamos los pulmones, por ejemplo, con tu aroma. Tacto y olfato nos transforman en un ser sintiente total, volcado en aquello que sentimos por dentro y por fuera.
El disparador del encuentro en el relato era el tacto. Casual, al principio, claro, pero cargado de significado poco después. Y será ese mismo tacto el protagonista de la resolución de la tensión sexual y metido en la historia me venía la sensación a los dedos de la primera vez que terminaste en mi mano, cómo sentí tu estremecerte por el placer en mis dedos y cómo, de pronto, había llovido y estaban las sábanas mojadas, porque para urgencias de cuarto de baño ya acumulamos una edad. Aquel recuerdo me trajo otros, volví a dejarme llevar por el hecho de que la memoria recuerda lo que quiere y poco a poco supe que volvías a excitarme sin saberlo tú, en tu ausencia y posiblemente por causa de alguien que no nos conoce a ninguno de los dos, pero que me había abierto la puerta a tu memoria y mi deseo.
Ojalá, pensaba, me besara con los besos de su boca. Y en ese momento de excitación por lo suscitado en la lectura, supe que ahí lo que deseaba era realmente el beso, ya no el proceso, ya no todas las sensaciones previas, porque ya estaba ahí, porque mi cuerpo, en ese momento, me estaba gritando que es ella y su boca y sus besos y lo que no son sus besos y lo que no es su boca, la causa de que ande mi erección queriendo respuestas. Hay veces, como sucede en el texto, que un protagonista decide quererse y a partir de ahí el mundo gira distinto y cambia de ritmo y todo es diferente porque se mira desde un lugar distinto que, quizá, no sea maravilloso, pero el mero hecho de que haya dejado de ser como era ya es importante.
Me quedé por un momento acariciándome despacio por encima del pantalón mientras trataba de recordar cómo fue que nos conocimos, tú y yo, porque a modo de la protagonista, aunque yo no diría que había decidido quererme, estaba empezando un viaje diferente en lo que viene siendo mi periplo vital. Ya sé que tú lo recuerdas, porque tienes mucha más memoria, o mejor, o quizá más atenta a las cosas importantes; también es cierto que en un momento así, empalmado y ligeramente disfrutón, no está la cabeza, la de arriba, para muchos pensamientos, pero ahí andaba yo, dándole a las dos cabezas, cada una en lo suyo.
Pensar en cómo fue que nos conocimos me hizo volver a las veces que nos hemos conocido y recreado y, en ese momento, gana ya por goleada la cabeza de abajo, y para qué queremos más. Soñando tus besos, tu olor, tu voz, tu cuerpo todo hecho vida junto al mío, y no mi mano, que es mía y obedece mis órdenes, sino tu cuerpo que es tuyo y me es totalmente ajeno en su voluntad, aunque lo siento como propio cuando nos hacemos uno y a mis movimientos reacciona con los suyos y yo a los suyos con los míos, sin saber realmente en algunos momentos quién está decidiendo qué hacemos, sino que parece más bien que somos una especie de producto emergente, que no somos dos amantes sino una especie de bola de energía sexual desarrollándose de forma autónoma; en ese ensueño del recuerdo de cómo alguna vez me has dicho «fóllame» y he tenido que follarte porque eso va así y no hay mucho más que argumentar ya que, cuando te mandan follar y tu piel está desnuda, también estás desnudo de argumentos y, si no vas a discutir, más vale cumplir el encargo lo mejor posible; en el momento en que mi mente revisitaba cómo los besos de tu boca me han besado el cuerpo entero y en especial el miembro hinchado y brillante por el deseo, sacándole a ese mismo deseo todo el jugo, exprimiéndolo hasta que no queda ni gota de fuerza vital en él de modo y manera que me ha llevado al colapso tras hacerme subir a lo más alto de la excitación, me abandoné al orgasmo.
NUEVE.
La redacción del relato para el concurso se me iba complicando porque cada vez que acudía a los que ya habían participado buscando alguna pista, alguna idea de por dónde podría yo ir a la hora de materializar el texto, acababa encontrando una ventana, cuando no ventanal o balconada, al mundo del deseo que me llevaba a perder la capacidad de permanecer concentrado en el texto, centrándome más bien en ti, en los besos de tu boca, y en mí, por añadidura, en mi poco disimulable excitación. Algunos textos se dirigieron tan certeramente a mi entrepierna que, metido en la fantasía, no pude más que disfrutarlos, disfrutar y disfrutarme.
Al final, como había sospechado, la mejor manera de conseguir mi objetivo de presentar un relato ganador no era pasar los ratos masturbándome con lecturas ajenas, pero como ya se dijo, ¿qué quieren que yo le haga? Decidí disfrutar del camino de los textos presentados al concurso, más que buscar llegar al destino, saborear el paisaje y pasar unos ratos encantadoramente cálidos y relajantes tras las maravillosas excitaciones alcanzadas.
Como a los cinco minutos de cerrarse el plazo de presentación de relatos para el concurso me llegó tu mensaje por Telegram. Que no encuentras mi texto, dices: que no puedes votarme.
—Difícil sería que lo encontrases... No me ha dado tiempo a terminarlo, no lo he podido mandar.
—¿Que no te ha dado tiempo a terminarlo? No me lo creo...
Lo peor es que, encima, eres inteligente, jodía. No es solo que quiera que me beses con los besos de tu boca, sino que además quiero que me hables con las palabras de tu boca, porque salen de esa cabeza que tienes que te hace tener ese atractivo especial para mí.
Lo mejor es que seas tú, sin duda. ¿Recuerdas cuando una vez te confesé que a veces no sé lo que pinto aquí? Me dijiste: encontrarte conmigo.
Bravo.
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A MODO DE REFERENCIAS:
1. - Juan de la Cueva: Ejemplar poético. Espasa-Calpe (Madrid), 1973. Pág. 159.
2. - Lope de Vega Carpio: La Gatomaquia, Castalia (Madrid), 1982. Pág. 182.
3. - Byung-Chul Han: La salvación de lo bello. Herder (Madrid), 2015. Pág. 55.
4. - Jean-Marie Goulemot: Esos libros que se leen solo con una mano. Ediciones Oria (Alegia), 1996. Pág. 94.
5. - Jesús Luque Moreno: Besos de Catulo. Emérita, Revista de Lingüística y Filología Clásica, LXXXVI, 1, 2018, pp. 72.
6. - Miguel de Cervantes: Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, XXXI, ed. Centro Virtual Cervantes.
7. - Catulo: Epigramas. Ed. Bilingüe de J.C. Fernández Corte, Cátedra, Madrid, 2000.
LOS TEXTOS DEL CONCURSO MENCIONADOS:
Él, que son ellos - Relatos Eróticos: Él, que son ellos
Lola y el soldadito de plomo - Relatos Eróticos: LOLA Y EL SOLDADITO DE PLOMO
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Ese 23 de abril - Relatos Eróticos: Ese 23 de Abril