Ese 23 de Abril
Aquel 23 de Abril decidió que iba a quererse.Se puso un vestido alegre y vaporoso, acorde con los días de calor que empezaban a asomar en Barcelona, se pintó los labios rojos para confundirlos entre las mil rosas que ese día inundaban su ciudad, y sus ojos, como un libro abierto en mitad de su historia, presagiaban un giro inesperado en aquel día alegre de primavera floreciente.
Salió a la calle con su mejor sonrisa y se fue a pasear por la ciudad colmada de rosas, libros y alegría. Paseó entre el gentío buscando su presa, despacio, observando, sin prisa, como la buena comida que se cocina a fuego lento. Sin perder detalle, parándose en todos los puestos de flores y libros, examinando, pasando sus manos por encima de esos ejemplares variados, pensando en el olor del papel nuevo al abrir un libro, en el tacto de las hojas al ir pasándolas mientras se emociona con la historia relatada; No se acostumbraba al formato digital, le podía la nostalgia de palpar con sus manos los libros, sentirlos, era como una especie de fetiche, un ritual, escoger el libro, poseerlo, abrir esa última página y leer el final para luego enfrascarse en el mundo de esa historia y hacerla suya por ratitos, era un placer como pocos para ella.
En sus pensamientos se hallaba, pasando sus dedos por encima de los libros cuando uno llamó su atención, recorrió su portada con la cara de una chica besando una espalda “Lo que no sabía de mi” era el título, cerró los ojos mientras notaba las sensaciones que le provocaba ese libro y notó su piel erizada, subiendo por su espalda hasta su cuello. Levantó sus párpados notando el roce de una mano con la suya, siguió con la vista esa suave y tierna mano que sutilmente la acariciaba hasta encontrarse con la preciosa sonrisa de una mujer que la miraba con la misma cara de sorpresa que ella tenía puesta. Ninguna de las dos retiró la mano, durante unos segundos siguieron allí, en mitad de la multitud, mirándose, sus manos tocándose delicadamente y sintiendo lo que fuera que estuviera pasando allí, como si en sus cabezas sonará “andar conmigo” de Julieta Venegas. Después de tan solo unos segundos el librero del puesto las sacó de su catarsis comentando que era el último ejemplar que les quedaba, sonrieron como si fueran dos amigas de toda la vida, y al unísono dijeron -tendremos que compartirlo- rieron, pagaron y decidieron ir a una cafetería un poco escondida, a descubrirse junto a Sibila Feijo, la autora de ese libro que acababan de comprar juntas.
No dejaron de hablar durante todo el café que compartieron y sus manos no cesaron de buscarse la una a la otra en todo momento, el hambre voraz de sus labios les pedía a ambas fundir sus bocas en una, sus dedos entrelazados demandaban más piel a la que sucumbir, y al final, sus miradas gritaron lo que sus silencios callaban, y lentamente sus ojos se acercaron, sus narices se rozaron, sus alientos suspiraron al unísono el anhelo del inminente enlace de sus lenguas, que al rozarse hizo arder sus cuerpos delante de aquel libro que las había cruzado aquella mañana de Sant Jordi. La pasión no pudo esperar, sus cuerpos ardientes necesitaban ser saciados, sus manos ya se buscaban bajo sus faldas, sus labios, entregados al placer humedecían sus bocas y sus bragas, y el tsunami que estaban provocando no podía esperar más para arrasarlo todo.
Metieron su libro en el bolso, se levantaron y buscaron el baño, y allí, mirándose, con sus frentes pegadas y sus manos metidas en las bragas de la otra, besándose acallaban sus gemidos, mientras sus dedos se hundían en sus sexos, aplacando las llamas de su incendio con la humedad de sus orgasmos. Y así sin más es como suceden las mejores historias.
De vuelta a casa y con el libro en la mano, retomó su ritual fetiche de tocar y oler su nuevo libro y lo abrió buscando la última página para leer la última frase antes de empezarlo y curiosamente decía así “continuará”.