DÍAS DE VINO Y ROSAS
Primero era un vino, ¿recuerdas? Siempre fue nuestra excusa preferida. Siempre la misma conversación cuando descolgabas el teléfono.
- Te invito a un vino y nos ponemos al día.
- Tú lo que quieres es ponerte a cuatro, bandida…
- Nadie me pone a cuatro como tú… - y nos reíamos a la par.
Días de vino y rosas que acababan en noches de seducción, lujuria, deseo y hambre que se saciaba en todas las direcciones y con todos los sentidos puestos en el menú.
En aquella mesa, siempre la misma, nos veíamos una vez al mes. Con un vino de por medio (alguno más), te miraba mientras me contabas mil y una historias (que pare ya, por favor, rogaba en silencio).
Tu boca me tentaba. Tus manos me provocaban. Tu olor me alteraba. Tú y solo tú, tu sola presencia me llenaba las pupilas y el alma. Y no necesitaba más, nada más, a nadie más. Hasta el mes siguiente, que volvía a llamarte, cuando volvía a necesitar tenerte enfrente (y detrás).
Así llegaste a mi vida. Así nos encontramos. Necesitados de besos. Famélicos de caricias. Ávidos de sensaciones. Buscando conjugar, en piel ajena, los verbos que se nos amontonaban en la punta de la lengua y en la yema de los dedos.
Pero un día no te llamé. Y tú no me llamaste. No pasó nada y nos pasó todo. Nos apagamos, sin más.
Y así cambiamos de miradas, de sonrisas, de pieles y de besos. Pies ligeros, anduvimos otros caminos, bailamos -rejuvenecidos- en otras manos, sedujimos otros ojos y tentamos otras bocas.
A veces pienso en ti, y te extraño. Y pienso en qué hubiera pasado si no me(te) hubiera(s) ido, como si aún pudiera seguir soñ…
Suena el teléfono:
- Te invito a un vino y nos ponemos al día.
- Tú lo que quieres es ponerme a cuatro, bandido…
- Nadie se pone a cuatro como tú… - y nos reímos a la par…
(Quizá lo más honesto sea decir adiós desde el principio…)