La ruta del golfo (de Bizkaia)
Repost de un relato publicado en un grupo que desapareció.Cualquier parecido con la realidad es “ya-te-gustaría-majo”. Una ruta que hice, un lugar en el que pasé la noche y poco más.
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Parafraseando a Cervantes, la del alba sería cuando VoodooChild salió de su casa tan gallardo, tan ufano por verse empacado y montado para su aventura que el orgullo le reventaba por las juntas de la moto. Flotando en mi fantasía easyridera pasaba por las estaciones de servicio como un forastero que venía de muy lejos, que se iba más lejos todavía y al que nunca verían otra vez. Me sentaba a comer de mis provisiones como si no tuviese dinero para una caña y un pincho de tortilla, parar media hora y picar cualquier cosa era suficiente. Me alimentaba del paisaje y soñaba con las historias que me estaban esperando en el camino.
Por muy bien que sepamos que el tiempo funciona así no, deja de sorprender lo largos que se hacen 30 km un lunes cualquiera, cuánto pesan en los riñones, y al contrario ahora sin darme cuenta estaba cruzando el paso de la Autovía del Norte entre las sierras de Urbasa, Aizkorri y Aralar. Estaba en otro mundo, de cimas escarpadas y bosques infinitos. ¿Cómo será la vida en los pueblos a los pies de esas montañas? Hubiese vivido una vida debajo de cada árbol.
Esa fascinación —y el navegador del móvil— me llevaron al otro lado de la frontera y hasta Saint-Jean-de Luz. Crucé el pueblo y seguí deambulando, esperando que apareciera el lugar ideal para pasar la noche, entre el tráfico cansino de una tarde de pueblo de veraneo, cuando me pasó rozando una chica en un scooter, zigzaguenado entre los coches.
"Sigue al conejo blanco" me dijo mi cabeza, y abandoné la plácida pachorra para lanzarme entre los dos carriles a ver dónde me llevaba el rebufo de su falda. A suficiente distancia como para observarla sin ser el típico chulo de la moto, pero sin querer perder de vista a esa preciosa macarra de 50cc. La alcancé mucho más alante en un cruce donde los coches no parecían dispuestos a tener consideración por el ceda el paso. El ruido gangoso del scooter delataba su impaciencia. En un gesto que tengo que admitir no sin vergüenza que no tenía otro motivo que hacerme notar, crucé la moto en el carril obligando a aminorar al coche que venía y haciendo un gesto con la cabeza le cedí el paso. Abrió gas y se perdió por la pequeña carretera. Yo seguí su camino ya a mi ritmo, pensando todavía en lo imprudente que me parece conducir con falda pero lo mucho que me alegraba de que luciera esas piernas. A mi paso aparecían las entradas de varios campings y más adelante un camino asfaltado bajaba hasta una playa.
Algunos surfers volvían ya a la hilera de furgos que ocupaban todo lo largo del camino mientras otros apuraban las últimas olas con luz. Aparqué al final y bajé a pasear por la playa, tanteando a la vez opciones para dormir. Vi un hueco entre los árboles que crecían a pie de playa al que sólo le faltaba un cartel que dijera "entra aquí". A pocos metros ya no se veía nada y una vez que me acerqué vi que el espacio era amplio y llano.
Volví donde había dejado la moto. Al pasar por detrás de una autocaravana me encontré, sorpresa, con el scooter rojo.
Estuve tanteando a la gente que hablaba inglés o chapurreaba español sobre las posibilidades de pernoctar allí. Muchos se quedarían en sus furgos y por lo que decían estaba tolerado.
Desenganché los bultos y me senté en un banco a picar algo de cena a la espera de que oscureciera para montármelo en plan discreto. De la caravana en la que estaba el scooter vi asomar una falda que reconocía sin duda, que vestía las piernas igualmente conocidas de una mujer que ahora bajaba con desparpajo por el aparcamiento. Era una mujer de aspecto corriente pero tenía esa actitud que hacía que te quedases mirándola. Pelo rubio blanquecino de sol y salitre y la piel curtida. Surfer seguro, veterana. No pareció reparar en la moto, mucho menos en su conductor cuando pasó a mi lado camino de la playa.
Con las últimas luces me fui a mi "campamento secreto", de momento llevaba sólo la pequeña tienda de trekking, una especie de medio tubo con el tamaño justo para dormir seco y a salvo de bichos, que para ser la primera vez no tardé mucho en montar. Luego volví con el resto de mis trastos. Ya instalado bajé a la playa, me quité los vaqueros en la orilla y me metí en el agua para refrescarme y quitarme el sudor de todo el día de ruta. Qué gusto daba dejarme acariciar por el mar. Entonces caí en la cuenta. ¡Hacía dos años de la última vez! Me froté despacio todo el cuerpo, no era una ducha pero me hacía sentir limpio. Tampoco recordaba lo erógena que resultaba el agua desnudo. Hice el muerto y me dejé mecer un rato.
Me despertó un golpe contra la tienda. ¿Qué pasa, qué pasa? Un perro, la policía, alguien quería robarme, un gilipollas con ganas de molestar,... se juntaron todos en mi cabeza mientras salía de a rastras de mi sarcófago de lona preparándome para lo que fuese. Delante de mí empecé a intuir una figura humana. Cerré los puños poniéndome en lo peor y empecé a gritarle unos mecagüentuputamadre y tearrancolacabeza, de esos que salen sin pensar en momentos así. La figura soltó una carcajada intercalada con un parloteo en gabacho del que sólo entendí un par de désolé con voz de mujer. Todavía tenía el corazón en la boca y sólo pude balbucear "You scared the shit out of me", no sé por qué en inglés. Ella siguió parloteando y se lo repetí más despacio más alto y gesticulando. Señalé la tienda. La miró, siguió con su soliloquio y dio una vuelta alrededor. Descolgó mis vaqueros de una rama y me los tendió. Entonces me di cuenta de que había salido de la tienda en pelotas. Mientras me "vestía" se asomó a la entrada de la tienda. Cuando se agachó perdió un poco el equilibrio. La cosa empezaba a encajar porque un poco más alante escuchaba algo de jarana. Metió medio cuerpo dentro de la tienda y ya en español le dije que saliera de ahí, que no tenía ganas de que una tía medio bolinga salida de la nada revolviera mis cosas. Intenté tirar de ella por un pie, vaaa sal de ahí tía, pero se puso a patalear y reírse. Asomé la cabeza y la vi con el brazo extendido tocando la tela, debía estar diciendo qué tienda más pequeña o algo así. Di un par de palmadas acompañadas de un alé, alé. Salió refunfuñando. Pensé que mi demonio de los bosques particular se marchaba hacia la playa pero se detuvo y sacudiendo la mano dijo algo que entendí como un, "¿Vienes o qué?». Claro socia, ya que estamos…
La seguí hacia la orilla. Se quitó la camiseta, se sacudió las sandalias y giró un instante supongo que por saber si yo seguía ahí. Tenía unos pechitos preciosos, hasta este momento no me había parado a pensar si me parecía que fuese guapa o estuviese buena. Se alejó corriendo y ya sólo vi una braga de bikini amarillo desaparecer en el agua. Tiré mi vaquero junto a su camiseta y la seguí.
Chapoteamos juntos, a cierta distancia mirándonos de vez en cuando. Por un segundo me olvidé del placer del agua y me imaginé en un ascensor sin saber qué decir. Entonces caí en la cuenta de que podía decir lo primero que se me pasara por la cabeza porque total, tampoco me iba a entender. Esa idea me relajó, y me acerqué a ella contándole que quién me iba a decir esta mañana cuando salí de Madrid que acabaría el día a 500 km de mi casa nadando con un duende del bosque. Sonrió y me contestó a saber qué. Sin pensar mucho le cogí las manos, ella también agarró las mías. ¿Y ahora? Bueno, vistos los últimos minutos, ¿qué podía pasar? Me acerqué más y dejé de pensar.
¡No puede ser! Me acerqué más todavía, entrecerré los ojos, traté de arañar cada detalle que la luz me permitía. Sólo la había visto unos segundos pero… Sí, seguro. Era ella, la mujer del scooter. Solté sus manos, la señalé diciendo "tú", y después las puse como si sujetara un manillar e hice "brum, brum" con la boca. Soltó una carcajada, yo también me reí de buena gana, y parloteo, gesticuló e hizo muecas entre más risas. O mucho me equivoco o se estaba burlando de la tontería que hice en el cruce. Ni siquiera la entendía y aún así estaba avergonzado así que me metí con ella, con su forma de conducir como una loca y con el ruido de chicharra de su jodido scooter. Algo debió entender porque empezó a salpicarme agua entre su parloteo, sus gestos y sus burlas. Se lo devolví y ahí estábamos el duende y yo metiéndonos uno con otro, salpicándonos y riéndonos hasta que se hizo ese típico silencio repentino. Nos miramos un par de larguísimos segundos que terminaron con una manotada de agua en la cara y ella caminando hacia la orilla.
Salimos del agua y buscamos la ropa entre la oscuridad. Se escurrió el pelo y se sacudió el agua. Yo también salté, me estrujé y me sacudí, algunas gotas en su cara, a lo que respondió con media sonrisa y una patada de arena contra mi pierna. Se puso la camiseta, se calló las sandalias y se dispuso a caminar playa arriba. Yo sin embargo me puse los vaqueros aún con el culo mojado y me senté en la arena. Ahí me quedé mirando el mar y recreándome en mi propia felicidad. Había sido un día maravilloso y excitante. El duende se sentó a mi lado. Me miró y dijo algo, ahora no parloteaba, hablaba despacio y suave. Me di cuenta de que su voz era dulce. "Y tú tienes un rollo muy atractivo que me flipa", le respondí hablando a mi bola. "Además me está apeteciendo un montón comerte la boca". Y como no entendía lo que me contestó decidí traducirlo por "ya estás tardando".
Nos tanteamos los labios como los dos desconocidos que éramos. En contraste con el salitre su boca sabía dulce y fresca. Mordisqueé su labio inferior, ella lamió los míos, nuestras lenguas empezaron a explorar más allá. Inclinó la cabeza hacia atrás y sacó la lengua, como si me leyese el pensamiento, la metí en mi boca y la chupé despacio, disfrutando de su viscosa suavidad. Giró ágilmente y se sentó a horcajadas sobre mi. Sus labios se abrieron sobre los míos y se volvieron más calientes, nos comimos el uno al otro, cada vez con más ansia hasta follarnos mutuamente la boca, al tiempo que nuestras caderas se apretaban y me sujetaba fuerte entre sus muslos. Mis manos subieron por sus costados, las palmas bien abiertas, queriendo abarcarla entera, despacio pero con fuerza. Me agarró una mano y la llevó directamente a su culo, no se andaba con rodeos, y lo agarré con las mismas ganas, nalgas duras a juego con los dorsales que acababa de palpar. Metí las manos dentro de la braga y mis dedos avanzaron hacia la raja de su culo. Apretó apretó más fuerte la cadera, no sé si por frotarse o por facilitar que mis dedos llegaran más lejos. Se quitó la camiseta y pude ver a la luz de menguante sus tetas menudas coronadas por dos pezones gruesos, tiesos y negros, que se erguían desafiando a la noche y que de inmediato fueron a clavarse en mi pecho. Bajó por éste cubriéndolo con sus besos y su saliva hasta llegar a mi cintura, desabrochó mi pantalón agarró mi polla y le dijo hola y adiós con un par de besos húmedos en la punta. Subió de nuevo aún con mi polla en la mano y compartió conmigo el sabor de la humedad de ésta que traía en los labios. Con la mano aprisionada entre su vientre y el mío me masturbó sin la menor suavidad, agarrándomela bien fuerte mientras seguíamos enganchados por la boca. Mi mano derecha le correspondió palpándole el coño mojado, mientras la izquierda se enmarañaba entre su pelo rubio de mar. La postura no me dejaba mover bien los dedos aunque no parecía estar por sutilezas y se apretaba contra mi mano y contra la suya que aprisionaba mi polla, parecía que el frote era todo lo que necesitaba. Alcancé a meter dos dedos y jugándome la muñeca llegué a palpar allí donde la vagina se vuelve rugosa y corta el aliento si se la quiere bien. Nos lancé hacia un lado para tocarla mejor. Hacía rato que nos masturbábamos fuerte y cuando añadí el pulgar contra su clítoris, el redoble de sus jadeos y la presión añadida a mi polla me dieron su bendición. Ya no nos besábamos, sólo gemíamos boca con boca. Me arrancó los vaqueros de mala manera, pateándolos para deshacerse de ellos y se quitó la braga levantando la cadera y las piernas sobre su espalda de un tirón. Me lancé sobre ella pero se revolvió, ella montaba las olas y no al revés. Tanteó entre sus labios con la punta de la polla, la frotó un par de veces así para mojarla bien de su flujo y se la calzó de un golpe. Solté un gemido, casi un grito y clavé los dedos en la arena. A partir de ese momento todo cuanto pude hacer, fue agarrarme a sus caderas, contemplar su torso erguido y dejarme llevar cuesta abajo sin control. Cabalgaba a placer y se frotaba brutalmente con los dedos. De vez en cuando y sin perder el ritmo frenético bajaba hasta mi y nuestras bocas emulaban el enganche desesperado de nuestros sexos. Cuando se tiró una última vez sobre mi pecho ahogando un grito con la cabeza escondida contra mi cuello y martilleando con su placer mi oído, la agarré fuerte por el culo y la ayudé en las últimas embestidas, que me dejaron el tiempo justo para sacarla. Metí la polla entre sus nalgas y me masturbé con ellas para terminar despacio y muy intenso, sacudiendo todos mis nervios. Así tumbados nos quedamos, con el cosquilleo de nuestros jugos resbalando sobre mi.
El ruido del rastrillo que limpiaba la playa me despertó. Estaba desnudo y desde lejos podía ver las miradas del personal de limpieza. Corrí hacia el agua todavía aturdido, me di un chapuzón rápido y volví a ponerme los vaqueros. Recogí, guardé, empaqueté y volví por el camino que subía al aparcamiento, hacia mi moto. Tiré las cosas a su lado y seguí caminando entre las furgonetas. No había rastro del scooter ni de la autocaravana.