Siete pares de ojos

Quise que cinco vidas desconocidas llegaran a la mía. Tres horas, solo durante tres horas. Cuatro, a lo sumo. No me importaban estas en realidad, sino las manos de quienes las vivían. Unas manos anónimas que ahora se deslizan por todo mi cuerpo y me erizan la piel.
No sé sus nombres ni ellos el mío. Me gusta gemirle a nadie en concreto. Solo sabemos los unos de los otros lo que buscamos hoy: placer, morbo, sensualidad. Después, sexualidad, pura y dura.
Entre copas, mientras hemos hablado de gustos y límites, las miradas nos han chivado que conectamos.
No es fácil.
Es la primera vez que a seis pares de ojos les gusta lo que ven. Siete, en realidad, porque mi marido, sentado frente a mí en el sillón con una postura cómoda y segura, asintió mientras me sonreía con picardía. Ha sido el artífice de esto y va a disfrutarlo plenamente.
Dejo de pensar en el antes y me centro en el ahora.
Uno de ellos amasa mis tetas con tacto. Aprovechando mi postura a cuatro patas, y estando justo delante de mi rostro, me besa con calma mientras sopesa uno de mis pechos y estimula mi pezón, previamente lubricado con la caliente saliva que ha dejado ahí. Puedo ver desde aquí cómo se toca, cómo desliza la piel de su polla con tanta suavidad como sus labios bailan entre los míos.
A su lado, de pie sobre el colchón que sujeta mi peso y va a ser espectador directo de esta gran noche, se encuentra otro. Puedo notar sus nervios mientras se masturba, consciente de que aún no está duro.
—Tranquilo, yo te ayudo —le digo justo cuando tengo la boca libre. Me sonríe desde arriba mientras me acerco y con calma, lengua, saliva y destreza consigo esa dureza de su miembro.
A ambos lados, dos más. Y detrás de mí, otro. Se recrean con cada parte de mi cuerpo. Me acarician y yo me estremezco. Hombros, espalda, pechos, trasero, piernas. Los pequeños bocaditos se añaden al festín de manos y van subiendo de intensidad. Uno besa mi costado, otros me muerden sin dejar de tocar. De vez en cuando, una lengua asoma y me recorre.
Mi acompañante, el chico nervioso, ya está duro, y yo al borde del colapso. La mamada se intensifica y los movimientos de mi cuerpo también. Necesito que me toquen el coño, que me laman y correrme. Necesito que me llenen entre todos y explotar. No obstante, la espera es larga y sé que la llegada será apoteósica.
Dulce y rica espera, cuánto te anhelo.
Giro el rostro para observar a mi marido. Sus ojos brillan tan o más ansioso que los míos. Su sonrisa ha desaparecido y ahora solo queda una mandíbula prieta, como el pantalón negro a punto de reventar.
—Quiero que te toques —le pido desde mi posición.
—Y yo deseo que te follen.
Sonrío al ver cómo se muerde el labio de manera inconsciente mientras se acomoda la polla en el pantalón. Después, busco con la mirada a mis cinco acompañantes sin nombre. Todos parecen desear lo mismo.
Mi marido bebe un trago de su copa y la suelta sobre la mesita que tiene al lado.
Sé que es el momento.
Un asentimiento de cabeza por mi parte y, ahora sí, que empiece lo bueno.