Lola y el cuento del señor danés

Lola y el cuento del señor danés
Las uñas de porcelana arañaban dulcemente la espalda de Víctor. La lengua del filólogo titilaba sobre el clítoris de Lola.
• Joder...no me lo puedo creer… me están comiendo el coño delante del mar...Uffff !
Víctor tenía un apartamento en aquel edificio, a 50 metros de la playa. Desde la cuarta planta el chocho de Lola disfrutaba de la sabia lengua del profesor, mientras que los ojos de la muy hembra alisaban el Mediterráneo.
Hacía pocos días que el profesor y la peluquera vivían juntos. Lola podía llenar su estómago y su vulva con Víctor. Y encima gozaba de una libertad sexual que estaba vedada para el filólogo. Ése era el acuerdo entre los dos.
. Cariño, no me quiero correr. Quiero desearte todo el día- dijo el hombre, tras retirar su pene de la vagina de la mujer.
• No te entiendo. Me gusta que los tíos acaben en mi coño. Decididamente eres tú, Víctor- respondió ella, con un tono de reproche.
• Tengo que irme, Lola. Empiezo las clases en media hora.

Era lunes. Víctor sabía donde pasaría Lola el día, pero no con quién. Prefería no pensar. Su mente se fue a la isla de Fionia, en Dinamarca, donde un hombre feo se imaginaba a un soldado cojo, enamorado de una bailarina de juguete. Ese día tenía clase de composición con los alumnos de 1º. El tema era la escritura de cuentos y el profesor pensaba ilustrar la clase con “ El soldadito de plomo “, uno de los tantos relatos tristes de Hans Christian Andersen.

“ Eranse una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, como fundidos que habían sido de un cucharón del mismo metal “ en el momento en que Víctor empezaba la lectura del cuento, el asiento de fiat Cinquecento de Lola besaba las nalgas de su propietaria. La mini negra apenas tapaba el culo de la peluquera y ponía en contacto el tanga con el cuero de la tapicería. El chocho de Lola rabiaba. No le gustaba estar huérfano de semen.
• “ Me tengo que follar a algún ejecutivo esta mañana. Esto no se queda así “- sintió, rabioso, el coño- Me hace falta leche de macho.
Y el cerebro de la propietaria de la vulva asentía mientras el cinqüe deglutía los quilómetros que lo separaban de Gerona.

El señor rubio, alto y encorbatado, que se sentaba cerca de la mesa donde la peluquera cruzaba sus excitantes piernas, no pudo evitar los movimientos de pene. Lars Henriksen representaba a una marca danesa de productos farmacéuticos, Por suerte siempre llevaba consigo una caja de preservativos. Al sentir los muslos de Lola, tuvo la convicción que su falo de 23 cm no le fallaría. Lola cruzó sus ojos con el azul de los de Lars, y los cuatro presintieron que sus dueños acabarían mezclados en una cama de aquel hotel del centro de Gerona.

“ Esa es la mujer que me convendría-pensó- Aunque es demasiado señora para mí, pues vive en un castillo, mientras yo sólo tengo una caja que he de compartir con otros veinticuatro, y no es lugar adecuado para ella. Pero, en fin, hablando se entiende la gente “. Víctor leía el párrafo en que el soldadito refería la impresión que le había causado la bailarina. El profesor comentaba los elementos del cuento, y ya era la tercera vez que se refería a las ilusiones y las dudas del impávido soldado de plomo. En ese mismo momento el pensamiento de Lars navegaba entre su enhiesta polla, que amenazaba con perforar sus pantalones, y el temor al rechazo de una hembra tan apetecible como Lola. Igual que el protagonista del cuento de Andersen, el alto ejecutivo danés sólo tenía una pierna. Un accidente de moto le había hecho perder la izquierda. Su prótesis era magnífica, pero…

Ya en la alcoba del lujoso hotel, Lola metió su lengua en lo profundo de la boca de Lars. La muy hembra sabía besar como ninguna. Acostumbrada desde bien joven a morrearse con cuatro o cinco chicos en la misma fiesta, su habilidad para moverse en la boca de los machos no tenía parangón. Fue bajando por la corbata del danés para llegar a su entrepierna y sacar un pollón inaudito, dibujando en los labios una O de admiración, que aprovechó para succionar con fruición la verga del caballero nórdico.

“ Entre las llamas, el soldado de plomo sentía un fuego abrasador, aunque no sabía si era el de la chimenea o el de su amor. Fue perdiendo los colores, pero nadie sabría si atribuirlo a efectos del calor o a un sentimiento doloroso . Miraba a la damisela y ella le correspondía. Se sentía derretir, pero se mantenía firme con el fusil al hombro “ Mientras Víctor se acercaba al final del cuento. Lola sintió temblar en sus tragaderas el hermoso cipote de Lars, al tiempo que un par de gotas de leche le mojaron el paladar. Pánico sintió la vulva de la peluquera al imaginar que el ansiado néctar tampoco la llenaría ese día.
La mano izquierda de la mujer apretó desesperada el perineo del señor danés, mientras la derecha asía el exuberante falo para clavarlo en el chorreante coño . El impávido ejecutivo recuperó el control, sacó el enorme cipote del empapadísimo chocho, lo enfundó en un condón de gran tamaño y urdió un movimiento de mete y saca de cinco minutos que acabó sacando brillo a los labios vaginales de la guapa protagonista de nuestras historias.
No sintió el cuerpo de Lola el frio metal de la prótesis de Lars, pero sí el ardiente chorro de semen que el pene del alto ejecutivo desparramó en las entrañas de la muy hembra.

“ Y de súbito, se abrió una puerta y una ráfaga cogió a la bailarina que, volando como una sílfide, fue a parar a la chimenea, donde quedó al momento envuelta en llamas junto al soldado. Éste se acabó de derretir , y cuando al día siguiente limpió la criada de ceniza el hogar, lo encontró en forma de un pequeño corazón de plomo. De la bailarina sólo quedaban las lentejuelas de la rosa “.
Victor acabó de leer el célebre cuento de Hans Christian Andersen. No sabía que en ese instante su bailarina salía de un caro hotel de Gerona con la vulva perlada de lentejuelas blancas, diseminadas allí por Lars, compatriota del escritor que tantos buenos ratos le habia hecho pasar en su vida de lector.
Lola, satisfecha , abrió una puerta del Fiat cinqüe, con sensación de gusto y saciedad en el chocho, Como una sílfide del sexo, tenía un nuevo y robusto ejemplar que añadir a su bosque de atractivos machos catados y disfrutados..
Y ahora le esperaba un apartamento frente al mar y un novio solvente, presentable, comprensivo y amante máximo de su depilado conejo. Lola se sintió feliz..
Inscríbete y participa
¿Quieres participar en el debate?
Hazte miembro de forma gratuita para poder debatir con otras personas sobre temas morbosos o para formular tus propias preguntas.