ATROZ
Le obsesionaba. Después de 7 meses en la misma sala, tenía un miedo atroz a dejar de sentirlo. Aquella instalación le había perturbado desde la primera vez que la vió. Ese Pinocho acostado en su camita, tapado por una mantita de cuadros, con un tubo rojo enorme como nariz, le provocaba escalofríos entre las piernas.
Los mismos que sentía cuando Jorge acercaba sus manos frías a la falda roja, siempre roja, de azafata. "No, le decía, que aquí hay cámaras" pero Jorge siempre encontraba la manera, una caricia sutil al cambiar de sala, un roce suave con el bolígrafo en la cadera...sus manos siempre frías, suaves y hábiles, sabían desabrochar, apartar y acariciar todo a la vez. No importaba si había que esconderse, ni que solo ocurriera en puntos ciegos, cuartos trasteros, o salas vacías, siempre dentro del museo. Aquellas manos frías solo le interesaban desde que pusieron aquella exposición. Y aquel Pinocho.
Y ahora tenía un miedo atroz a dejar de sentir esos escalofríos. Hoy era el último día de la exposición y se le atragantaba el luminoso de la entrada, enorme y festivo, sobre un coche corriente y feo.
NO?
FUTURE!
Todo era como todos los días, los chavales cazaban Wifi en los bancos de la entrada, ajenos a aquella proclama punki, los moritos corrían como locos jugando alrededor del coche para desesperación de Gema, otra falda roja como ella y el escalofrío de imaginarse junto a aquel muñeco en su camita ya le nacía antes de coger el ascensor.
Para colmo había vuelto a tener ese sueño. Gente rara, con cara de drogada, casi como los del concierto del otro día, irrumpían en su sala y le arrancaban la mantita de cuadros al muñeco. Como un resorte, una enorme zanahoria de dibujos animados saltaba de entre sus piernas y empezaba a cantar: " Somewhere over the rainbow, bluebirds fly". Una nube de colgados se lanzaba sobre la zanahoria y la devoraba a grandes mordiscos, mientras la canción se iba convirtiendo en sofocos, gemidos y gritos, parecidos a los que ella reprimía al correrse, con la boca tapada por la mano helada de Jorge, para que no la oyeran en todo el museo.
Al abrirse las puertas del ascensor, casi se da de bruces con el comisario de la exposición, que sonríe complacido con la posibilidad de chocar contra aquella azafata tan atractiva. Con un gesto automático, se coloca la falda y avanza a paso rápido pero insonoro, la lección del silencio bien aprendida, hacia el centro de la sala donde le espera Jorge, todo sonrisa, manos frías, dispuesto a buscar un camino hacia el interior de su falda roja.
Donde quieres terminar..?- aquella pregunta con doble intención lleva un disimulado roce en su pierna derecha con la punta del bolígrafo. Aunque lleva medias, lo siente como si le rozaran directamente el clítoris. -Donde Pinocho por supuesto!! - contesta rápida. Intenta contener el escalofrío que le recorre la espalda y el que lo sabe, retira el bolígrafo de su pierna, hace como que apunta algo en su cuaderno de control y sacando un momento la punta de la lengua susurra, -Cuando acabemos hazte la remolona, tengo preparado algo muy especial....-
Aquella no es una sesión cualquiera, hay una sensación de final de temporada. No es la exposición que más tiempo ha estado en el museo, pero todos los que trabajan esa tarde tienen esa sensación inaprensible de que algo se acaba, que todo va a cambiar de alguna manera. El buen rollo que suele haber entre todo el equipo se convierte en abrazos por los pasillos y cuchicheos en los puntos ciegos. Y cigarros en la azotea, claro está. De varios tipos...
Ella sigue teniendo la sensación de estar ante el borde del abismo, con un pie en el aire y una sensación de vértigo constante. Pero disimula, sonríe y da abrazos como si participara de aquel ambiente tan cálido. Pero sigue teniendo un miedo atroz a dejar de ver aquel muñeco, hasta se le había pasado por la cabeza comprarlo, o robarlo y llevárselo a casa...una locura. Qué haría con él? Que le diría a sus compis de piso? Cuánto puede costar...una fortuna seguro...o como llevárselo sin que entere nadie...tal vez los del almacén se distraen si les hace una visita, - qué tonterías pienso, seguro que acabo en la cárcel. -
Van pasando las horas, el miedo se convierte en sudor frío y la rutina de vigilar el escaso público del domingo le pesa como una losa. Un par de veces tiene que agarrarse las manos y apretar con fuerza hasta ponérselas coloradas, para no sacar a Pinocho de su camita y salir corriendo. Ni la sonrisa de Jorge al pasar, ni sus cuchicheos, -recuerda, quédate por aquí despistada..- ni siquiera un señor con claustrofobia, al que le medio cuenta su sueño con el muñeco, sin saber muy bien porque, mientras le acompaña por las escaleras, logran calmar ese ruido sordo, ese miedo latente, que está casi en cada gesto que hace.
De repente sabe que no puede más, busca a su compañera y con un gesto suave pero claro le indica que va al servicio. Llevan tanto tiempo juntas que casi ni es necesario, pero a solo un cuarto de hora del cierre mejor que no haya problemas. Las ideas corren a tal velocidad mientras se mira en el espejo que ni siquiera escucha los gritos típicos de cierre de exposición, que parecen del FBI, nadie ! ...Nadie ! ......NAdie!! ........NADIE!! , cada vez más cerca, y después un aplauso y algunos hurras. Después murmullos y una pregunta que se pierde por un pasillo cercano - donde está Rosa? La has visto... -
La mirada clavada en el espejo y las manos apoyadas en el lavabo son una explosiva mezcla de pánico y resolución, cuando aparece la sonrisa de Jorge junto a ella, y sus manos que le rodean la cintura, suaves y frías. Como ha encontrado el camino para llegar a su piel entre la chaqueta, la camisa y el pañuelo es un misterio, pero esa caricia helada le devuelve el deseo y murmura: - Hazlo-
Aquí..?- dice el retirando las manos y la magia fría que provocan- Noooo, espera, tengo una sorpresa, - desaparece el reflejo, la luz azulada del baño, Jorge y el mundo tras un pañuelo de seda que huele a él.
Entre toques, caricias apenas empezadas y susurros se siente llevada como en un sueño, flotando en algo conocido que huele a cera y a manzanas. Casi preferiría no llegar a ningún sitio, quedarse siempre así con esa sensación de fluir, sin ansiedad, ni miedo, con un dulce deseo revoloteando en su estómago. Cuando las manos de Jorge, empiezan a desnudarla desde atrás, entre besos y soplidos en el cuello, se deja hacer con pereza y solo su piel responde erizandose, todavía está inmersa en esa sensación de flotar. Sonríe. Caen muy despacio sus medias y el roce de los dedos fríos cerca de su pubis despierta el deseo con toda su violencia. Agarra sus manos y le pide, casi suplica: -hazlo ahoraaa - un suspiro , casi un gemido, le contesta mientras se zafa de la presa que son sus manos - espera... ya falta poco- le dice casi a la altura de su pubis mientras caen sus coullotes rojos, el último trozo de tela que cubre su piel.
De la misma forma brusca que desapareció el mundo frente al espejo del baño, cae el pañuelo y aparece ante ella un paisaje sacado de uno de sus sueños, velas, frutas y justo en medio la camita vacía con la manta de cuadros rojos medió abierta, invitando a entrar...solo acierta a farfullar: - pe pero, las cámaras¿,.! Estoy desnuda ¡- no te preocupes-dice Jorge saliendo de las sombras, - Gema y Ana se están ocupando de eso... Y de los seguratas, ya te digo yo que no miran las cámaras, tienen cosas mejores que mirar..., como yo...- y sacando de su espalda al Pinocho con un preservativo coronando su nariz roja, bromea: - ¿Hacemos un trio?-.
Es la primera vez que ve el objeto de su miedo y su deseo al completo y es tan decepcionante que hasta Jorge se asusta: - te pasa algo..?- es todo cabeza, a partir del cuello no hay más que una forma inconclusa de algo parecido al relleno de un colchón. Y entonces, con un clic inmenso que solo ella escucha y que le provoca un escalofrío, todo encaja, el muñeco esta tan incompleto como Jorge, en realidad como todos los tíos que ha conocido hasta hoy, su miedo no tiene que ver con esa nariz roja amenazadora.
Sonríe y decide que Jorge no va a olvidar nunca aquel día, por muy incompleto y torpe que le parezca.
En la ducha, horas después, la sonrisa se convierte en carcajada, recordando la cara de su ex-amante mientras montaba furiosamente la nariz del muñeco, sus pechos bamboleándose a pocos centímetros de su cara, repitiendo entre gemidos : - Tu hoy solo miras, ni se te ocurra tocarme¡- Mientras se seca el pelo, la mujer del espejo le devuelve una mirada nueva. Ahora ya sabe a qué le tiene miedo y sabe cómo combatirlo. Ni un solo incompleto más, eso sería atroz.