La compañera

****usG Hombre
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La compañera
Él se había masturbado infinidad de veces pensando en ella. Cualquier pequeño detalle servía para despertar su imaginación: un poco más de escote del acostumbrado de ella, su imagen agachada junto a la mesa de una compañera, su risa contagiosa, su cadera moviéndose ligeramente en una espera… Para él ella era el colmo de lo sensual, de lo físico, de lo erótico. En el altar de su deseo reinaba ella, desnuda, con las piernas abiertas y los pechos redondos desafiando al mundo.
Pero jamás le dijo nada. Ella pertenecía al grupo de antiguos alumnos que de cuando en cuando quedaban para recordar viejos tiempos. No habían coincidido en la misma clase, pero el la recordaba distinta. Cuando la vio pasados los años pensó que era una señal, pues ella se había convertido en la mujer de sus sueños.
Lo susurraba mucho justo antes de correrse: Paloma, oh, Paloma, Paloma… aquel nombre resonaba mientras se imaginaba llenándola de semen. Dentro, sobre su cara, en su culo, sus tetas… sentía la necesidad de cubrila de semen.
Lo que más le sorprendía a él es que ella despertaba todo tipo de impulsos, desde el cariño, el sexo pausado y deleitado al más salvaje de las folladas y las perversiones más intrincadas. Igual pensaba en acariciarla despacio como en agarrarla del cuello fuerte mientras la penetraba.
Los días pasaban así hasta aquella navidad, cuando se organizó una quedada. Para fomentar la charla y las relaciones los sitios en las mesas se habían sorteado aquel año.
Él siempre llegaba temprano, incluso antes de la hora, por lo que se sentó de los primeros en el sitio que se le había asignado. Incómodo, pues no era de por sí sociable, fue saludando a quienes fueron llegando, la mayoría personas a las que conocía de vista o con las que apenas había cruzado palabra.
A poco de la hora de empezar a cenar llegó la última persona a ocupar la silla justo delante de él en aquella mesa estrecha y alargada. Era Paloma.
Llevaba una falda de tubo oscura que le marcaba las caderas y las redondeces del culo y una blusa clara que llevaba abotonada sólo hasta la mitad, dejando entrever un sujetador de encaje que recogía sus grandes pechos tersos.
Él se puso nervioso al momento. Si ella no hubiera estado saludando de forma afable a todos se habría dado cuenta de que él se había puesto rojo.
La cena pasó con ella riendo y bromeando a cada rato, la estrella de la mesa, picando a unos, recogiendo el guante de las pullas de otros y haciendo chistes subidos de tono con toda naturalidad.
Paloma habló también con él de vez en cuando, pero las respuestas parcas de él y la intervención de los demás pronto desviaban la atención.
Hasta que en un momento dado todos parecían hablar con los que había a ambos lados, creando un pequeño microuniverso en el que solo estaban Paloma y él. Y entonces ella se le quedó mirando fijamente, a los ojos y con una mano con los dedos apenas flexionados subió hasta su escote y deslizó los dedos entre sus tetas. Sin dejar de mirarle.
Él pensó que se lo había imaginado, pero incluso la posibilidad de que fuera real hizo que tuviera una gran erección que la mesa tapaba. Ella se dio cuenta. Él había hecho el gesto inconsciente de mover la servilleta que tenía sobre una pierna y ella supo lo que había pasado.
El restaurante era enorme. Un viejo local de bodas y bautizos con muchos salones que aquella noche estaban apagados y vacíos a excepción del gran salón donde se celebraba la cena.
Acabados los postres y cuando empezaron las copas él se levantó para ir al servicio. No quería cruzarse con nadie, así que preguntó a un camarero y se dirigió al baño de uno de aquellos salones apenas iluminados.
Cuando salía. Ella estaba pintándose los labios en el espejo del distribuidor de los aseos. Él se quedó quieto, paralizado. Ella le miró a través del espejo y tranquila acabó de pintarse los labios. Luego se le quedó mirando e hizo un leve gesto de asentimiento.
Aunque se lo preguntaras, él no sabría decir cómo pasó, pero aquel pequeño gesto de aprobación le cambió el ánimo, el modo de ser, todo. Desató su lujuria salvaje.
Se acercó a Paloma, que seguía mirando al espejo, y la agarró por la cadera, oliendo de inmediato su perfume. La empujó contra el aparador del espejo pegando su polla durísima a sus nalgas redondas y llenas. Ella notó de inmediato la polla de él, la presión, el calor, incluso a través de la ropa. Se mojó.
Él le retiró el pelo y comenzó a besarle el cuello mientras con la otra mano subía desde la cadera por el abdomen para llegar a una de sus tetas, que agarró con ansia. Paloma echó las manos hacia atrás, entre su propio culo y la polla de él, que encontró sin dificultad.
Faltó poco para que ninguno de los dos pensara más. Él la dio la vuelta con brusquedad y comenzaron a besarse, a buscarse las lenguas, mientras él le agarraba la cara y ella lo atraía clavando los manos en las nalgas. A esas alturas Paloma ya notaba en el coño el vacío que sólo deja una polla que está por llegar.
Con habilidad, ella le abrió el cinturón, los botones y metió la mano en el calzoncillo de él, agarrando la polla y la notó caliente y palpitante. Le dio un último beso en los labios, le miró a los ojos y sin dejar de mirarle, se puso de rodillas y bajó lentamente pantalón y calzoncillo.
La polla quedó justo ante su cara. Ella iba a metérsela en la boca, pero él tenía otros planes para Paloma. Él se agarró la polla y comenzó a pasar el glande por la cara de ella, golpeándola en las mejillas y en los labios, mientras en ella crecía el deseo de llevársela a la boca. Él agarró su nuca y atrajo su cara contra su polla y sus huevos, con firmeza y dominio y por fin, orientó su polla y la metió de lleno en la boca de ella, dejando que tomara el control.
Paloma saboreó aquella polla y agarró las nalgas ahora desnudas de él para metérsela más y más adentro. Él comenzó a volverse loco. Ella combinaba con maestría la succión, el calor, el movimiento, la saliva… y le miraba a los ojos mientras la saliva formaba arcos entre la punta de su polla y la boca de Paloma.
Entonces Paloma pensó que era su momento y que no quería que él se corriera demasiado rápido. Le agarró de una mano y lo arrastró hasta una mesa, empujándole contra ella, quedando tumbado boca arriba sobre ella.
Ella subió su falda. No llevaba bragas. En un momento la tela quedó amontonada en su cadera, con su coñito y su culo liberados. Trepó a la mesa y lamiendo por el camino la polla, fue avanzando hasta que su coño quedó a la altura de la cara de él. Entonces dejó que sus rodillas se deslizaran por la mesa hasta que metió de lleno su sexo en la boca de él, que a la vez agarraba las nalgas de ella por detrás, como el que se lleva una gran sandía a la boca.
Él comenzó a lamer todos los rincones de aquel coño, cada pliegue de los labios, pasando por el clítoris una y otra vez hasta que lo notó hinchado y se centró en él con los labios, succionándolo, moviendo la lengua en torno a él.
Ella comenzó a convulsionar, a moverse y él seguía aquellos espasmos de placer con la lengua, sin interrumpir el trabajo y notó cómo el flujo de ella aumentaba, le llenaba la cara, hasta que sintió cómo ella se corría en su boca mientras se agarraba las tetas ella misma.
Pasaron los segundos y ella seguía corriéndose. Cuando por fin descendió la intensidad, Paloma decidió que era suficiente y aprovechó que él seguía con la polla dura y fuera del pantalón para sentarse en ella. Estaba tan mojada que entró entera.
Él sintió ese momento en el que el mundo se para que es cuando entras en una mujer por primera vez. El peso de ella cayó entero sobre su polla y notó cómo sus cojones se aplastaban contra el culo de ella.
La agarró de la nuca y atrajo su cara a la suya, enfrentando las frentes, mirándose a los ojos a pocos centímetros, mientras ella seguía clavándose en él, subiendo el ritmo. Ambos tenían entonces cara de animales salvajes peleando, robándose y dándose placer.
Él abrió con prisas la blusa de ella y bajó el sujetador, para meterse en la boca uno de los pezones de Paloma, aquellos pezones sonrosados, claros, duros que succionó y mordió ligeramente hasta que ella gimió.
Luego agarró el cuello de ella con una mano, firme, fuerte y con la otra la abofeteó. Ella recibió la bofetada y le miró desafiante, agarrando el pecho de él y clavando las manos para poder echarse fuerte hacia atrás, devorando su polla fuertemente.
El ritmo se volvió brutal, con él agarrándola por la garganta mientras lamía sus tetas y ella subiendo y bajando el culo hasta que la polla casi salía de su coño, solo para tener más recorrido para bajar más fuerte.
Al cabo de unas embestidas ella notó que venía otro orgasmo así que se esforzó más y más y a la vez sintió la polla de él a punto de estallar. Él se incorporó y la agarró la cara para besarla mientras los dos sentían el placer explotar.
Paloma sintió que su orgasmo llegaba mientras notaba el calor repentino del semen de él llenándole el coño entero, más adentro con cada respiración y notó cómo él se corría con la cara pegada a sus tetas y se dejó llevar y las últimas penetraciones aún desataron otro orgasmo en ella.
Cinco minutos después, estaban de nuevo sentados a la mesa. Ella, bromeando con todos. Él, mirándola extasiado.
*****obo Mujer
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Moderador de grupo 
Excitacion al *100* *zufaechel* ,gracias por compartir tus letras
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