El sandwich
Llevabanos meses esperando ese momento. La distancia entre nosotros así como el descuadre de agendas, hizo de ese 2 de Abril la fecha en la que se alineaban los planetas.Ese deseo de tenerte lo sumé al de poder disfrutar por primera vez de uno de los templos gastronómicos que tenia en mi punto de mira desde hacia tiempo.
En una sala del interior de una antigua fábrica de bombas hidráulicas, genialmente restaurada con decoración de vanguardia, estaba nuestra mesa, amplia, redonda, con mantelería impoluta.
Esperaban mi visita, dado mi prestigio en Instagram tras años posteando.
Deslumbrabas con tu porte y elegancia, ese vestido ceñido, mostraba tu imponente físico que cincelabas a diario en tus clases de pole dancing, lo que se apreciaba a cada paso que dabas.
Tras ser recibidos por ese afamado cocinero valenciano, que nos explicó su filosofía frente a su impresionante cocina, tomamos asiento.
Tras los primeros aperitivos acompañados con un fino jerezano, te descalzaste y pusiste tu pie helado entre mis piernas. El largo mantel fue mi aliado para prestarme al juego. La presión que hacías tan juguetona me puso a mil, la erección presionaba mis pantalones slim.
La saque y la deje a tu merced. Jugabas con ella con sutileza, entreteníéndote en mis depilados testículos.
Tuvimos que levantarnos o en el aseo de caballeros o en el de señoras, finamente en este último, te empuje con violencia frente al espejo, estábamos solos, fuimos a una de las cabinas y te dejé solo con tu conjunto interior de Dior.
Ya la tenías para ti, me sorprendiste con que agilidad te pusiste a saborear mi miembro, llegando hasta el fondo. Tus pezones parecían balas que se clavaban en mi pecho,. Temía que tus gemidos llegasen al salón.
No me dejaste darte placer con mi lengua, no había tiempo para ello. Te cogí entre mis brazos mientras te penetraba fácilmente por tu humedad desbordante, corría peligro el pladur que nos encerraba, éramos uno y con el ritmo que te hacia subir y bajar sentías como cada centímetro mio acariciaba tu interior, moriamos de placer. Fue muy rápido y me derramé en ti.
Salimos y el sumiller con una sonrisa cómplice me guiñó el ojo. Sabía que ninguno de los platos que iba a presentar ese mediodía alcanzaría a lo vivido en esos minutos.
Postdata: Debimos tomarnos un sándwich en la cafetería del hotel para no perder ni un minuto de lo que nuestros cuerpos y almas querían compartir.