2. Certezas y Cerezas
2. Certezas y Cerezas1
Se despierta temprano, apenas con las primeras luces del alba. Te despiertas somnolienta y retozando desvestida entre las sábanas, se difumina con delicadeza el halo misterioso de tus sueños. Se levanta, está desnudo, desprovisto de intención se acerca a la ventana y la abre, dejando que el frío hibernal se acomode en su cuerpo observando en la lejanía las primeras luces del amanecer que muestran el perfil de Blanes rompiendo el horizonte. Notas el rozar de las sábanas en tu pubis y una leve sensación de placer se adueña de tus difusos pensamientos. Inconscientemente comienzas a frotar tu pelvis contra las sábanas contrayendo tus glúteos, un musitado jadeo sube por tu cuello seguido de una suave exhalación. Mientras escucha el cantar de los pájaros, viéndolos revolotear por el campo frente a la casa, siente la fría brisa matinal bajar su temperatura corporal, un escalofrío recorre todo su cuerpo y llevando la mano derecha al contacto de su pecho la baja circularmente por todo su torso hasta llegar a la zona genital. Su mano derecha envuelve su polla mientras lleva la izquierda a sus huevos y aprieta suavemente su sexo. Tú sientes tus pezones endurecer y apretando tus pechos contra el colchón llevas tu mano derecha hacia tu entrepierna dejando que el dedo medio se deslice hacía tu clítoris. Aprietas la palma de la mano fuertemente contra tu monte de Venus, sientes la tierra estremecer y piensas en él. Te observa, desde la ventana de su casa en Maçanet. Piensa en ti, estás desnuda, despertándote y retozando entre las sábanas. Siente la erección de su polla al imaginar jugar con sus manos recorrer tu silueta desnuda. Imaginas sus manos recorriendo tu piel, apretando tus carnes contra él y te excitas, circularmente presionas con tu dedo tu clítoris y éste se hincha. Su polla hinchada apunta hacia ti y acercando la mano a su lengua evocas su lengua jugando entre tus ingles, lamiéndolas y recorriendo su contorno hasta rozar el exterior de los labios de tu coño que se abre al instante que él lame la palma de su mano, ensalivándola, para acto seguido humedecer su glande figurando introducir la punta de su lanza en la concavidad abierta de tu sexo. Introduces el dedo medio y anular en tu interior visualizando su miembro erecto introducirse hasta el fondo de ti. Te estremeces de placer apretando tus piernas pensándolo encima tuyo. Se estremece de placer mientras fantasea con su torso apretado a tu espalda hendiendo sus manos entre tu cuerpo y el colchón, en busca de tus pechos. Sientes su presencia en tus pezones, en tu cuello, en tus apretadas nalgas moviéndose al unísono del ritmo de los dedos que introduces una y otra vez en ti entretanto que él, con las dos manos entrelazadas desliza una y otra vez su miembro, mientras imagina desvelar el interior de tu sexo y todo tu cuerpo estremecer, tu vislumbras todo su cuerpo estremecer y sientes contorsionarte de placer, el siente su cuerpo estremecerse en un latigazo placentero recorriendo todo tu sexo eyaculando su semen disparado hacia ti, desde la ventana de la habitación de su casa de Maçanet, una repentina vibración recorre tu interior agitándote en convulsiones mientras formas en tu mente las vivas imágenes de sus últimas embestidas en el preciso instante del orgasmo.
Hoy la conocerás. Hoy te conocerá. Os habéis encontrado. Os habéis buscado. Tú haces masaje Tailandés, ella masaje Ayurvédico. Los dos lo sabéis. Os dirigís a la ducha. A las doce del medio día tenéis vuestra primera sesión.
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2
Cuando Naarsd llegó, la tierra grisácea chasqueaba alegremente sosteniendo las cosquillas que los diminutos pasos de las hormigas le hacían en su laborioso corretear, interrumpido brevemente por la sensación esponjosa bajo los pies de Geisor que levitaba acercándose a su encuentro observado desde las alturas por las nubes suavemente impulsadas con la brisa juguetona que corría detrás de las olas del mar.
Al abrirse la puerta del coche, una cristalina y resplandeciente mirada se deslizó hacia el horizonte mientras una diminuta porción de brisa juguetona era prendida en una profunda inhalación llenando el espacio vacío que Naarsd escondía celosamente en su interior. Impulsada en un latir melancólico que Naarsd disimuló, una acogedora y franca sonrisa exhalada largamente fue recogida por una diminuta hoja de encina, recorriendo los pocos metros de distancia que los separaban y posándola en los abiertos ojos de él. Geisor le devolvió la sonrisa amistosamente y una lágrima imprevista se formó en la cavidad lagrimal de su ojo izquierdo resbalando casi imperceptible mientras sentía como la sonrisa de ella se adentraba por sus ojos y se deslizaba repentinamente hacia el interior de su corazón buscando el lugar preciso donde su alma exhausta descansaba del dolor. Ella no lo sabía y él no tenía ni idea; pero ambos compartían el mismo anhelo de amor.
Una pareja de golondrinas salió de su nido construido en lo alto del techo cruzando la ventana de las antiguas cuadras cuando se toparon con el nítido pensamiento de Geisor que recién salía despedido de su cabeza, frecuentemente ocupada en desenmarañar hilos de razonamientos que solían llegar a ningún lugar. ¡La foto en su web no le hace justicia!, pensó mientras daba los últimos pasos a su encuentro observando en la profundidad meliflua de sus ojos el destello de dos formas aladas revoloteando circularmente alrededor del interior de sus iris de un abanico tonal entre miel de tomillo y romero, potenciado por la propia luz del sol. Este fue el instante en que Geisor se dio cuenta que recibía en su morada a una Diosa. El altar, en el centro de una habitación despojada de atuendos y coronada con una estufa de pelets, se encontraba dispuesto para recibirla. Lo que aún no sabía ella era que estaba a un instante de recibir todo el amor de él a través de sus firmes y tiernas manos. Y así, mientras en el exterior de la casa la vida continuaba su curso, en aquella habitación el tiempo se paró y las dos almas se encontraron por primera vez hablando en un silencioso lenguaje que les era común.
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3
La única certeza que tienes es que mañana comerás pollo con cerezas y que quiere que te presentes sin bragas. Te ha invitado a su piso, en Badalona. Es viernes tarde y sales de trabajar. Te lo has podido orquestar de manera que puedas llegar a una hora razonable para cenar. Dudas si ir con coche o tren. Finalmente te decantas por el tren pues sabes que el vive en el centro, cercano a la estación y has pensado que será una buena manera de transitar de la intensidad de las últimas sesiones de masaje realizadas hacia el entusiasmo del encuentro. Te sientes vigorosa y feliz. Poderosa. Abres el armario para decidir la ropa a elegir para la ocasión. Quieres causarle sensación, ver cómo su mirada apasionada se deshace en ti te causa excitación. Nunca le has dicho que llevas haciéndolo desde hace tiempo, que te gusta aparecer por la calle y verlo a lo lejos esperándote en la puerta mientras tu contorneas ligeramente tus caderas andando como si estuvieses paseando y mirando los escaparates de las pocas tiendas que quedan abiertas en el centro de la población. El tiene la certeza que ansias llegar, sentir como sus brazos te acogen y fundirte en ese beso de bienvenida con la absoluta certeza de ser remanso de paz para tu alma herida. Con certeza, tu sabes seducirlo, él sabe excitarte. Con certeza tienes miedo de enloquecer y el sabe cómo hacerlo. Con certeza él tiene miedo de perder el control y tu sabes cómo hacerlo.
Te apeas en la estación de Badalona, al salir de la estación te diriges a la izquierda, es la misma calle, en el número 69, una puerta estrecha de un color parecido a un rojo granate. Llamas. La puerta se abre y subes por la estrecha escalera hasta el segundo piso. Traspasas la puerta entreabierta, encontrándote con él. Te recibe con un apasionado beso y notas como con su lengua introduce en tu boca una textura carnosa; hoy sus besos saben a cereza. Cuando vuestros labios se separan, estás ya dentro del piso, te percatas que suena de fondo 'Un beso de esos' de Zenet. Te percatas que lleva puesto unos pantalones a cuadros y una camisa de algodón blanca. Lo sientes atractivo. Apoyado en la cocina te escanea de arriba a abajo, de abajo a arriba hasta mirarte fijamente a los ojos mientras juega con su lengua y una cereza entre sus labios. Un brillo de complicidad aparece en tus ojos y te devuelve una sonrisa maliciosa haciendo ese casi imperceptible gesto de levantar levemente barbilla y cejas sin dejar de mirarte. Conoces su juego, su manera de solicitarte si estás dispuesta a jugar. Notas como se te acelera el pulso, te mueres de ganas de jugar con él y asientes contorneando levemente la cabeza mientras levantas ligeramente el hombro derecho con tu mirada picarona. Sin mediar palabra ni dejar de mirarte fijamente a los ojos, se acerca y te agarra muy lentamente por el cinturón para acercar en un golpe seco tu cuerpo hacia él. Sientes como su mirada se clava en ti y se introduce hasta el fondo de tus entrañas escudriñando el paradero de tu alma. Ciertamente sabe buscarla y tu sabes con certeza que lo mejor de todo es que sabe dónde encontrarla. Con unos pocos certeros movimientos te empotra contra la pared, con los brazos en alto presionados con fuerza con una de sus manos y las mallas negras que llevas puestas a medio camino de tus rodillas. Ahora comprendes porqué te deseaba sin bragas. Con las piernas ligeramente entreabiertas por la presión de sus rodillas, observas como introduce el pulgar e índice derecho extrayendo la cereza de su boca. La observa con la misma curiosidad que un niño observaría la luna llena en plena noche y acto seguido sus labios susurran cercanos a tu oído —Te amo, estás imponente. Y mientras suavemente sus besos se deslizan desde el lóbulo hacía tu cuello, comienzas a sentir al tacto la textura de la cereza subiendo por tu entrepierna y recorriendo la tersura de tu coño humedecido hasta llegar a tu clítoris. Cuatro cerezas más tarde, cuando la excitación del momento te está llevando al climax, se detiene y, con esa misma mirada juguetónamente maliciosa del principio, se come la última cereza resiguiendo el contorno de tus labios con su lengua y susurrando te dice:
—¿Cenamos? —introduciendo un dedo en tu sexo para acompañarte hasta el lugar dispuesto para la cena.
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4
La cena transcurre a la tenue luz de las velas amenizada con una lista de música marinada con una botella de Merlot. Acomodados en un par de futones a la altura del suelo y un par de cajas de madera que hacen de mesitas, caes en la cuenta que no dispone ni de sillas ni de mesa el la cocina-comedor. Por dentro sientes tu humedad y un constantemente palpitar. —¡Será cabrón! —piensas, —Me ha dejado a flor de piel. Pero cuando te ofrece una copa, saboreas los matices tonales a fruta roja del vino, posa sus labios en los tuyos y decides perdonarle… te venda los ojos y está vez, te susurra al oido:
— Respira y espérame, esta noche cenamos a ciegas.
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5
La cena transcurre en la oscuridad como una eclosión de sabores y texturas, entre risas, sorpresas, confidencias y caricias. De postre… cerezas; los dos desnudos a la luz de una vela, recorriendo vuestros cuerpos sintiendo y jugando con la textura carnosa de los pequeños y abiertos frutos hasta sentiros extenuados de placer.
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6
El suave tacto de las manos de Geisor recorriendo tu piel desnuda eriza el profundo sueño que tu cuerpo agita perezosamente. Entreabres los ojos y te muestran la difusa visión del tapiz azulado en la pared de la habitación. Ya es de día y la tenue luz de la mañana entra por el ventanal. Geisor debajo de las sábanas besa milimétricamente tu cuerpo, recorriéndolo con besos, caricias, suaves mordiscos y lamidas. Se entretiene con uno de tus pezones que responde a la llamada irguiéndose hinchado mientras recuerdas el recorrer de las cerezas en él durante la noche anterior. Aprietas tu cuerpo contra el suyo en un cálido abrazo.
—¡Buenos días, Diosa!, ¿Cómo ha ido la visita a los reinos de Morfeo? —te dice con ternura.
— ¡Umm! —emites en un suspiro placentero que recoge en sus labios.
Mientras su mano acaricia tu cabello asalvajado y con su mirada perversa y maliciosa sonrisa le escuchas decir:
—¿Paseo o tortura?
—¿Acaso importa el orden? —le respondes con una de tus mejores sonrisas haciéndole saber que estás dispuesta a jugar hasta el final.
—¡Mi diosa..! —te musita al oído. —…No sabes donde te estás metiendo
Y agarrándote firmemente por el cuello te reincorpora de la cama llevándote al comedor. Al ver las cuerdas colgando de las vigas de madera, sientes un sobresalto de excitación y por tu mente se cruza el pensamiento de no recordar a nadie tan dispuesto a recrear sus fantasías sexuales haciéndote partícipe como objeto de adoración. Pero en tu fuego interno, no te sientes objeto; te sientes mujer poderosa, una Diosa adorada a través del placer embriagante que él te facilita y ocasiona como esclavo dedicado única y exclusivamente a tu goce y gozo. Su mezcla de tierna pasión y lujuria juguetona sabe cómo conducirte al deleite y a la voluptuosa dicha de sentirte deseada y amada a la vez. Te llena, te contiene y te vacía de complacencia. Ese es su juego que te muestra con determinación, ese es su juego que alimenta el tuyo una y otra vez… y te gusta.
Sin saber cómo, te encuentras colgada maniatada a las cuerdas y tu cuerpo desnudo a penas se sostiene de pies puntillas.
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7
Observo tu cuerpo desnudo; deslizando mi mirada en cada una de tus curvas tatuadas de madura feminidad. Colgada, siento el placer de sentirte a mi merced mientras volteo tu cuerpo refregándome a ti, a mi antojo. Te siento Diosa, desde la primera vez que tu cuerpo se postró ante mí, confiado y ávido por experimentar placer. Sé que ahora tu cuerpo está a mi merced y que es mi voluntad en realidad la que se encuentra atrapada por el influjo que emana tu personalidad. Me siento dominado en tu placer, esclavo de tu satisfacción… y esto me produce la extraña sensación de no ser dueño de mí, ni de ti. Atrapado en el presente, me siento en absoluta libertad de hacer contigo lo que te plazca… lo que me plazca. Mi placer es tuyo y son tus gemidos, torsiones, suspiros y convulsiones las señales que me muestran el camino a recorrer en el mapa de tu cuerpo desnudo. Te siento, te escucho.
Me miras extrañada. Colgada y desnuda llevo un tiempo en silencio observándote, sin mediar palabra, solo mi respiración parece indicarte un ápice de lo que internamente me mueve la situación. Te siento frágil y entregada, también provocativa y desafiante, en el silencio me retas con una sonrisa, con una mirada que parece decirme que estás dispuesta a someterte a mis antojos y yo, en mi interior, deseo fustigarte agitando tu excitación; haciéndola mía también.
Antes de vendarte los ojos y amortiguar tus gemidos de placentero dolor te muestro los dos objetos que utilizaré en tu cuerpo hasta derretirlo activando toda tu circulación sanguínea: una cuchara de madera y un látigo de tiras. Tus ojos se abren como soles asombrados ante un nuevo amanecer y emitiendo una profunda inhalación, exhalas rendida asintiendo que estás dispuesta a dejarte someter. Te amordazo la boca y desaparezco de tu visión con un dulce beso en cada una de tus mejillas. —Te amo —digo mientras tiró de tu cabello hacia atrás dándote un primer cachete en el culo que te coge por sorpresa agitándote de escozor. Siento la sangre fluir hacia mi sexo.
Durante largo tiempo, te azoto con la mano, con el látigo, con la cuchara, en distintas partes de tu cuerpo, parando cada cierto tiempo para sorber el olor de excitación que emana de tu piel desnuda y enrojecida. Series de cinco, series de seis, series de siete… llegamos a diez y vuelta a empezar. Te voy preguntando si deseas más o menos intensidad, afirmando o negando con tu cabeza. Jugamos los dos. Yo, excitado, introduzco mi sexo en tu vagina cada cierto tiempo, una única estocada intensa hasta el fondo para continuar azotándote. Cuando afirmas que para ti ya es suficiente, una última serie de diez latigazos recorre tu cuerpo intensamente. Un breve espacio de silencio se cierne en tus carnes sintiendo como la piel se retuerce incandescente, sientes todo tu cuerpo vivo y notas el fluir pulsado de la sangre por tus venas. Sientes placer y dolor, dolor y placer; a la vez, te cuesta distinguirlos, la línea queda difuminada mezclada como el agua dulce del cauce de un rio al finalizar su recorrido en la mar. Placentero dolor, doloroso placer. De repente hueles el aroma, el dulce aroma de coco y sientes resbalar el aceite caliente por tus pechos y espalda. Mis manos recorren deslizándose todo tu cuerpo produciendo cierto alivio en tu piel. Introduzco mis dedos en las profundidades de tu sexo, anhelante, y desvendo tus ojos. Sosteniéndote por detrás comienzo a masturbarte a sabiendas que no has orinado desde que te has despertado. —Si necesitas orinar, me placerá que lo hagas sobre mí —te digo mientras asientes con la cabeza y me postro ante ti sintiendo cómo el fluir caliente de tu líquido resbala por mi cuero cabelludo bajando por la piel. Seguidamente introduzco mis labios y mis dedos en tu coño continuando hasta que te desvaneces de placer. Un rato largo después te desato, tomando ahora tú las riendas del juego; riendas que tomas con suma fragilidad desde tu cuerpo tembloroso.
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8
—Necesitamos una ducha. —es lo primero que consigue salir, como un hilo casi imperceptible de su boca. Se siente exhausta, a la vez viva, y llena de Dios.
Están sentados en el suelo, abrazados, rendidos el uno al otro, las cuerdas cuelgan del techo y caen sobre sobre su espalda. Él la sostiene cariñosamente mientras masajea y besa suavemente sus muñecas todavía enrojecidas por la presión de las cuerdas. Ella no puede ni quiere moverse, apoya su cabeza en el cuello de Geisor, se siente rendida, y siente algo más que se mueve en su pecho, hay algo que grita dentro y claramente quiere ser escuchado... con sus ojos cerrados escudriña con toda su atención la sensación por todos los rincones de su Ser, y se extraña, pues no la conoce y tampoco la consigue definir. Vuelve al presente a la vez que abre sus ojos y en el paisaje aparece el cuello de Geisor, sinuoso, tenso, sudado... Inspira profundo como queriendo absorberlo por su nariz y vuelve a cerrar sus ojos perdiéndose en el aire sorbido....huele a cerezas, a coco, a mucho sexo, y también a lluvia dorada.
Naarsd se ríe. No es una risa inocente, es una risa que Geisor conoce bien. Él aleja su cabeza buscando la mirada de ella, y cuando se encuentran se sonríen. Ambos reconocen sin palabras que el juego todavía no ha terminado…
—¿Bien, el viaje...mi Diosa? —pregunta él en un tono de gran satisfacción por su sentir de trabajo bien realizado a la vez que con una mirada algo temerosa… Pues sabe que en cualquier momento ella lo va a volver a bajar a sus pies, una zona ciertamente ambivalente para Geisor, que ama sentir que lleva el control. Una zona altamente incómoda pero a la vez tan deseada, pues servirla a ella es lo que más le place en el mundo.
Naarsd se levanta, lo mira fijamente desde arriba, y Geisor baja rápidamente la mirada a sus perfectos pies. —¿Sí, mi Diosa? —su voz nace de un oscuro anhelo anclado en la profundidad de su pecho.
Con voz firme y sin dilaciones, ella le pide traer una silla. Obediente, Geisor camina como un perro cruzando todo el salón para adentrarse en una de las habitaciones, coger la silla más cercana y situarla con esmero justo detrás de ella. —Aquí tiene mi Diosa. —dice Geisor mientras se mantiene de rodillas frente a ella, sentado sobre sus talones y con la mirada cabizbaja. Observa los pies de ella y, como siempre que los observa, recuerda que nunca antes había visto unos pies tan bien definidos, perfectos en tamaño, con unos dedos tan armónicos emanando tanta feminidad. Ama sus pies, los pies que la sostienen y llevaron a la Diosa hasta él; se promete en silencio adorarlos y cuidarlos. Se siente muy afortunado.
Perdido en sus pensamientos, vuelve a la realidad cuando ella moviendo lentamente el pié derecho lo posa en su muslo izquierdo, presionando firmemente. Geisor siente una punzada de placer que baja como un rayo desde su cabeza a su polla. Quiere mirarla, pero sabe que ahora no le es permitido buscar sus ojos. Se mantiene sentado con la cabeza baja. Ella va moviendo su pié muy lentamente, pisando y presionando firmemente de puntillas y dando pequeños pasos hasta llegar a sus genitales y siguiendo un camino bien estudiado hacia arriba... hasta llegar a la altura de su cuello.
—Levanta la cabeza y abre tu boca, —le ordena con firmeza. —Y ni se te ocurra mirarme a los ojos. —Obediente, Geisor abre su boca y ella acaricia sus labios con los dedos del pie y cuando menos lo espera, ella mete muy suavemente la punta del pié en su boca buscando sentir la suavidad y humedad de su lengua. Geisor coge con sus manos el precioso regalo que ella le ofrece y lo empieza a lamer devotamente en todos sus rincones, mientras sentada se relaja y gime suavemente de placer deleitándose con la escena.
—Date la vuelta y ponte a cuatro patas, quiero jugar con tu culo. —No. —piensa él, pero un —Sí, mi Diosa —sale de su boca y aterrado pero sin dudarlo se da la vuelta, apoya sus manos en el suelo, cierra sus ojos, y arqueando suavemente su espalda le ofrece su culo para que ella lo disponga a su entera satisfacción.
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9.
—¡Mi diosa..! —escuchas en la lejanía sintiendo un leve sobresalto, al sorprenderte todavía entre las sábanas. Geisor te mira con una sonrisa llena de dulzura mientras te acaricia con tanto tacto que te hace sentir como un ángel entre las nubes.
—¿Me decías algo? —chapurreas en un intento de contestar algo coherente frunciendo el ceño al notar tus muslos empapados. —¿Qué ha pasado?, he tenido un sueño… Creo recordar que me preguntabas paseo y algo más… ¿estaba dormida?
—Te he preguntado si preferías paseo o tortura y me has contestado que el orden no importaba… he estado largo tiempo jugando con mi lengua entre tus piernas… gemías de placer como nunca te había oído.
Al entender lo sucedido sueltas una carcajadas llenando el espacio de la habitación. Éstas se repiten más vivaces al ver la cara de empanado de Geisor al no comprender lo sucedido. En un intento de control, con tus dos manos abarcas sus mejillas besándolo entre risas.
—Si, Geisor, ciertamente he disfrutado como nunca lo había hecho antes en sueños.
—¡No fastidies! ¿Estabas dormida? —te pregunta sorprendido. —Pensaba que estabas bromeando. —puntualiza.
—Soñando, Dios mío. Soñando contigo. —contestas con un tono de voz enigmático. —Vamos a pasear por la playa y te cuento el sueño que he tenido mientras tú te aprovechabas de mí. —le dices con la pícara intención de hacerle sentir una brizna de culpabilidad.
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Desayunáis alegremente comentando la velada y resolvéis llevaros la comida para hacer un picnic en la playa. El sol invernal luce espléndido en el claro azul cielo del mediodía. Aprovechando el buen tiempo, pasáis la tarde recostados en la arena bajo el suave murmullo de las olas hablando distendidamente.
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Se desvela, mira la hora, las 4:12 a.m.
Otra vez un sueño interrumpido por lo que parecen ser ganas de entender situaciones inesperadas que la sacuden de arriba a abajo...
Piensa en Geisor. La presencia casi constante de él, en forma de pensamiento, sentir o energía sutil, se hace recurrente estas últimas semanas... se pregunta de dónde ha salido este Ser extraño que cada día la cautiva más… se pregunta si algún día, quizás al dejar este cuerpo, podrá encontrarse con el guionista de esta historia, que es su vida y se despliega como una flor frente a su observadora presencia. Geisor resuena fuerte dentro de ella.
Repasa lo acontecido esta última semana buscando el momento exacto donde ella se rindió al amor que emana de todo su cuerpo y que siente de manera inconfundible e irrefutable a través de sus manos cada vez que la toca. Y lo encuentra; fue ese exacto momento, en que Geisor anunció cuál juez anuncia una sentencia, que iba a comerle el corazón. Ella se estremeció de cuerpo entero sintiendo que no iba a poder escapar de esa sentencia. Yacía desnuda en su altar. Sentía el calor de la piel de él en contacto con la suya. Habían estado largo tiempo besándose, chupándose, alimentándose del goce ajeno... Naarsd se percató que su corazón se encontraba totalmente abierto cuando él de alguna forma introdujo su cara en el pecho de ella y empezó a lamerlo primero con suavidad y luego con avidez, cada rincón de su abierto corazón.
Y ahora repasando la escena se da cuenta que lo que sucedía era en realidad una cirugía de alto nivel a corazón abierto. Geisor limpiaba y suturaba con su lengua cada herida, corte, rasguño del dañado corazón de Naarsd, aplicando al finalizar un dulce bálsamo cicatrizante que se escurría gota a gota hacia abajo, apareciendo pocos minutos más tarde como néctar en su sagrado coño; elixir que Geisor no dejó perder y tomó como bebida de los Dioses, mientras adoraba la puerta de entrada a su templo, la cual se abría irremediablemente para recibirlo con todo su amor y pasión.
Ahora entiende lo ocurrido. Cierra los ojos de nuevo, agradecida a la vida con tal regalo disponiéndose a caer de nuevo en el sueño interrumpido, sintiendo la calidez y presencia de él en su corazón; así como ese cosquilleo placentero en su coño que lleva conviviendo con ella desde que él entro en su morada.
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12
Revolotean pensamientos circulares como viento huracanado, levantando y lanzando ideas enraizadas en el mullido neocortex cerebral de Geisor. Son las cinco de la mañana. El pisar abrupto del vecino en el suelo del piso de arriba lo ha arrancado de las profundidades de sus sueños, activando sus pensamientos hasta el punto de sentir la necesidad de levantarse a beber un vaso de agua fría. Con la intención de refrescar su reseco cuello y en un intento de ahogar tan temprana actividad cerebral —considerada por él, mero ruido, como cuando el viento silba insistente en medio de la oscuridad llevándose consigo el rugir agitado de las hojas de los árboles y sus ramas crujen molestas por no permitirles pernoctar en paz—, Geisor abre la nevera y olvidándose del vaso, se lleva el cuello de la botella a su boca dejando que el frío líquido inunde su garganta hasta saciar por completo su sed de paz. El conjuro surge efecto y se impresiona sintiendo como su estómago se llena al mismo tiempo que su cabeza va cogiendo consistencia líquida en su pensar. Tantea en la penumbra de la creciente luz de luna, bañando su cuerpo desnudo tímidamente a través del ventanal, la pared en busca de la caja de interruptores de la luz. Y la abre, dejándose de nuevo sentir. En la soledad de la noche, ahora silenciosa, se frota el pelo pensando que ya va siendo hora de darle un corte, agitando los últimos pensamientos desdeñables, esos que bien sabe que no le aportan más que simple ruido mental.
En soledad, Geisor se siente seguro, con firmeza. Aún teniendo toda su vida enmarañada, como un montón de piezas de puzzle por recomponer y a sabiendas que la foto final distará de la foto que venía en la caja cuando lo adquirió. Sabe que los espacios de silencio y soledad, más que un refugio, son la herramienta necesaria para ordenar sus sentimientos y pensamientos, su manera de reposar las experiencias que la vida le entrega sin sentirse empujado a reaccionar ante ella. Pretendemos empujar la vida, pensar metas y objetivos a cumplir como manera de correr detrás de una felicidad que parece siempre ir unos cuantos pasos por delante, inalcanzable. Somos capaces de ver la zanahoria y no ver el palo que nos tiene atados a ella y, al igual que el agua turbia necesita de reposo para dejar que las partículas en suspensión caigan atraídas con su leve peso, atrapadas por la fuerza de la gravedad hacia el fondo, volviendo nítida y cristalina el agua que ahora permite no solo ver el fondo, sino el propio reflejo de uno mismo o de todo aquello que lo envuelve, Geisor había aprendido que para ver el palo que lleva sujeto al burro a la zanahoria, uno debe bajarse del mismo, andar un tiempo a su lado y amistarse con él. Entregarle la zanahoria al burro, dejar de ejercer el control sobre él, es el acto más honroso que uno puede hacer consigo mismo, pues no es ni el hombre, ni el burro ni la zanahoria las que nos llevan a destino; de la misma manera que no es el nítido reflejo en el agua todo lo que hay.
Una estrella es fugaz solo porque alguien decidió nombrarla así, porqué decidió desde su limitada perspectiva comparar las luces estáticas con las luces movibles de la bóveda celestial, sin pararse en pensar que en definitiva, luz es luz y que una brizna de luz puede llegar a alumbrar toda una eternidad; aunque sea solamente durante el breve instante que dura un suspiro.
Y así sentía Geisor a Naarsd, como una luz aparecida misteriosamente que no solo alumbraba su oscuridad sino que la abrazaba con todos sus matices y tonalidades y recordaba la letra de la canción 'La violeta' de los Mártires del Compás:
La chispa de tu candela
cuando la levanta el aire
se convierten en estrellas
ay en estrellas
y yo quisiera ser el cielo
para quedarme con ellas
con ellas
…
porque el amor
y es como el fuego
que si te acercas te quema
y si te alejas el calor no llega
…
y a veces pienso
que la violeta
de la flor es la más bella
y es la más bella
y es porque tiene
ojillos del ciello
ojillos del cielo
los ojitos de la tierra
En el silencio de la noche, Geisor cerró los ojos invocando la esbelta y bella figura de Naarsd, le era fácil conectar rápidamente con ella y su sonrisa. Cada uno de sus recovecos corporales aparecían tras la oscuridad formando lentamente la figura en su mente y sin esfuerzo. Podía abandonarse y verse inundado por los sentimientos que le producían los recuerdos que surgían con ella. Una sonrisa se dibujaba en su rostro conectando con un profundo sentimiento de amor al recordar fragmentos de conversaciones en los cuales ella se mostraba casi como un ser maldito por una intensa oscuridad. Geisor se sentía en paz, pues reconocía su propia luz y oscuridad y se sabía capaz de abrazarla en toda su plenitud. No la reconocía como un capricho del destino, ni como una estrella fugaz, ni cómo la Estrella Polar que podría fijar el rumbo a tomar en su propio anochecer. No era una locura de amor, era un amor sereno, pausado, con su propio ritmo interno, sin pretensiones expectantes ni empujones delirantes; lo único que deseaba fervientemente era compartir espacios de tiempo en común; un tiempo que evaporábase exquisitamente en cada encuentro alimentando aún más el deseo de más.
Geisor intuía cierta calma que emanaba de la relación. La sentía en las cristalinas y silenciosas miradas, evocativas de un bucólico bosque invernal vestido con la blanca pureza de la nieve virgen. No tenía certeza absoluta de nada pero esas pausas temporales se enraizaban en su alma, tirando fuerte de ella, fijándola en el presente y mostrándole el preciso instante de realidad. Y si algo sabía Geisor era que lo que ocurría entre ellos dos, era real… aún formando parte de otro mundo. Ciertamente, a su lado se sentía fascinado.