La Gorgona
Cerrar el portátil al final de la llamada se sintió lapidario. Todo a nuestro alrededor adquirió un intolerable sabor a ruina. Nos encontrábamos sin financiación. Todo era ahora un simulacro. Un chiste.Los suspiros, los resoplidos interrumpan el silencio y la estupefacción propias tras recibir una mala e inesperada noticia.
A pesar de encontrarse con los codos sobre la mesa y la cara escondida entre las manos pude advertir que se esbozaba en su cara una sonrisa.
Y pude también predecir el comentario buena onda y cargado de positivismo próximo a salir de su maldita sonrisa.
No estaba dispuesta a tolerarlo.
Mi mano se hizo a algo contundente y se lo lanzé con mala puntería por encima de la mesa de juntas. Se lo puse en un codo.
Busqué inmediatamente nuevas municiones. Una taza. Perfecto. Pero el idiota ya se encontraba de pié y se abalanzaba encima mió.
La rabia ciega y los alaridos se articularon en insultos liberadores.
-¡Bobo hijueputa!
• Malparido fantoche
No toleraba su cara. Juré sacarle los ojos.
No soportaba su barba de tres días, su camisa blanca sin corbata, sus jeans. Había mucho combustible en mí, mucha falcedad, muchas tensiones mudas en nuestra estéril relación de trabajo.
Fui muy ambiciosa al pretender sacarle los ojos y éste me aprisionó las muñecas y las forzó quietas contra mis caderas.
No pensé que tuviese tal fuerza.
Nunca lo había visto como hombre.
Con los ojos de fiera intenté morderle la cara y al no lograrlo le escupí.
Mi falda entubada era muy ajustada para el combate y sus costuras cedían.
Entre los gruñidos acudí a nuevos insultos.
• vos sós un pobre mariquita, niño mimado jugando al empresario. ¡Porqué no vas y te quedas entre las enaguas de tu puta madre maricón!
Le encaje un cabezazo.
Y entonces llegó lo esperado.
Una deliciosa bofetada. Volé haciendo tirabuzones por el aire.
Tropecé arruinando uno de mis tacones.
Sentada en el piso con los cabellos sobre la cara,
Comprobé con la mano tener algo de sangre en la boca.
Se acercó recompuesto para ayudarme a levantar.
Bajando la guardia.
Me le lance a los huevos.
Conseguí un mal agarre pero le clavé la uña del pulgar en la base del pene. Se liberó dando un salto hacia atrás.
Solté carcajadas locas y malignas.
Él me miraba con rabia y miedo. Pero conservando algo de entereza.
Lo arrincone. Avacé hacia él con mi sonrisa maniática.
-¿muy machito?
-¿Muy guapo (valiente) pegándole a las mujeres?
-¿Me vas a violar?
-¿Tenés verga mariquita? ¡¡¿Tenés chimbo o cuca malparido?!!
Lo iba a castrar. Lo arruinaría. Tenía las armas.
Me abrí la blusa. Le enseñé mis nada despreciables tetas en el brasier de encaje. Las aplasté entre mis manos para él. Sería para siempre un niño. No volvería a tener una erección.
Bailé un poco acariciando mi culito firme para él.
Si no hacía acopio de sus fuerzas y mataba a la serpiente no se lo podría perdonar después.
Inmersa en mi provocación y mis ataques eróticos no lo ví arremeter.
Doblándome sobre la mesa. Prensandome entre ese filo de caoba y su pelvis. Aplastándome con vigor.
• ¡no podés!, ¡no podés!
Seguía retándolo aunque podía sentir que se había puesto duro.
• ¡no podés conmigo hijueputa, no podés!
Ya lo tenía adentro