CREO QUE LLEVABA BIGOTE
Creo que la primera vez que le vi llevaba bigote.La siguiente vez iba rasurado entero, por lo menos habían pasado dos años.
Y ayer llevaba esa barba increíblemente bien recortada, nunca le había viso tan arregladito.
Pero lo que no ha cambiado es el fuego que sale por sus ojos. Siempre he visto cosas que otros no veían, auras según la loca de Cecilia. Yo veo colores, colores y formas que salen de las personas, o mejor dicho de algunas zonas de las personas.
De pequeña era más fácil, jugaba con Cecilia a adivinar como eran las personas y como se iban a comportar con nosotras. Cuidado, le decía esa profesora echa rojo por las orejas, o Nora, que sonríe mucho, suelta un verde moco entre los dientes...también sabía, pero me lo callaba, cuando un niño estaba por mí, chispitas rosadas en el pelo de Daniel, manos azules de David jugando con las mías, y Jorge, siempre lejos, rodeado de una nube morada brillante, siempre callado.
Fue fácil entender que no debía compartir mis colores con nadie sobre todo después del negro. Solo tenía siete años cuando empecé a gritar Negro!, NEgro!! NEGRO!!! señalando a un tipo pelirrojo con pecas al que le salía algo parecido a un puñal negrísimo de la entrepierna.
Me costó dos años de psicólogo y muchas mentiras.
Desde entonces miento, a todo el mundo, menos a Cecilia. Los ojos de mi amiga, llenos de colores que nunca salen de allí, lo entienden todo. Y comparto con ella mis colores. Por eso cuando le vi en la tienda de discos cutre de la esquina, además de plantar en el mostrador todas mis armas de seducción, le dije a Cecilia "Ojos de Fuego, estoy perdida".
Ella asintió, no dijo una palabra y actuó como suele hacer, sin que se note. En menos de lo que tardé en arreglarme el mechón rubio de la frente, le tenía enfrente con su bigote, pidiendo un café y un helado de menta con pepitas de chocolate. Los ojos le llameaban con lenguas amarillas, naranjas y rojas, haciendo arabescos a pocos centímetros de los míos. Suelo disimular, vea lo que vea, aunque alguna llamada anónima a la policía seguro que ha evitado que algún entrepiernanegra acabe violando a una pobre chica. Pero aquel día no pude, me quedé como una boba con el porta en la mano junto a la máquina de café. Aquellas llamitas habían escrito mi nombre en el aire.
No el que figura en el D.N.I., Marisa García Bernal. No. El verdadero, mi nombre secreto que solo Cecilia y yo conocíamos y que nunca se pronuncia. Bueno en realidad Cecilia nunca habla y yo no le he pronunciado jamás. Lo descubrí o mejor dicho salió de mí una de las pocas veces que he visto mis propios colores. Cecilia dice que no es bueno ver tu aura porque eso condicionaría tus actos y bla, bla, bla...es un poco pesada, la verdad.
El caso es que una noche de mucho llorar, con ese suspiro dolorido que es como si soltaras un pedazo del alma, salió de mi boca un nombre de muchos colores. No, no lo voy a escribir ni pronunciar, al menos aún no.
Pues ese nombre flotaba entre sus ojos marrones y grandes y los míos verdes y perdidos, cuando el, con un gesto suave, deshizo sin saberlo el letrero llameante y agitando la mano dijo: "Hola, hay alguien ahí??" Farfullé una excusa estúpida y atolondrada, tire el café, mezcle el helado de menta con miel en vez de pepitas de chocolate y después de un tiempo que se me antojó larguísimo, conseguí poner en el mostrador un desastre monumental en forma de bandeja de café borroso con helado de menta medio desecho por la miel que chorreaba por un lado...
Sudando y despeinada conseguí cobrarle sin destrozar la caja y salí corriendo a vomitar. Menuda bronca me echó Cecilia.
Unas lágrimas, cuatro suspiros, mucha agua en el cuello y recolocado el escote, salí a ver si ojosdefuego seguía allí, pero no quedaba ni su olor, que estuve buscando toda la mañana, desesperada, por cualquier rincón de la heladería, hasta en la basura.
Eso fue hace una colección de años que ni quiero recordar. Desde entonces caí en los brazos de todos los que soltaban algún atisbo de llamita por los ojos, incluso con una chica, nunca pensé que se pudiera disfrutar tanto con otra chica... Cuando Cecilia se enteró solo meneó la cabeza suavemente sonriendo...y me plantó un beso en los labios, nunca lo había hecho y no lo entendí, pero ella es así, siempre hace lo que le sale de dentro.
Dos años después apareció rasuradito y casi ni le reconozco, llevaba un carro de la compra medio roto, que arrastraba como si llevara piedras dentro, hasta la tienda de discos. Solo al volver y tirar el carro vacío al contenedor con gesto de cansancio, vi unas llamitas apenas naranja pálido que salían de sus ojos. Y reconocí a otro zombi más, por su forma de mirarme, mas perdida aún que la mía. Desapareció. Cecilia me puso una mano en el hombro mientras lloraba en silencio por mí, que me tragaba las lágrimas de pura rabia. Solo él conocía mi nombre verdadero, quien lo iba a pronunciar...
Desde entonces, aunque salgan llamaradas rojointenso de sus ojos, incluso aunque sean doradas, no me acuesto con nadie. La explosión de colores que veo cuando me corro, sobre todo si es al mismo tiempo que él o ella, siempre contiene partes de mi nombre oculto y termino llorando como una magdalena. Nadie lo entiende, solo Cecilia que me mira con sus chispitas de colores y me acaricia el pelo, nadie más.
Por eso ayer cuando apareció con esa barba tan cuidada y una nube dorada alrededor de los ojos casi le arranco la ropa sin decirle nada, además fue directo al mostrador. Me puse colorada, casi me dolía respirar. Se plantó frente a mí y dijo, risueño: "te queda helado de menta con miel, de ese tan rico..?"
Si estaba colorada, creo que mi color cambió a amarillo furia, porque inmediatamente, riéndose con toda la barba, me cogió la mano que iba directa a su mejilla, y susurró: "Eehhh que es broma, lo mismo lo pones de moda y le tienes que poner mi nombre al engendro". Su risa contagiosa se me metió dentro y creo que el ataque nos duró unos cinco minutos de esos imposibles de contener, en los que solo salen medias palabras, suspiros, lágrimas y una quietud sospechosa que se rompe en cuanto el otro intenta decir algo. Menudo espectáculo, menos mal que solo estaba Cecilia sentada al fondo mirándonos y sonriendo con los ojos.
Creo que el escote, con tanta risa, me llegaba al ombligo, poniéndome repentinamente seria le mire directamente a los ojos y le solté: " Vale, y como te llamas, porque habrá que bautizar a la criatura??" Sin esperar respuesta, intenté reproducir, solo para chincharle, aquel desastre de hace unos años. Me esperó en silencio, y justo al dame la vuelta con la bandeja le encontré subido en la banqueta de rodillas y apoyado con los codos en el mostrador. A diez centímetros de mi boca susurró: " Tu ya conoces mi nombre, dilo. "
La bandeja salió volando, la ropa salió a la misma velocidad que la bandeja y el espectáculo que dimos al barrio entero sobre la mesa naranja de la heladería, creo que está en youporn, en los móviles de medio mundo y en la foto del diario que sacó la noticia de nuestra detención.
Pero nadie, ni los policías forzudos, ni Cecilia que me miraba entre enfadada y divertida, ni siquiera mi madre que pasaba por allí de visita, pudo evitar que llegáramos, apretados como lapas, sudando desnudos, entre los gritos de los demás, a explotar como fuegos artificiales que nadie vio pero todos sintieron.
De repente se hizo un silencio, todo el mundo seguía nuestros ojos que miraban a la nada sobre nuestras cabezas. Por encima de aquella escena caótica flotaba, enorme, reluciente, una palabra brillante, nuestro nombre secreto, lleno de colores. Cecilia, como siempre discreta, de un saltito lo empujó fuera de la heladería y se lo llevo soplando como el que empuja un globo. No la he vuelto a ver.
Ahora tocará de nuevo pasar por el psicólogo o el psiquiatra y mentir, mentir muchisimo.