El dilema
A tres meses de casarme, Begoña representaba lo que cualquier hombre podría soñar.Joven guapísima, inteligente, de familia adinerada, pero cuando digo adinerada hablo de esas que mandán el yate a mares lejanos
para ir a su encuentro en jet privado. Era poseedora de residencias estivales en varios puntos del planeta
y de una red de clinicas estéticas de éxito, aunque esa exuberancia no me cautivaba, sino no las fuentes del placer.
No podía seguir viviendo así, inquieto ante el dilema que me torturaba ¿ su coño o los mios?
El suyo era rosado fino y delicado, depilado quirurgicamente, me recordaba a la piel de un bebé.
Los mios asilvestrados, generosos, algunos me cautivaban porque significaban adentrarse en bosques amazónicos, otros
tenían tatuajes hasta el borde de los labios, los había juguetones e inexpertos que se prestaban a todo en las tiendas
del Festival de Benicasim, incluso he disfrutado de coños maduros entregados al culto fálico que deseaban tenerme en su interior
para descargar en mi todas sus frustraciones maritales.
Con ella el sexo oral y anal eran prácticas prohibidas, con las mías cualquier fantasía era realizable, bebia, fumaba y pasaba
noches enteras follando como si no hubiese mañana.
Gracías a Dios, no tuve que tomar la decisión, salió de ella, porque la semana siguiente me dijo que se enamoró de un señor mayor, seguro más aburrido que yo, pero que le
garantizaba la fusión de las dos mayores empresas del sector.