Entrevista de trabajo
Tuve un presentimiento cuando vi que me pasaban una llamada de recepción. La creía bien capaz y, de hecho, me acababa de enviar un mensaje que decía: “he preparado un CV para ti… con foto”.Me disculpé por no tener la cita en mi agenda, pues tienen instrucciones de no recibir a nadie sin cita, y les pedí que, por favor, la acompañasen a mi despacho, que no hacia falta que reservaran sala de reuniones.
Normalmente yo hago una primera criba de los curriculums cuando ofrecemos vacantes, aunque la entrevista final y la decisión la toman los socios. Un encuentro rápido me da mas información que las dos páginas con grandilocuentes puestos anteriores y prestigiosos estudios de postgrado y cinco minutos de charla más todavía que esos absurdos test que hacen rellenar los de RRHH.
Vestía deliciosa aunque profesionalmente correcta: traje de chaqueta, blusa blanca abotonada pero que dejaba adivinar el volumen de sus pechos altivos; una falda azul marino que bajaba de sus rodillas pero que ceñía sus caderas y su trasero como una segunda piel protectora, y tacones, no excesivos, que realzaban sus piernas morenas y torneadas.
Me dio la mano con firmeza y me guiñó un ojo pícaro mientras me miraba detenidamente, muy seria, con la boca entreabierta. Felizmente, mi secretaria no se percató del gesto ni de que no parecía una entrevista al uso. Le dije que no me pasara llamadas y cerré la puerta del despacho por dentro.
En vez dentro y a solas, siguió con su papel y me entregó una carpeta.
Mis cartas de recomendación.
Pero dentro solo estaban sus braguitas blancas, dobladas cuidadosamente. Su falda era demasiada larga, pero cada cruce de sus piernas mostraba por un instante sus muslos como una promesa que el contendido de su carpeta confirmaba.
Le hice sentarse encima de mi y le dije que nada mejor que una pequeña prueba práctica para valorar sus aptitudes. Ella se frotó contra mi, como acomodándose en un asiento imposible, y escribió en mi teclado que notaba mi erección y que le encantaba. Mientras, yo le acariciaba las piernas y la cintura. El tacto de su piel me transportaba a un mundo de sensaciones y matices y destruía cada célula de mi cuerpo, como si me apuntara con un potente rayo láser capaz de derretir la carne pero también el más duro acero. Le aparté el cabello que caía sobre su cuello para besar distraídamente su nuca mientras escribía lo mucho que me gustaría que me cabalgase.
Y así, como estaba, se subió la falda y sacó mi verga para hundírsela lentamente mientras resoplaba de evidente satisfacción. Empezó a menearse encima de mí con sabia cadencia, comprimiendo sus muslos y dejando que mis manos apretaran su trasero y sus caderas, que describían el sabio y placentero movimiento como una réplica del que me sacudía por dentro las entrañas.
Tuve que decirle que parase para no correrme enseguida, así que la hice incorporarse y que se sentara en mi escritorio. Su falda no dejaba abrir bien el abanico de sus encantos, así que bajé la cremallera que, paralela a su cadera, cerraba como un candado el tesoro inaccesible de esa parte de su anatomía. Al caer sobre la moqueta, ya sin su glorioso contenido, la falda quedó vacía y arrugada y su entrepierna a mi vista, así que me lancé a devorarla con sed de náufrago. Besé sus muslos y me aventuré hasta casi sus pechos subiendo la blusa, entreteniéndome en esa porción de piel entre la cadera y el ombligo ideal para tatuarse un dragón, o una flor de cerezo que diga al mundo que la belleza es efímera y por eso hay que disfrutarla mientras hinche nuestros pechos del irrefrenable deseo de poseerla.
Lamí lentamente su sexo mientras hurgaba con mis dedos cada uno de sus recovecos. Ella me apretaba la cabeza contras sus muslos, no dejándome respirar otra cosa que su húmedo calor y la dulce ambrosía que resbalaba por sus muslos junto con mi saliva. Solo dejó de hacerlo para tirar de mis hombros hacia arriba con decisión. Mi espalda tensa reaccionó con pereza primero, al verme privado del manjar de su coño, pero con decisión después cuando comprendí lo que venía.
Enseguida comprendí que no era una postura cómoda la que me proponía, pues sentada sobre mi escritorio no aguantaría mis embestidas sin nada donde apoyarse. En lugar de ello, le hice ponerse de pie delante de mi, apoyada sobre la mesa. La visión de su trasero esperándome y sus piernas abiertas, realzadas por sus tacones, me hizo temblar de ansiedad. Al penetrarla y sentir mi polla dentro de ella, como en una caldera de aceite hirviendo, no pude evitar un hondo y prolongado gemido de satisfacción. La follé largo tiempo, aumentando el ritmo y ralentizándolo para reposar, pero sin dejan de entrar y salir de ella al ritmo de sus jadeos. La envolvía con mi cuerpo, le agarraba las caderas y palmeaba su delicioso trasero con mutuo deleite.
Finalmente, antes de vaciarme, salí apresurado de ella y acerqué mi verga palpitante a su boca para que la engullera y probase su propio sexo, pues algo de él había en ella en ese momento. Apenas le bastó apretarla con sus labios para que el chorro saliera como un manantial prisionero al reventar la presa que lo contiene. Siguió lamiéndola mientras los últimos espasmos me sacudían el cuerpo y me vacié completamente.
Todavía tenía rastros de mi semen en sus labios cuando me besó lentamente mientras me susrraba… ¿me contratas?