EL CABALLO DE ATILA
La sangre caliente reclama. Y obliga a la busqueda en otros cuerpos, en otras manos, en otras bocas y en otras pollas... Con ese hambre insaciable que lo arrasa todo sin dar lugar a que crezca nada. Un hambre que mastica y escupe lo que encuentra a su paso sin detenerse a paladear.
Un hambre que destroza, que despedaza, que desmenuza... Que seca el estómago hasta dejar pegadas sus paredes de puro vacío.
Un hambre que duele en el fondo del coño. Ese fondo que late, tierno y suculento, deseando ser acariciado por la medida justa... Con la presión precisa... Y que ruge como una fiera insatisfecha ante la falta.
Ese fondo que transforma la necesidad en hambre... Pura hambre arrasadora, que envuelve, aturde y sacrifica... Que entrega tu cuerpo a un maremágnum de lenguas, jadeos, sudor y semen... Un hambre ciega que sólo encuentra consuelo en el orgasmo... Efímero placer que poco tarda en perderse en el vacío de la falta.