El blues de Venus (Capítulo 3, Final)
Blue before sunriseTears standing in my eyes
Blue before sunrise
With tears standing in my eyes
Such a horrible feeling
Boy, that I do despise
John Lee Hooker - Blues before sunrise
Un pequeño rescoldo de brasa mal apagada humeaba dentro del cenicero repleto. Ella se había quedado callada, mirando el fino hilo azulado que subía de entre los restos de ceniza, imaginando que el humo formaba y atraía mil formas y fantasmas del recuerdo. Yo la observaba volver lentamente de aquella habitación de penumbra plateada. Por Dios que estaba bellísima, más que nunca, abstraída y lejana, siendo la mujer que era todas las mujeres del mundo. Ni pude ni quise reprimir el impulso nervioso que me recorrió el brazo y me hizo alargar la mano para acariciarle los pies (se había recostado).
• Esa fue la última vez que la vi.
El final de su historia se dibujó en las espirales de humo que giraban en silencio. La luna llena y la ventana abierta. Mi vida. Ella quedándose dormida, el beso prolongado y las manos y las piernas entrelazadas con las de Venus, que le sonreía desde una nebulosa onírica. Podemos ser generosos y conceder que Venus se quedó viendo cómo dormía a su lado, admirando la respiración tranquila y pausada que mecía el pecho de Ella (la única ligereza que rompía la quietud de la noche). La boca levemente abierta, los párpados cerrados con suavidad. Puede que Venus le acariciara el pelo, con ese color de cerezas maduras que tanto le favorecía. Seguro que le acarició las caderas desnudas, antes de inclinarse para besarlas suavemente, justo debajo del ombligo. Allí el olor sería más intenso y evocador. Sentiría el frío a flor de labios, el aroma a mujer desnuda, a manchas de humedad desmedida sobre las sábanas. Esencias que (yo lo sabía) invitaban a sumergirse en ellas y buscar consuelo entre los muslos pálidos y fríos. Y no salir nunca. Mi vida. Y Venus preguntándose por qué le había tenido que susurrar aquellas dos palabras mientras se deslizaba fuera de la cama buscando a tientas su ropa. Creamos - por qué no - que le dio un beso en los labios antes de salir descalza de la habitación.
Una última imagen se formó en las roscas del humo: una puerta entornada, a punto de cerrarse. La mano de una mujer con las uñas lacadas sobre el pomo. El tacón de los zapatos que sostiene con la otra mano se adivina detrás de la pierna con la que se dispone a dar el paso que cerrará la puerta (y este blues con ella). El tirante del sujetador caído enmarca un hombro que todos los labios del mundo matarían por besar, desbordando erotismo y sensualidad. La cabeza girada a medias, un mirar sin ver o un ver sin querer mirar hacia aquello que se quedaba al otro lado del umbral; el pelo todavía revuelto sobre la cara deja ver, entre los mechones, un ojo que encierra en su verde iris toda la triste belleza de un adiós en silencio. Ella seguiría durmiendo, acunada por el cosquilleo que las manos de Venus habían dejado sobre su cuerpo, soñando sentir lo que ya no era sino la ausencia de la diosa.
Al despertar, Ella solo encontró silencio y su ropa amontonada sobre la cómoda. Y el olor de Venus en los dedos. Lentamente fue saliendo de su somnolencia, mientras reubicaba todas las imágenes en la cabeza. Vio el cenicero con los dos cigarrillos dejados consumir hasta el filtro. Vio las sábanas retorcidas y marcadas por la humedad. La puerta cerrada y la mancha de rímel sobre la almohada. Todo iba cobrando sentido mientras Ella se incorporaba, despacio, hasta quedar sentada al borde de la cama. Te has ido, pensaba mientras se apartaba el pelo de la cara. Te has ido de nuevo. En lo más profundo de su corazón sabía que iba a suceder. Estaba escrito en los ojos de Venus, en su forma de besar, en su forma de reír. Te has ido porque tenías que irte, como tantas otras veces atrás te fuiste; como durante miles de años te has ido siempre de mi lado. Como en los buenos blues, te has ido de mi cama. Por la noche y sin despedirte. En ese momento y sin que nada ocurriera, algo se quebró de manera imperceptible en algún lugar. Ella, sentada al borde de la cama, desnuda y rodeada de silencio, rompió a llorar.
Cuando terminó de contarme su historia, todavía tardó en volverse a mirarme. Ninguno dijo nada. No merecía la pena, no iba a servir de nada. Su herida (como la mía) era incurable. Su tristeza (como la mía) no podía ser reconfortada de ninguna manera. El horizonte que se adivinaba en las ventanas empezaba a grisear y un cambio en el aire hizo que uno de los dos tuviera un escalofrío (mi mano o sus pies, qué más da). La agarré por el tobillo y la atraje hacia mí. Se revolvió ligeramente para acomodarse. Me tumbé sobre ella, nos abrazamos. Le dije que era la mujer más hermosa que había existido nunca; me sonrió antes de besarme. Empecé a notar su frío y esta vez era diferente. Igual de intenso, pero al mismo tiempo gradual y contenido, envolvente. Se deshizo de su bata, nos apretamos en el abrazo. Su humedad era un lago en calma. Despacio, me pidió.
Amanecía sobre la ciudad cuando, por primera y única vez, Ella y yo hicimos el amor.
EPÍLOGO
I just can’t get over losing you
and so if I seem broken and blue
Walk on by, walk on by
Foolish pride that’s all that I have left
So let me hide the tears and the sadness you gave me
when you said goodbye
Diana Krall - Walk on by
Mil años después volvimos a encontrarnos, tan de casualidad como la primera vez que sigue sin merecer la pena contar cómo. El tiempo había tallado sus ojos y su boca, con esas arrugas o marcas tan características y que tienen un nombre específico del que nunca me acuerdo. Por lo demás, estaba igual que aquella última noche. Las cerezas maduras y la piel pálida; las uñas lacadas y las manos un poco más de hueso (igual que las mías). Había dejado de fumar hacía mucho tiempo, pero aún así acepté el cigarrillo que Ella me tendió (te debo muchos todavía). Fumamos despacio, en silencio, mirándonos a los ojos. Una mínima sonrisa y un gesto con la cabeza. Apuramos la brasa hasta el filtro y aplastamos la colilla contra la acera. Ella bajó los ojos, lento, mientras se retorcía un mechón de pelo. Yo bajé los ojos y sentí otro latido de menos cuando por fin eché a andar. Quizá en otro momento, en otra vida o en otra historia. En otro blues.
A ti, que una vez tuviste el rostro de Venus.
Madrid, febrero-marzo (2011) 2022