Anj
Tras varias horas de travesía por el desierto, al fin el todoterreno entraba en el campamento en el que tantas temporadas había pasado con Mar, mientras estudiaban las culturas del desierto. Este viaje era diferente, se había deshecho de todo lo que era pasado y material, para aprovechar el tiempo que le quedaba en el lugar del mundo donde había sido más feliz. Nada la retenía ya junto a la civilización y la poca energía que le quedaba, cuando la enfermedad se lo permitía, la utilizaba para recordar los momentos vividos en Ann-Essbat. Sabía que su estancia no sería muy larga, quizás unos días, con suerte algunas semanas, aunque en sueños cada día veía la luz del atardecer más cerca y a Mar ofreciéndole la mano para acompañarla hacia el ocaso infinito.La voz de Yedder la bajó del mundo de los recuerdos, como el dibujo del campamento del oasis que había hecho veinte años atrás la mujer que tanto había amado.
- Zoe, ya hemos llegado, ¿quiere que la ayude a bajar?
- No, Yedder, lo intento yo misma, gracias. – Respondió ella, tomado aire y haciendo un esfuerzo por sonreír mientras soportaba aquella terrible sensación, ahora casi permanente, de tener millones de alfileres clavados en el cuerpo cada vez que se movía.
Mientras Yedder entraba la única maleta que la acompañaba, Zoe se detuvo a observar los detalles del interior de la jaima, parecía estar como la habían dejado. Observó con sumo detalle los alegres colores y dibujos de la cubierta y la alfombra, que la trasladaron de nuevo a los recuerdos. La tenue luz de la luna que entraba por la apertura de la entrada iluminaba el cuerpo desnudo de Mar, que no parecía haberse movido nunca de aquel catre. Aún sentía la aspereza del hilado ancestral de aquellas sábanas de lino, cuando abrazadas, recorrían cada rincón de sus cuerpos con las manos, con los labios, con la parte más infinitésima de su piel, oliendo y memorizando todo cuanto era posible percibir a través de los sentidos. Después de tantos años, al cerrar los ojos, percibía el perfume de sus negros cabellos cuando apoyaba la cabeza en su pecho y un escalofrío ponía en alerta aquel sexto sentido que la hacía reparar en el alma de su compañera, que la seguía envolviendo totalmente. Aquel estado de trance que la elevaba a un estado superior de sensibilidad, la embriagaba tanto que cada vez deseaba menos volver a la realidad y aferrarse a aquel otro mundo de tonos claroscuros al que la invitaba la mujer que tanto añoraba, cada vez con más frecuencia. De nuevo, el pobre Yedder, amigo, guía, conductor, compañero de viaje desde antaño, aquel joven que las había acogido en su pueblo y las había iniciado en lo más profundo, atávico y remoto de la conexión con el desierto y sus espíritus; la trajo de vuelta al presente al poner sobe la mesita un bol con un poco de sopa y un pedazo de pan.
Aunque no tenía hambre, hizo el esfuerzo de tomar la comida, quería pasar la noche fuera de la jaima, viendo las estrellas hasta que Sothis anunciara el nuevo amanecer. Yedder le había preparado una colchoneta en el techo del todoterreno para que estuviera cómoda y le había dejado unas mantas para aguantar la fría noche del desierto. Cuando las tenues luces de las jaimas se fueron apagando, Zoe se acomodó en su improvisado catre al aire libre hasta verlas todas completamente extinguidas. Aquel era el momento que estaba esperando, necesitaba estar sola con la naturaleza, dejar que sus sentidos formaran parte de aquel oasis de tranquilidad, sólo la brisa del aire sobre la arena perturbaba el silencio con su tímido susurro, la vía láctea se abría sobre ella inmensa, cruzando aquel espacio infinito plagado de estrellas imposible de ver en ningún otro lugar como allí. Sus ojos se fueron cerrando poco a poco, el viaje la había agotado y el sueño pudo más que su voluntad.
Los besos que ascendían su cuello, los murmullos y el calor del cuerpo de la mujer que tenía junto a ella la despertaron. La noche seguía su curso pero no hacía frío, al abrir los ojos su mirada se encontró con la intensidad de unos ojos verdes que la observaban mientras con las manos acariciaba suave y lentamente su cuerpo. Sorprendida, pensó que soñaba, pero seguía en el todoterreno, las mantas estaban a sus pies y ambas estaban desnudas a la luz de la media luna creciente. Su acompañante le musitó al oído:
• Sssst, no digas nada, déjate llevar, soy Nesert, no te prives de las emociones más reales y genuinas que hayas experimentado jamás.
Zoe no pudo contestar, Nesert le acercó los labios a los suyos colocándose encima de ella, sus lenguas se entrelazaron jugando, Zoe acariciaba la larga cabellera negra de Nesert mientras sentía el calor del cuerpo de Nesert moviéndose sinuosamente sobre ella. Los besos fueron bajando por su cuello hasta alcanzar los senos que Nesert sostenía y presionaba levemente, rodeó los pezones con la lengua y siguió bajando sus manos sin dejar un rincón por acariciar. Entretanto, las respiraciones ganaban énfasis y ambos cuerpos se movían con efusión al ritmo de los gemidos que empezaban a brotar de sus labios. Cuanto mayor era la excitación, aquel calor que había sentido al despertar la iba poseyendo poco a poco, cada centímetro que lamía Nesert activaba sus emociones y se estremecía. Le separó las piernas y, bebiendo de ella, paseó sus dedos sobre su vientre hasta que sintió que estaba a punto de estallar, entonces sus cuerpos se fundieron. Lamió con fruición hasta que Zoe no pudo evitar las convulsiones y un grito ahogado siguió al éxtasis. Nesert se acercó de nuevo a sus labios y la besó una y otra vez, la abrazó y juntaron sus cuerpos mirando como la luna desaparecía de su vista. De nuevo los ojos de Zoe se cerraban, pero no quería perder de vista a Nesert, era tan bella, tan dulce, tan ardiente, deseaba quedarse junto a ella hasta el final que había venido a buscar al desierto. El cansancio de nuevo pudo con ella.
La fría noche del desierto la volvió a despertar y se levantó para cubrirse con la manta. Hasta aquel momento no la había necesitado y fue entonces cuando reparó en su soledad, Nesert no estaba, había desaparecido tal como había llegado. Se tumbó de nuevo cautivada por la belleza del cielo nocturno, mientras absorta en el recuerdo de los momentos que acaba de pasar con Nesert, vio un centelleo hacia el oeste, era Sothis, la estrella que revela la llegada del amanecer y del verano.
Al llegar el alba, con los primeros rayos de sol percibió que aquel dolor permanente, que la acompañaba desde los últimos tiempos y que sabía que la llevaría a su fin, había desaparecido por completo de su cuerpo. A su lado tenía un objeto de vida, la que acababa de empezar de nuevo para ella, se trataba de un anj, al verlo, se puso de pie y alzó la cabeza y las manos al sol mientras sonreía y le daba las gracias a Nesert por el regalo. Recordó entonces haber leído en un templo:
“Solo te pido que entres a mi casa con respeto. Para servirte no necesito tu devoción, si no tu sinceridad, ni tus creencias, si no tu sed de conocimiento. Entra con tus vicios, tus miedos y tus odios, desde los más grandes hasta los más pequeños. Puedo ayudarte a disolverlos. Puedes mirarme y amarme como hembra, como madre, como hija, como hermana, como amiga, pero nunca me mires como una autoridad por encima de ti mismo. Si la devoción a un Dios cualquiera es mayor a la que tienes hacia el Dios que hay DENTRO de Ti, les ofendes a ambos y ofendes al uno”