Braulio
Me giro en la cama y huelo su perfume en la almohada estiro la mano para confirmar su ausencia en mi cama. Comienzo a estirarme luchando contra el sueño y empiezan a llegar recuerdos a mi cabeza: su boca en mi cuello, sus manos en mi cintura y sus dedos jugando con los pliegues de mi sexo. Un escalofrío recorre mi columna, el estómago me da un giro y mi coño se humedece. Me acuerdo de sus ojos profundos que me miraban atentamente, sin perder detalle, sus labios finos, pero a la vez suaves y carnosos, perfectamente dibujados, su lenga invadiendo mi boca, jugando con mis pezones, recorriendo y saboreando mi entrepierna. Sus brazos fuertes, que envolvían mi cuerpo, sus manos firmes que me acariciaban sin parar y sus dedos se hundían en mí llenándome de placer.No recuerdo su nombre, ni siquiera estoy segura de que me lo haya dicho, pero recuerdo perfectamente el sonido de su respiración agitada mientras estaba detrás de mí, penetrándome hasta el alma. Recuerdo sus gemidos cuando me puse encima y empecé a moverme lento, buscando la penetración más profunda. Recuerdo su sonrisa pícara cuando llegué al orgasmo y notó como bajaba mi corrida caliente entre sus muslos. Entonces e agarró por la cintura, se giró y se quedó sobre mí. Colocó sus manos en la parte trasera de mis muslos, elevándo mis glúteos, consiguiendo así que yo pudiese sentir su polla en lo más profundo de mi cuerpo. Y no olvidaré jamás la sensación de su miembro hinchándose, cada vez más, hasta que explotó. En mi memoria queda registrada esa cara de placer y el suave beso de después.
Aún le puedo oler en mi cuerpo. Mis manos ya han empezado a recorrer mi piel, mi respiración se acelera y aprieto mis muslos. Un pequeño gemido se escapa de mi boca. Mis dedos llegan a mi coño y empiezo a estimular el clítoris, revivir lo de anoche me ha excitado sobremanera. Puedo volver a dibujar el mapa de su cuerpo sin dejarme un lunar atrás, puedo escuchar cada uno de sus gemidos y transcribirlos en una partitura, pero soy incapaz de recordar su nombre.
Y mientras mi mente se llena de las imágenes de ese maravilloso hombre, mis dedos siguen jugueteando entre mi clítoris y la entrada de mi vagina, cada vez más rápido, cada vez más fuerte... y me corro, me corro muchísimo. Queda en la sábana el recuerdo de mi placer junto a su olor y a su ausencia.
Me levanto, voy a baño, me meto en la ducha y mientras me cae el agua caliente por el cuerpo vuelvo a recordarlo en la cafetería, antes de subir a mi casa, donde lo veo cada día, sentado con su café y su tostada, mirándome, sonriéndome... Me envuelvo la toalla en el cuerpo, voy a la cocina a prepararme un café y tengo un pequeño pastel de hojaldre con una nota: "Buenos días, princesa", un número de teléfono y un nombre. Braulio. La toalla cae a mis pies, me huelo que no será la última vez que Braulio me traiga el desayuno.