Red-ale
Sentado en la barra de la coctelería, bebía lentamente la red-ale que le acababan de servir, mientras observaba de reojo el móvil, que no mostraba actividad desde hacía un buen rato. Estaba cerca de la puerta, apostado en el rincón que quedaba entre la barra y la entrada, donde se acomodaba siempre, así podía observar quien entraba y quien salía. Esa era su máxima distracción últimamente, hasta que aquella noche, sin apenas darse cuenta, una joven de larga melena negra se había plantado frente a él.• Hola, ¿hace mucho que estás aquí? – Le preguntó ella.
• Hola, no, no mucho, quizás unos veinte minutos. ¿Qué tal? Encantado. – Acercándose para darle dos besos.
Ella le correspondió diciéndole:
• Encantada, soy Nesert.
Sin mediar más palabras, se acercó a su copa y tomó un sorbo, se sentó por un instante a su lado mientras él, trastornado, no era capaz de apartar su mirada, pero tampoco podía articular palabra, sólo imaginaba qué escondería aquel vestido rojo que la hacía tan extremadamente sensual. Después de unos momentos de silencio, ella le dijo:
• ¿Sabes que en este bar las paredes del baño de mujeres están llenas de poesía?
• ¿Poesía? – Respondió él sonriendo, sin dejar de mirar aquellos ojos verdes preciosos que lo estaban cautivando.
• Sí, hay personas que dejan las expresiones de sus sentimientos allí escritas. ¡Ven! Te lo enseñaré.
No le dio tiempo a responder que ya lo tenía agarrado de la mano y lo conducía hacia el interior del local. Entraron en el baño de mujeres, Nesert cerró la puerta con pestillo y lo empujó contra la pared, al tiempo que se abalanzó sobre él y comenzó a besarle, se acercó a su oído y le susurró que leyera los versos que estaban escritos justo a su derecha. Mientras lo hacía, la lengua de ella buscaba su cuerpo insistentemente y con las manos le desabrochaba el pantalón buscando su sexo. Él estaba tan sorprendido y excitado que simplemente se estaba dejando llevar, mientras acariciaba el pelo de ella y gemía de placer. El movimiento empezó a subir de intensidad y el ritmo se aceleró, hasta que lanzó un grito de éxtasis y sintió unas convulsiones arrolladoras. Se quedó con los ojos cerrados recuperando parte del aliento para continuar besando a Nesert y decirle al oído lo fantástica que había sido la experiencia, pero al abrirlos, aunque la puerta seguía cerrada, ella ya no estaba allí. Leyó de nuevo los versos y una profunda melancolía le recorrió el cuerpo:
Obscena, en mis entrañas se infiltra
tu llama abrasadora.
Invades mi esencia,
embriagándome de un sofocante frenesí.
Resuelta, me paralizas, me ciegas,
me posees y me sublimas.
Permites a tu espíritu que me envuelva,
me arrolle y me consuma,
convirtiéndome en deliberado cautivo
de esta tórrida e inagotable catarsis.
Impotente, quiero rehusar el placer
y el volcán que desatas sosegar,
pues cuando irrumpa el éxtasis
ya no podré sentirte más.