Con el alma rota...
Era noche cerrada y estaba solo. Solo y triste. Cogí el móvil y lancé un mensaje sin mucha esperanza “¿qué se puede hacer con la polla dura y el alma rota?”. Dejando el móvil en la mesa me levanté a por una cerveza, y al volver vi tu respuesta “yo tengo una solución, ven”, y sin pensarlo fui. Me abriste desnuda, no querías perder tiempo, me cogiste de la mano y me llevaste al salón, me desnudaste con calma, y empezaste a acariciarme y a besarme. Te pusiste de rodillas y tu boca engullo mi polla, llenándome con tu calidez. Te pusiste encima de la mesa abriendo tus piernas, invitándome al banquete que ofrecía tu coño, y te devoré con ansía, bebiendo tu placer, sediento de tus orgasmos. Me llevaste corriendo a la cama, y me tiraste en ella, subiéndote encima de mí hábilmente, comenzaste a cabalgarme, sujetando mis brazos, acercando tus pechos a mi boca para después apartarlos con sonrisa traviesa. Te di la vuelta con brusquedad bien recibida y te devolví la jugada, sujetándote los brazos mientras mi lengua rozaba tus pezones ligeramente y mi miembro exploraba sin prisa tu interior. Seguimos así, cambiando de posición, de lugar, de juegos, regalándonos pasión hasta terminar en una explosión de placer. Estábamos exhaustos, tu bebiendo vino y yo con mi cerveza, y preguntaste “¿cómo está tu alma ahora?”, y al cabo de un momento te dije “digamos que está en el taller”; me miraste con una sonrisa pícara y preguntaste “¿Y tú polla?”, me reí y dije levantándome “Esta sigue dura”, y me lancé sobre ti.