Peto
Los días de verano en la casita del campo los pasa descalza. Sale descalza al jardín, descalza pasea por los caminos, baja al pantano e incluso conduce. Sólo cuando subimos al pueblo se pone unas zapatillas. Dice que si fuese por ella iría todo el día desnuda. Y de hecho siempre que bajamos al pantano y no hay nadie nos bañamos y tomamos el sol desundos. No fue hasta hace poco que supo que el apodo de Fresita se lo había puesto a raíz de nuestros baños en el pantano. Tus pezones, le dije, son rojos como fresitas. Y apuesto a que dulces y ácidos a partes iguales, añadí. Se cubrió cruzando los brazos con vergüenza fingida y luego se echó a reír y comparó mi polla con un champiñón.A menudo vestía su prenda favorita —y la mía— para estos días. Un peto vaquero holgado. Cuando recogíamos para volver a la casa solía volvérselo a poner sin nada debajo. Me embelesaba mirando su nuca y sus hombros mientras se cerraba los tirantes. De esa guisa y siempre descalza conducía el viejo Renault 5 por el camino polvoriento. Desde el asiento de al lado miraba sin mucho disimulo la tela que cubría sus tetas. Casi podía sentir mis dedos recorriendo el contorno que quedaba a la vista. Podía sostener en mi mano ese precioso seno que casi salía de la tela cuando se agachaba a coger el encendedor del coche. Sentía la suavidad y la calidez de su piel.
Habíamos almorzado una ensalada de pasta y un poco de hummus, casero claro, y la tarde pedía amodorrarse en el porche de atrás, a la sombra de los fresnos en el sofá. Ya estaba medio adormilado cuando Fresita, con sus pies descalzos y su peto vaquero, se hizo un hueco a mi lado.
…continuará?