Juguete de tres
Fuera llueve. Pero es curioso cómo todo lo que pasa en el exterior desaparece cuando oigo el clic del pestillo que separa esta habitación del mundo real. Será la luz, tenue, casi inexistente, o el hilo de música que se impregna en mis oídos y en los cuatro espejos que rodean la cama redonda de color rojo y consiguen darnos todas las perspectivas de ella, incluida la del techo. Miro arriba por inercia y nos veo. A los cuatro. También me resulta llamativo cómo hace unos minutos solo éramos esos amigos que se reúnen para cenar, tomarse una copa o compartir una tarde de aburrimiento y, ahora, sin meditarlo, nos convertimos en uno. Siempre ocurre; todo cambia. El entorno, las miradas, las sonrisas, las palabras… Todo es más caliente, más intencionado.Sigo mirando el espejo del techo. Ahora, en el plano, solo están Sandra y Julian, ajenos a lo que pienso. Se besan mientras se desprenden de la ropa, sin prisa pero sin pausa, situándose en mitad de la gran cama. En breve, el reflejo será de cuatro personas, cuatro cuerpos, que se buscan y se encuentran.
Unas manos capturan mi cintura y mi atención. Natalio me reclama. Sus labios buscan mi cuello y sus dientes muerden mi mentón al notarme distraída. Son pocos segundos los que tardo en corresponder su boca con ganas para que me bese de esa manera que solo él sabe. No obstante, esta noche no es nuestra. No como otras, en las que somos él y yo, con la compañía de ellos. O ella y yo, en compañía de nuestros hombres. Hoy son ellos, y puede que yo. O puede que no. Y eso me encanta.
Entre todas esas fantasías que se me han pasado por la cabeza nunca ha estado esta. Por una vez, no he sido yo, la chica sin límites, la que lo he propuesto.
Sin embargo, aquí estoy, y el corazón late con fuerza en mi pecho. Si no fuera por el hilo musical, apuesto a que todos lo apreciarían.
Las manos de Natalio me desnudan. Levanto los brazos y el vestido plateado asciende por mi cuerpo sin dificultad y aterriza en algún lugar desconocido. La tarea es sencilla, no hay ropa interior de la que encargarse. Me giro para observar que Sandra sí la tiene. Es el conjunto de dos piezas que elegimos entre todos esta tarde, por el grupo de WhatsApp. Me sonríe, pícara, y yo le devuelvo el gesto mientras me encargo de desabotonar la camisa de mi chico y bajo hasta su pantalón, del cual me deshago con rapidez. En pocos segundos estamos los cuatro desnudos. En pareja, nos tocamos y nos besamos, calentando un poco más el ambiente. Hoy eso cambia también, porque todo arde ya. Todo está hablado y nuestras mentes han fantaseado con este momento. Los límites, aquellos que impusimos desde el primer momento, están borrosos. ¿Cómo ha pasado? No lo sabemos.
Nos miramos. Mi chico lo hace pidiéndome esa especie de consentimiento que siempre aceptamos con los ojos. Sandra y Julian dejan de besarse y me preguntan en silencio si estoy preparada.
Lo estoy.
¿Lo están ellos?
Me mantengo quieta en el sitio, justo en el filo de la cama, de pie sobre los tacones. Mis piernas casi rozan el colchón y mi trasero lo hace con el espejo que tengo detrás. Natalio, de rodillas, se aproxima a ellos. Nuestros amigos separan los labios de nuevo y observan cómo se les acerca, dispuesto a unirse.
Yo no pierdo un solo detalle desde mi posición. Solo un segundo tardo en dirigir mi mirada a los juguetitos preparados sobre la mesa, pero me parece pronto. Antes hay muchas otras cosas de las que disfrutar. Ese instante de distracción ha bastado para que todo se acelere. Sandra toca los hombros de Julian y desciende por su pecho con calma mientras este dirige sus manos a los tirantes del sujetador y hace el amago de bajarlos, pero los dedos de Natalio entran en acción. Por un momento, noto el nerviosismo de ella. La entiendo; otro hombre no era bien recibido en sus fantasías. Pero ahí está, justo detrás, cada vez más cerca.
Ya casi la roza.
Ya, con seguridad, nota el calor que el otro cuerpo desprende. Otro que no es su marido.
Dejo escapar el aire cuando veo a mi chico con el pecho pegado a su espalda, con su desnudez en contacto. Pienso en lo que debe estar experimentando Sandra al notar ambos miembros, uno delante y otro detrás, duros, hinchados, a causa de su presencia.
—Tranquila —susurro, siendo la primera vez que se habla en la estancia.
Sandra me mira y sonríe débilmente. Sus hombros se relajan y los ojos se entrecierran al notar cómo Natalio acaricia sus brazos mientras baja y se dirige hacia el broche del sujetador con roces leves y cuidadosos. Ella sigue clavada en mí e intento enfundarle calma. No sé por qué, pero suelo conseguirlo. Ocurrió desde el primer día, cuando no sabíamos cómo romper el hielo y me acerqué con determinación a ella. A nuestro alrededor se creó un halo invisible de confianza que convirtió el momento en algo mucho más que sexual. Íntimo, tranquilo, cariñoso… Pero eso lo contaré en otro momento.
Ahora me detengo a pensar qué estoy experimentando yo, aquí, apartada de ellos mientras veo cómo mi chico se encarga de desnudarla a la vez que, Julian, su marido, la lame con lascivia. Me siento bien, increíblemente bien. Mi sexo palpita a la espera de más. Deseo que Sandra no los detenga, que consiga relajarse por completo y los límites desaparezcan de su mente.
«Nunca más voy a quedarme con ganas de nada», pensé uno de aquellos días interminables de confinamiento.
Y aquí estoy, con ganas de todo.
Vuelvo a repetirle que se calme, pero al parecer con la palabra no basta. Sin descalzarme y a gatas, avanzo hasta ellos. Hasta ella. Los dos cuerpos masculinos la envuelven, pero sé que el mío le proporcionará ese punto calmado que le falta.
Me fascina cómo los ojos oscuros que normalmente miran con cariño y alegría se transforman al acercarme y provocarla. Se oscurecen aún más, brillan con fuerza.
Me aproximo a sus labios y la beso de manera casta pero húmeda para apartarme de nuevo y contemplarla. Sí, está excitada. Vuelvo a su boca, ahora con más deleite, saliva y morbo. Noto sus manos pasearse por mis pechos hasta llegar a mis pezones, pero cuando bajan del todo no le permito tocar más. Me alejo, lo suficiente para que ni ella ni mi chico alcancen a rozarme. Desciendo un dedo con lentitud a través de mis tetas y sigo bajando. Abdomen, ombligo… hasta llegar a mi sexo. Está húmedo, chorreante. Los miro a los tres, en orden: primero a Natalio, después a Sandra y, por último, a Julian. Tres pares de ojos que me observan expectantes. Entonces recojo esa humedad con mi dedo índice, recorro el camino de vuelta hasta mi boca y lo introduzco con lentitud para saborearlo sin apartar la mirada de ellos. Lo chupo. Con la misma calma, entreabro los labios, lo saco, vuelvo a pasearlo por mi rajita y se lo acerco a Sandra que, sin mover un ápice sus ojos de los míos, lo acepta gustosa y lo lame. Los cuerpos de los hombres se aprietan contra el suyo y la hacen gemir de sorpresa.
Ahora sí, es momento de convertirla en ese juguete con el que hemos fantaseado. Parece que todos los presentes nos hemos dado cuenta de que el juego empieza, porque lo pausado se termina y Julian se deshace con rapidez de las braguitas, besa a su mujer con ansias y la tumba hacia atrás, en el centro de la cama.
Alargo el brazo para coger uno de los juguetitos preparados. Es cortesía de Sandra: un dildo grueso que se pega al espejo gracias a una ventosa. Lo preparo y me mantengo en mi posición.
Mi amiga abre las piernas, expuesta. Delante de mí, su coño prieto. Su marido se interpone en esa visión, se coloca entremedias y se agacha para hacerlo suyo. Lo lame, lo mordisquea, lo envuelve con su boca. Natalio y yo nos miramos, solo durante un segundo, pues no queremos perdernos lo que acontece. Mi chico está de rodillas, a su lado y muy duro. Por mi cabeza pasa la imagen de Sandra atrapando su polla con la mano mientras disfruta y lo hace disfrutar, pero sé que es pronto para eso. Los límites, en parte, siguen ahí.
Cuando Julian se aparta de entre sus piernas, me mira. Su mentón brilla con la mezcla de saliva y placer, y sus ojos también. Sé lo que quiere. Yo también lo deseo. A gatas, de nuevo, me aproximo a las piernas abiertas. Lo último que veo es a Sandra suspirando ante mi llegada. Muerdo sus muslos, primero el izquierdo, después el derecho, y en el intercambio de uno a otro paso mi boca por sus labios, dejando ahí mi presencia. Se retuerce suavemente, pidiendo sin palabras. Sonrío, me acerco y la degusto con ganas. Atrás ha quedado la insinuación. La abro un poco más con una de mis manos y lamo de arriba abajo su clítoris. Después simulo un beso.
—Hazlo, Jenna. Como cuando me comes la boca —me pide, y yo obedezco.
El ritmo comienza a ser frenético. Su espalda se arquea y la oigo gemir. Poco; ella es más de quedarse para sí su placer, aunque no le sea fácil disimularlo. Introduzco dos dedos en su interior y toco ahí donde he de tocar para volverla loca. Es rápido y certero. Golpeo con mis yemas mientras muevo mi lengua y me regala un orgasmo que me empapa.
Me aparto y llamo a Natalio con la mano. Se acerca. Quiero que él le regale otro.
Se palpa la tensión del momento, porque sería la primera vez que ponemos un pie en el otro lado de la línea. O una boca.
Miro a Sandra, que asiente. Ella también lo desea.
En breve, mi chico está entre sus piernas, devorando su coño. No el mío, el de otra. Y yo, contra todo pronóstico, jadeo de placer al verlo. Alzo los ojos y me encuentro con los de Julian. Vislumbro en ellos el mismo morbo que siento en este momento. Bajo un poco más y su miembro, a punto de reventar, solo confirma mi sospecha.
Sandra gime, sujeta a la sábana roja con los ojos cerrados.
—Mantenlos así —le pido y ella asiente, conocedora de que ahora no sabrá quién la toca o quién se la folla con la boca.
Entonces comienza la verdadera cadena. Los tres jugadores, uno de tras de otro, la tocamos, la lamemos, saboreamos, giramos y masturbamos. No puede verlo, pero sí sentirlo. Privilegiada. Yo disfruto de la mezcla de manos que danzan por su cuerpo, cubriendo pechos, sexo, brazos, abdomen. Las lenguas que la recorren. Los dedos que impacientes entran y salen de su interior. Queremos saborearla. Julian, yo y Natalio, siempre en ese orden. Una boca, otra, otra. Y vuelta a empezar. Encima, detrás, debajo. Ella se deja hacer, manipular. A cuatro patas, para saborearla desde atrás; tumbada, para hacerlo desde arriba; de pie, para que uno chupe por delante y otro lo haga por detrás. En la habitación, gemidos, calor, fluidos y gruñidos.
Sexo, sexo y más sexo.
Estoy caliente, a punto de reventar. Me encantaría ser ella, estar en medio de dos cuerpos masculinos. Los tres lo saben. Por eso vuelvo a mi lugar de partida, al filo de la cama, junto al espejo, para ser una simple observadora y disfrutar desde el bando contrario al que siempre pensé estar.
«¿Podré participar?», pregunté tiempo atrás, cuando la fantasía resurgió en boca de Julian y la lanzaba al aire, una tarde cualquiera después de habernos tomado un café juntos.
«En la imaginación de su fantasía tú también estás conmigo, o tocándote, o lanzando esas miradas tuyas…», me respondió Sandra.
Así que desde aquí veo cómo Julian se tumba, su mujer se coloca encima y se ensarta. Lo hace con lentitud, para que todos veamos cómo la penetra mientras la sujeta por la cintura y guía el movimiento. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Entonces, llega el momento que espero. Julian desliza sus manos hasta el trasero de Sandra y lo abre con brío, ofreciéndoselo a Natalio. Él me mira, cauteloso. Yo no asiento, no hace falta.
Al parecer, mi chico se ha adelantado y en algún momento se ha colocado un preservativo. Ahora se acerca con la boca para lubricar de manera natural. Después se moja la mano, esparce la saliva por la polla y la cubre entera. Julian sigue follándosela a la espera de alguien más. Alguien que llega pronto y roza el glande por el trasero de Sandra. Una vez, dos. Inserta la punta, solo un poco, pero ella no opone resistencia. Siempre le es fácil.
Yo observo fascinada cómo mi chico la penetra y el rostro de los tres cambia a uno más fiero. No sé cuándo ha pasado, pero con una mano toco mis tetas y la otra baila entre mis pliegues, hambrientos y húmedos. Con impaciencia, busco el juguetito que preparé antes y me penetro con él sin necesidad de lubricar. Ellos se acoplan con rapidez y el movimiento se acompasa para que los tres disfruten. Escucho los gruñidos varoniles que se funden con los gemidos de Sandra. Tiene los ojos cerrados y está aferrada al pecho de Julian mientras las manos de Natalio la sujetan por la cintura.
Son música en movimiento.
Miro arriba y nos veo en el espejo. Me penetro más con el dildo, buscando profundidad, y me toco mi botoncito húmedo y excitado para intensificar el placer. Sé que tardaré poco en correrme; la situación no me permite aguantar. Pero aun así lo intento. También sé que alargar el momento me hará explosionar con más intensidad. Así que me detengo unos segundos para que la cumbre desaparezca. Después, de nuevo a subir.
En la escena de los tres, la que comenzó con cautela, ahora está desatada. Sandra se deja hacer entre ambos que, no solo se la follan; disfrutan de ella por completo. Julian tiene los pechos en su boca. Se mueven frenéticos y él los captura. Natalio lame su espalda y en forma de caricia perfila sus tatuajes. Se corre. No una, sino varias veces. Vuelve a correrse, aunque ellos no paran, siguen y siguen hasta matarla de gozo.
Ella ya ha abierto los ojos. No hay vergüenza, no hay cautela. Ya no hay límites. Me mira y en sus pupilas dilatadas confirmo que han desaparecido. Entonces me indica con la mano que me acerque, que seamos cuatro, pero me niego.
—Quiero disfrutar aquí hasta el final —confieso.
Ella aparta a los chicos con las manos y me mira competitiva. De rodillas en mitad de la cama, indica con sus manos que ambos se acerquen. Yo no lo he hecho y quiere castigarme por eso. Se desprende del preservativo de Natalio y, sin apartar los ojos de mí ni un segundo, se mete en la boca la polla de Julian y la lame. Justo después, repite la acción con la de mi chico sin dejar de masturbar a ninguno de los dos, enseñándome ambos falos en todo su esplendor.
Es un castigo.
Castigo divino.
Me muevo y busco de nuevo que el dildo sustituya lo que me encantaría que me dieran ellos.
Sandra intercala: primero un miembro, luego el otro. Los hombres cruzan sus miradas. Después las pasan de mí a ella, de ella a mí. Al espejo que tengo detrás, desde donde hay una visión perfecta de mi coño siendo follado. Desde arriba, donde nos vemos todos. Desde el lateral, donde dos pollas son devoradas por una misma boca…
Sandra mueve las manos con ferocidad, masturbándolos. Yo aumento el ritmo y vuelvo a escupir sobre mi mano para palmearme el clítoris a golpes secos, cortos y húmedos hasta que el placer se apodera de cara parte de mi cuerpo. Las piernas me tiemblan tanto que dudo poder aguantar sobre los tacones. La visión se me nubla.
—Me corro —digo por inercia.
Los miro mientras tanto y me deshago de placer en uno de los orgasmos más intensos de mi vida. En sintonía, como preparado, ambos gruñen, avisando del final. No obstante, Sandra no se aparta y, como colofón, en mitad de los gemidos observo cómo se derraman sobre su cuerpo y los fluidos de ambos se mezclan y deslizan por su piel tostada hasta cubrirla.
Ahora sí, me acerco despacio y la beso con parsimonia. En otro momento hubiera descendido la lengua para limpiar lo que ellos han manchado, pero hoy no. Sigo siendo una espectadora. Ella sonríe, tranquila.
Me acerco a mi hombre para comerle la boca con ganas.
Julian y yo nos dedicamos una mirada cómplice.
Los cuatro estamos serenos, y eso me reconforta.
Todo está bien.
Después, nos limpiamos y, una vez ausente de pruebas físicas que indiquen lo que aquí ha pasado, nos vestimos y salimos.
El pestillo se ha abierto y hemos cruzado el umbral que nos lleva de nuevo al mundo real.
Ya no hay música, ni cuerpos, ni sexo.
Ahora cuatro amigos se disponen a tomarse unas copas entre risas.
Fuera llueve.