Una escena (Acto II)

*****ras Hombre
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Una escena (Acto II)
Entra despacio, que nadie oiga tus pasos.
Mientras tanto, si los nervios no traicionan
Todo irá bien.

Héroes del Silencio - “Con nombre de guerra”

Son tres escalones, quizá cuatro, hasta llegar a la puerta. Los subo lentamente, con calma (uno, dos, tres; cuatro). Igual que hay deseos que nunca se calman, hay costumbres (rituales) que nunca se abandonan. Por eso cojo aire mientras acaricio el nudo en el estómago que siempre aparece. Al menos, ya no me tiemblan las manos. El silencio, como siempre, es imprescindible.

La puerta se abre sola y el olor que emana, dulzón y excesivo, pero familiar, empieza a soltar la presión. Doy tres pasos, quizá cuatro, y me giro. La puerta se ha cerrado quedamente y por fin puedo verla.

Lleva puesto lo que le he pedido: la camisa y las medias o calcetines largos por encima de la rodilla. Se acerca un palmo a mí y cruza una pierna por detrás de la otra, balanceándose mientras estira las puntas de la camisa como quien presume de ropa nueva (una falda, un vestido), dejando ver aún más piel de sus muslos. Sé que no lleva nada debajo, esa era mi petición, pero pensar en la posibilidad de que no sea así me enciende. Empiezo a balancearme yo también, para compensar las primeras oleadas que me provoca. Se recoge vagamente el pelo con un pañuelo de tonos violeta. Me gusta. Le despeja el rostro. Me gusta mucho. El pelo puede molestar y además, cuando la presión de mi mano empuje hacia abajo y se mantenga ahí, voy a querer verla la cara (a pesar de que me dé vergüenza que ella vea la mía).

La primera vez le pregunté si podía besarla y ella me cogió la cara y me dijo “claro”, alargando las vocales al hablar, dejándose besar y acariciar por encima de la ropa (la misma camisa) en busca de costuras. Ahora ya no pregunto, ahora el miedo ha dejado paso a la excitación, que es urgente e invasiva. Ella lo sabe y mientras se deja besar intenta soltar las trabillas de mi cinturón. Mis manos se han metido directamente debajo de la camisa y la arrastran, acariciando sus perfiles sin que nada entorpezca el recorrido hasta llegar a las axilas, los brazos levantados y la tela arrebujada en torno. La miro, primero con los ojos, después con la lengua. Huele tibia.

Ella se ríe y ronronea cuando la suelto y, de un tirón, los botones de la camisa saltan. La atraigo hacia mí, la vuelvo a besar. Me pregunta si me gusta el pañuelo y le digo que sí mientras acaricio el borde y enredo uno de sus mechones entre mis dedos. Por un instante, es como si hubiera algo romántico entre los dos. Algo que se deshace cuando la hebilla del cinturón cae al suelo; y que desaparece cuando la camisa se queda enganchada en los codos, limitando los movimientos de sus brazos, y no la dejo quitársela del todo porque es mejor así, porque puedo guiarla mejor así, porque puedo hacer que mi ritmo se imponga. No se resiste y se deja hacer. Veo aparecer la punta de las medias o calcetines largos que le he pedido que lleve por detrás de su hombro, cada vez más abajo. Mis dedos se enmarañan entre su pelo. Y el pañuelo que despeja su cara, que me deja verla y a ella mirarme, con los brazos inertes y la circunferencia de sus labios ajustada a mi medida. El maldito pañuelo.



En la cama me invade la vieja sensación de melancolía posterior. “¿Te da vergüenza?” me preguntaron una vez (no era ella). “Sí, pero sobre todo me da pena”. No supe seguir respondiendo, pero al menos en ese tiempo fumaba y pude llenar el silencio con humo (porque para eso sirve el tabaco, para llenar el tiempo). Ahora no fumo y lo echo de menos, así que disimulo cerrando los ojos mientras acaricio en círculos el hoyuelo del final de su espalda. Ella, que sabe de silencios, se acurruca falsamente a mi lado y espera, repitiendo con sus dedos sobre mi pecho las espirales que apenas siente.

Hoy la primera espera no es muy larga y las manos, las de ambos, se mueven pronto. Yo abro, separo y palpo y me acuerdo de creerme lo que me dijo (“está así - denso - porque me va a gustar tanto como a ti”). Ella agarra, agita y estira y responde con su voz grave, alargando la vocales al notar los golpes de la sangre (mi sangre) fluyendo y acumulándose. Me dice algo que sonaría obsceno si no fuera porque son las palabras justas en el momento apropiado. Yo le respondo con algo igual de obsceno. Un tirón de su muñeca (hacia abajo, con fuerza) evita que me sienta ridículo hablando. Un segundo tirón acaba con mi paciencia. Saco los dedos y sujetándola de las caderas, la guio falsamente hasta la posición que le he pedido (suplicado). Ella se encarama a mí con habilidad y precisión, pero sin acoplarse. Según las reglas del juego puedo (y debo) aguantar un poco más. Disfruto de sentirla encima, presionando sobre mi, empapándome. Acaricio el borde de las medias o calcetines largos que no puede quitarse cuando está conmigo, la transición entre piel y tela. Vuelve a parecer que hay algo romántico entre los dos, ella doblada sobre mi, muy cerca, abrazados. Y vuelve a esfumarse cuando me concede y siento como me deslizo en el interior de su cuerpo.



• Échate para atrás.

Si no fuera por el infinito placer la imagen podría ser hasta violenta. Mis manos sobre sus pechos la empujan hasta la perpendicularidad y ella se deja empujar mientras dibuja extraños ochos conmigo dentro. Sabe que me gusta verla así y disfruta viéndome disfrutarla, sintiendo al mismo tiempo el roce de su piel, de las medias o calcetines largos, de su humedad. El pañuelo violeta hace tiempo que ya no le sujeta el pelo. Ella lo coge por los extremos y estira, apretándolo sobre el cuello mientras se yergue. La imagen es excesivamente poderosa. Mi empuje es excesivamente poderoso y las sacudidas hacen que se agite. El pelo suelto cae hacia delante, ocultando sus ojos. Ella cae hacia delante y se apoya en mi pecho. Los ochos cada vez más rápidos. Solo puedo ver (y oír) los gestos de su boca, el hilo de saliva que se escurre, la media sonrisa cuando se para de imprevisto a disfrutar de mi frustración. “Todavía no” me dice mientras se incorpora. Se desenrolla el pañuelo para echármelo a mí por el cuello y atraerme hacia ella. Nunca los pide y apenas los devuelve, los besos; pero sé que hasta que no la bese sus movimientos vas a ser desesperadamente lentos y suaves.
*********ntom Hombre
923 Publicación
La segunda parte...vista de la otra parte... Muy muy bueno...contas las emociones de todos así...no importa si, por ahora, no es muy explicito...es muy hermosa toda la situacion y como la describes...está más excitacion en la espera a veces...y tambien nosotros ahora esperamos el tercero acto...
*****ras Hombre
42 Publicación
Autor de un tema 
No me gusta ser especialmente explícito porque, si lo contamos todo, ¿qué espacio le queda a la imaginación, a todas las posibilidades que pueden ser, a la magia, a las múltiples interpretaciones? Quien lee también tiene que poner su granito de arena, no vamos a dar todo el trabajo hecho *zwinker*

En cuanto al Acto III, se admiten ideas y sugerencias; realmente no tengo ni idea de por dónde puede ir... *nixweiss*
*****ema Mujer
1.720 Publicación
Quien más menos mantiene sus rituales como puro fetichismo. Describes de tal manera esa intimidad que se vivencia incluso con suspiros. Esa danza que describes cual piruetas con los planos y los infinitos, lo he sentido en el pubis y me he ruborizado.
Gracias por enseñarnos con elegancia a mostrar sin mostrar, poniendo nuestro granito.
******dos Pareja
972 Publicación
Moderador de grupo 
Me ha encantado...
****69 Hombre
178 Publicación
Quizas haya un Acto III o tal vez no, lo que si esta claro que se puede entreveer todo en este Acto II... La imaginación es un arma poderosa. *hutab*
*****ras Hombre
42 Publicación
Autor de un tema 
Como siempre, mil gracias por leer y comentar *g* Va a haber Acto III, dejar a estos pobres tan a medias sería una crueldad. Ahora, la de cuándo podrá salir es otra historia...

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