La sidrería
Habíamos terminado de comer algo en una sidrería, al volver del baño ella cambió el asiento delante del mío por el que estaba a mi lado. En mi mano puso el minitanga que acababa de quitarse, se acercó a mí y me besó.
Le correspondí, mientras nuestras lenguas peleaban y se enredaban una en la otra, y mi mano libre se colaba entre sus piernas bajo la mesa, hasta llegar a su humedad.
Unos segundos después, se levantó y cogiéndome de la mano se dirigió a su marido y le dijo.
• Cariño, ¿vas pagando que tengo ganas de fiesta?