Gatillazos literarios
Yo en la vida real funciono bastante bien sexualmente, pero a la hora de escribir no sé qué me pasa que arranco bien, motivado y concentrado, pero luego no consigo mantener un buen tono y al final no logro nunca consumar mis fantasías eróticas. Mira que lo intento, pero no hay manera, yo creo que el problema es que me distraigo cuando estoy en plena faena, tengo tendencia a dispersarme, a dejarme llevar por los más disparatados pensamientos. Ayer, por ejemplo, vino mi novia a casa. Hacía días que no nos veíamos, así que nada más entrar ella por la puerta nos besamos furiosamente y nos fuimos arrancando la ropa con desesperación, sin mimos ni caricias ni miramientos, queríamos sexo salvaje y rápido, lo deseábamos, lo necesitábamos. Llegamos no sé cómo al comedor y delante del ventanal que da a la calle ella cogió mi falo a punto ya de reventar, se agachó y se lo llevó a la boca, pero yo no podía aguantar más, la puse de espaldas mirando al ventanal y le clavé mi polla en su húmedo coño, fuerte, directo, con una estocada brusca y certera que hizo que ella gritara de placer. La empotré a lo bestia contra el cristal, como se hace con esos cajones que no cierran bien, una y otra vez, pum, pum, delante y atrás, pum, pum, delante y atrás, una y otra vez, una y otra vez, su coño chorreaba ya, camino del orgasmo, y yo no podía parar de follarla, a lo bruto, como si estuviera poseído por mil demonios. Comencé a sudar, el sol estaba en lo más alto y caldeaba de lo lindo, ese calor me ponía aún más cachondo, mi polla estaba a punto de estallar, los dos cuerpos empapados ya totalmente en sudor en aquel día radiante en el que los pajaritos trinaban en las repisas de las ventanas de las casas vecinas, en la que teníamos enfrente, afortunadamente, no había nadie, porque vaya espectáculo que estábamos dando. O quizás ya ni eso nos importaba, que nos vieran en aquel momento en el que galopábamos hacia el éxtasis. Ahora sí, una mujer aparecía tras los cristales de un piso del edificio de enfrente, parecía sorprendida mientras miraba hacia lo que supuse que era la puerta de entrada. En el rectángulo que dibujaba su amplio ventanal entraba ahora en escena un hombre, obviamente a esa distancia yo no podía oír nada, pero parecía como si él también estuviera extrañado y mientras tanto se acercaba a ella, que parecía ya presa del pánico, él se seguía acercando a ella, como preguntándole por algo, estaban ya muy cerca el uno del otro, ella parecía aterrorizada y entonces cogía un enorme jarrón del centro de la mesa del comedor y lo estampaba con violencia en la cabeza del hombre, que caía desplomado.
Me quedé atónito, todo sucedió en cuestión de segundos, le dije a mi novia si había visto eso, pero era obvio que no, la escena era kafkiana, yo penetrándola, agarrando su culo, mi polla dentro de ella, los dos frente a la ventana... Durante unos segundos me quedé petrificado, sin saber qué hacer, hasta que ella me sacó de mi ensimismamiento con un fuerte grito ‘¡No pares ahora, joder, no pares ahora!’. Mi cerebro enloquecía ante aquellos dos mandatos tan perentorios, el de completar la cópula con mi novia y el de aquella situación inesperada en la que había que actuar de forma imperiosa. Quizás aquella mujer necesitara ayuda. O puede que aquel hombre estuviera agonizando y fuera urgente llamar a una ambulancia. ¿Pero quién era ese hombre? ¿Un ladrón, su infiel marido, quizás? ¿Se conocían? ¿Por qué ella había reaccionado así?
Rápidamente saqué mi pene del coño de mi novia, me vestí a toda prisa y le dije que ahora volvía, mientras ella me miraba extrañada. Bajé las escaleras de casa a toda velocidad rezando para llegar a tiempo de evitar una tragedia o al menos de minimizarla y afortunadamente encontré la puerta del edificio de enfrente abierta, calculé que el piso del incidente debía de ser un cuarto, subí las escaleras a toda prisa y supuse que debía tratarse del cuarto primera. De una patada derribé la puerta y entré en la vivienda, al fondo del pasillo vi a aquella mujer, todavía sorprendida. Me acerqué a ella rápidamente, le pregunté si se encontraba bien, ella estaba aterrorizada, me extrañó no ver el cuerpo del hombre, supuse que había huido, me acerqué más a ella para tranquilizarla, pero ella era puro pánico, cuando estuve casi a su lado ella agarró un enorme jarrón que había en el centro de la mesa del comedor y me lo estampó con violencia en la cabeza y mientras yo caía desplomado pude ver que en el edificio de enfrente, en mi ventana, había una mujer desnuda que estaba siendo empotrada contra el cristal por un hombre que me miraba fijamente y al que ella gritaba ‘no pares ahora, joder, no pares ahora’.