Que todo aquello que escribí
¿A vosotros os hacen caso vuestros zapatos? A mí, sí. Lo he descubierto esta mañana. Estaba sentado en la cama vistiéndome para ir a trabajar, me sentía perezoso y he pensado que sería fantástico poder llamarles para que vinieran como si fueran un perrito faldero al que reclamas para acariciarlo y darle una chuchería. Y entonces lo he probado con un par de mocasines que tengo en el armario y ha sido sorprendente, porque inmediatamente han venido correteando y se han acoplado perfectamente mis pies. No he tenido ni siquiera que agacharme. Entusiasmado con el descubrimiento, en el trabajo he estado utilizando mi nuevo superpoder para hacer travesuras. Le he ordenado a mi calzado que se colara por debajo de la mesa de la nueva becaria, que esta mañana vestía una minifalda cortísima, luego que entrara en el lavabo de mujeres para fisgonear, en fin, cosas así. He probado si también funciona con otras prendas, por ejemplo, con los botones de la blusa de la chica de contabilidad, que tiene unas tetas preciosas, pero no lo he logrado. También le he ordenado a mis zapatos que visitaran el despacho del jefe, donde, por cierto, me he enterado de que yo estaba despedido, y luego que me llevaran al bar de la esquina, donde me he tomado cinco o seis cervezas.
Era ya de noche cuando mis mocasines y yo hemos salido del bar y les he pedido que me llevaran a casa. Todo iba bien hasta que al pasar por una zapatería que ya estaba cerrada y a oscuras han comenzado a volverse un poco locos al ver a un maniquí femenino en el escaparate que llevaba unos botines negros. Por alguna razón que no consigo explicar mis zapatos le han dado un puntapié a la puerta y se han encaramado a la tarima interior de la estantería, donde han iniciado un cortejo con los botines negros. A partir de ahí, todo ha ido muy rápido. El maniquí y yo hemos comenzado a besarnos apasionadamente, nos hemos desnudado y hemos follado como si no hubiera un mañana, jadeando y sudando, ajenos a la gente que poco a poco se iba congregando en el exterior.
En un momento de clarividencia he pensado, no sé, que quizá yo no controlaba a mis zapatos, sino que ocurría exactamente al revés, como a veces también me da la sensación de que todo aquello que yo escribo no es en realidad obra mía, sino que no es más que una simple transcripción de lo que tú me estás insuflando. En fin, no lo sé, la verdad. Afuera ya hay una multitud de personas y varios coches de policía con sus lucecitas azules. Unos agentes me apuntan con sus pistolas y me hacen señas extrañas, como si tuviera que salir con las manos en alto, pero desde detrás del cristal insonoro, ilusorio y deformante del escaparate no consigo entender nada de lo que dicen al otro lado.