Cuento de la Alhambra
Des de la ventana veía el Generalife, era mi último día en el Albaicín, y la visita a la Alhambra la tenía por la tarde-noche. Estuve el día leyendo fragmentos de cuentos de la Alhambra de Washington Irving, esa tarde me dispuse a ir hacia allí recordando un fragmento:"Hay dos clases de gente para quienes la vida es una fiesta continua: los muy ricos y los muy pobres. Unos, porque no carecen de nada; los otros, porque no tienen nada que hacer; pero no hay nadie que entienda mejor el arte de no hacer nada y de nada vivir, como las clases pobres de España. Una parte de ellos se debe al clima y lo demás al temperamento. Dadle a un español sombra en verano y sol en invierno, un poco de pan, ajo, aceite y garbanzos, una vieja capa parda y una guitarra y ruede el mundo como quiera”
El placer de no hacer nada el disfrutar con poco de los pequeños placeres. Iba hacia allí pensando en que mis ojos se llenaran de todo, mis sentidos se cubriesen de placer, esa tarde todo sería sentido, todo seria belleza.
Nada más entrar me dirigí al palacio de los nazarís pasando por salas llenas de detalles, figuras, en esta visita no estaba solo, había un grupo de gente entre el que destacaba una figura vestida de blanco, con un largo vestido, entre las salas y en el atardecer la luz se atrevía a pasar entre los huecos que generaba su cuerpo con su vestido, entre sus piernas, sus brazos, sus pechos,... Realmente la Alhambra estaba agudizando mis sentidos, como decía Irving dale un poco de sol y sombra y haré lo que quiera.
Seguía paseando entre las salas, los patios, las luces, las sombras, el atardecer y la figura blanca que se me iba entrelazando como si me captase la atención, ligeros fotogramas donde intuía bajo su vestido sin ropa interior.
Las gafas de sol no me dejaba ver más allá de una figura sin mirada.
Al salir del palacio perdí a mi lindo fantasma, parecía que fuese una sultana que paseaba por su hogar. El sol cayó y solo había sombra y la luz de la luna, ir a los jardines del Generalife con esa noche tan bella era maravilloso, mis sentidos estallaban de belleza. Disfrutaba del aire, de los olores,...
Al aparecer en el jardín del Generalife al otro lado del patio encontre a mi lido fantasma, mi sultana morena, con el pelo suelto, sin gafas de sol, su vestido se apretaba y todo y la oscuridad los focos iluminaban su figura, veía sus pezones marcados, sus nalgas rebotaban, hipnotizándome,...
Nos cruzamos la mirada en la distancia, ahora sin gafas de sol, se fijó en mí, había más gente, pero se fijó en mí.
Entre en una sala y detrás mío note una presencia, me gire y se clavaron unos ojos azul-verdoso, mi fantasma me miro, me cogía de la mano y me llevo a un lugar apartado entre los jardines del Generalife, no dijo nada, solo me miro, me deje llevar dejando disfrutar de todo lo que pase como me propuse.
Allí en medio de los jardines, del bosque, ocultos, pero iluminados a la luz de la luna, me beso, sus labios eran como la miel de un dulce árabe, un nido de miel. Mientras me besaba, bajo mi pantalón, mi Kabila estaba dispuesta para la batalla, estaba claro que no iba a ser algo fácil de conquistar. Ella la agarro como si la conociese bajo y con su lengua rodeaba todo mi prepucio, mientras brotaba un dulce néctar de ella, humedeció toda mi erección con sus labios, hasta introducirla en su boca lentamente mientras jugaba con su lengua, ... Mi excitación era máxima, pero el silencio era lo que mandaba. Mientras tenía toda mi kabila en su boca me miraba con sus ojos, en ese momento decidí cogerla darle la vuelta apoyándola en un árbol, levante su vestido, y penetre su cuerpo, su cuerpo se tensó y agarro con sus manos mis nalgas diciéndome no salgas de aquí. Seguí penetrándola, con fuerza mientras ella me miraba y sus ojos me deseaban, Pare un momento para poder lamer su mashrabiya abriéndola con mi lengua, deseando ver lo que hay detrás de la celosía. Recorriendo todos los bordes, el contorno era recorrido por mi lengua como si quisiera encontrar alguna fisura alguna rendija, sin embargo todo era perfecto, todo era único. En ese momento la cogí la subí encima mío apoyando su espalda en el árbol mientras la miraba a sus ojos y la penetraba, ella ya rompio el silencio con un gemido, grito de placer corriéndose, notando su agua sagrada sobre mí y en ese instante bajo metió en su boca por última vez mi kabila, y en unos poco movimiento consiguió llenar su boca de mí. Aullé a la luna para volverme animal. Extasiado la mire la bese, se giró y marcho sin decir nada. En ese instante recordé otro fragmento de los cuentos de la Alhambra:
«Allí me detuve para dirigir una última mirada sobre Granada. La colina en que me encontraba domina un maravilloso panorama de la ciudad, la vega y los montes que la rodean, y está situada en la parte del cuadrante opuesto a la Cuesta de las Lágrimas, famosa por el último Suspiro del Moro. Ahora podía comprender algo de los sentimientos experimentados por el pobre Boabdil cuando dio su adiós al paraíso que dejaba tras él y contempló el áspero y escarpado camino que lo conducía al destierro. "