Pagos y dadivas
La primera vez que un hombre me pagó, sentí escalofríos y un placer mayor que cuando me comía todo. Supe que lo había hecho bien porque su sonrisa era radiante al dejar su propina sobre mi mano. Me miró, cosa que no hacen muchos después de probar mis habilidades, y dijo: "gracias, es lo mejor que he probado jamás". Después vinieron más hombres, mujeres, parejas y hasta algún grupo celebrando cumpleaños, despedidas y alguna cena de navidad de empresa. Las comidas eran espectaculares y todos y todas querían probar aquel plato exquisito que yo me afanaba en ofrecer en bandeja de plata, como quien dice.
Yo cada vez me sentía más llena, feliz. Esa felicidad de un trabajo bien hecho, la felicidad de quien sabe que ofrece esos placeres básicos y tan necesarios. A veces yo misma me paraba y me autocomplacia a escondidas. Alguien me pilló y me ofreció unirme, cuando ya era tarde y quedaba poca luz. Yo lo bhice tímidamente, ya se sabe que no conviene mezclar el trabajo y el placer. Lo pasé bien aquel día, pero decidí no repetir y ser lo más profesional posible.
A veces, solo en alguna ocasión, una pareja o alguna mujer me recrininaron la poca cantidad y quizás, que pusiera más empeño y tiempo en dar a otros lo que a ell@s les hubiese gustado, pero yo me esmeré en seguir mejorando mis comidas. Mi especialidad: el cocido de pa gen yon sèl y la ensaladilla rusa.
Ana de Ora Ana.