Odisea 2021
Cuando él la dejó su mundo se vino abajo. Con un dolor desaforado e insondable deambuló por sus largos días y sus noches amargas arrastrando su marasmo, moribunda en vida, prisionera de sus sentimientos de culpa, ojos vidriosos, apetitos extinguidos, esperanzas en liquidación. Necesito tiempo para pensar, le dijo él, y a esa luz mínima e inconstante se aferró, a esa lejana estrella tiritando en su firmamento. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto tiempo se necesita para curar una herida? ¿Cuántas veces es necesario morir para vivir, aunque sólo sea una vez? Sentada como cada mañana en aquella cafetería, viendo la vida pasar a través de aquel gran ventanal, taciturna, sorbiendo lentamente su café con leche, leyendo sin interés los papelitos de esas galletas de la fortuna, acaso ya caducadas. “A veces no basta con pasar página, hay que cambiar de libro”, decía aquella. Apuró su desayuno, se levantó y pagó. Ya tenía prisa, el tren estaba a punto de partir y no quería llegar tarde.
Cuando ella vio su falo erecto avanzando hacia ella se sorprendió. ¿Era ella la que provocaba aquella reacción? Sintió que apretaban su culo con una fuerza incalculable mientras la penetraban, que lamían sus pechos con avidez, casi con desesperación, que aquella lengua anhelante entraba en su vagina, que la besaban como si no existiera un mañana…. Ella, que siempre había pensado que su culo era gordo o que sus pechos pequeños, ella, tan llena de defectos y tan insegura y ahora tan extrañada y confusa por provocar aquellos maremotos emocionales. Quiero más, dijo ella, anhelante de aquel fuego que le salía de las entrañas, de aquella risa ya incontenible que inundaba su boca. Y entonces sintió cuatro, seis, ocho, infinitas manos acariciándola, manos sedientas de ella, tan colmada ya, tan plena, tan completa, ansiosas bocas que buscaban la suya, cuerpos inagotables en su jardín secreto que le proponían la aventura, la vida, la libertad.
Cuando él la llamó de nuevo, no pudo evitar antiguos recuerdos, aquel hombre alto, poderoso, atlético, como un héroe de la mitología griega, vencedor en mil batallas. Vuelvo a ti, al fin he comprendido que te quiero, le confesó él. Ella acarició sus cabellos, secó sus lágrimas y cogió su mano.
- “Ulises, yo ya no soy la Penélope que tú conociste”, dijo ella finalmente.
Impulsada por una incontestable fuerza que ya conocía bien, avanzó hacia la salida. En un último momento miró hacia atrás, vio a aquel gigante, ya diminuto y lejano, y no pudo evitar un gesto de ternura y comprensión. Y cerró la puerta tras de sí.