Hágase la luz
"Dime, ¿qué ves en mis ojos?”, dijo ellaDesveló su secreto con tanto deseo y pasión que se notó incluso brusco y torpe, demasiado pronto, pensó él, demasiado impetuoso. Tanto tiempo esperando aquel momento... Ella gimió y se retorció y le rodeó con sus manos, apretándole con fuerza, como si no quisiera que aquel cuerpo se pudiera despegar nunca más del suyo. Habían estado así minutos, horas, quizás días, él entrañado en ella, dentro de ella, mirándola fijamente a los ojos, a veces marrones, a veces verdes, siempre diferentes y siempre ella.
Aquella mañana había salido de casa para ir al trabajo, conocía la ruta, las mismas calles, el mismo autobús, los mismos gestos… No recordaba que hubiera una librería aquí, pensó. Podría tener tiempo, encontrar algo, se dijo mientras avanzaba titubeante, confuso, abrazando sus dudas, meditando su fe. Te estaba esperando, creyó oír, o quizás no, que le decía el bibliotecario ciego desde la penumbra. Es curioso, pensó él, desde fuera parecía una librería diminuta, pero una vez dentro lo que vio fueron números quizás infinitos de galerías hexagonales de veinte anaqueles con todos los libros posibles o acaso todos los libros fueran el mismo. La luz, insuficiente, incesante.
Traemos nuestros viejos libros aquí y los intercambiamos por otros, igual de viejos, pero diferentes, sintió que ella le explicaba. Recordó que llevaba una edición de bolsillo de Pedro Páramo, la estaba releyendo en los trayectos en autobús para ir al trabajo. Me han dicho que habla de muertos en vida, de mundos paralelos, visibles sólo para algunos iluminados, le susurró ella. Él, tan racional, le rió la gracia.
Se habían visto desde entonces en casas abarrotadas de artilugios imposibles y aterradores, apartamentos con códigos de entrada cabalísticos, camas enormes entre pinos y caballos, jacuzzis calientes de sueños insomnes, aviones anhelados hacia destinos remotos… No supo calcular cuánto tiempo estuvieron mirándose fijamente a los ojos, quizás apenas un segundo, quizás toda la eternidad.
- “Veo mi pasado y mi futuro”, acertó finalmente a decir él.
La luz del día le sorprende vagando por las calles, encuentra una vieja librería en ese lugar en el que las casualidades no existen, en el que el tiempo ya sólo es ahora y ni fue ni será, en el que por fin entiende la razón que le acompañará y la palabra que la tendrá que mover, en el que yo me sé creador de mi propia realidad, ahí donde te encuentro a ti, ser de luz que tampoco estás aquí por casualidad. Y, sin albergar la más mínima duda, abre la puerta y entra.