¡Oh, capitán, mi capitán!
Rafael apuró su cuartito de licor segoviano mientras le pidió a Luisa la cuenta disimulando las prisas. Elena acaba de salir y sabía que tardaría unos 10 minutos en llegar a la parada del autobús. Elena era una niña encantadora, que se esforzaba en transmitir coraje y fuerza y Rafa sabía que era una ventaja para sus intenciones. Sus 19 anitos eran una delicia que tenía que saborear y que sabía, haría esa misma noche.
Desde que la vio el primer día, la escudriñó. Su gusto por el whisky también era muy provechoso. La había visto sonrojarse y después recomponerse digna.. cómo le ponía eso!
Dio las gracias a Luisa y salió, tranquilamente, casi silvando, sacudiéndose la solapa del uniforme verde, miraándose los zapatos y colocándose los galones de capitán. El no cambiarse el uniforme formaba parte de la estrategia.
Arrancó su deportivo blanco y salió del cuartel. Ahí iba Elena, caminando por el arcén. Una sonrisa maquiavélica se dibujó en su cara, como si, por una vez, se diera cuenta de que era una víctima más.
A sus 45 años, Rafael había vivido casi todo en el plano sexual. Separado, con dos hijos adolescentes, una amante icono del erotismo de ese país... Y sus casi niñas amantes de carnes tiernas y pechos firmes...
Se paró junto a Elena:
• ¿quieres que te acerque a algún sitio?
-Don Rafael, me ha asustado. No quisiera molestarle.
-no es molestia para mí, sube y te acerco a casa.
-se lo agradezco. Vivo en Leganés, pero no conozco bien la zona, la calle es Rio Toro. Usted sabe llegar?
-Leganes! Eso está muy lejos, no? Bueno, yo llego y tú me indicas- ya había avanzado y pasado la parada del autobús. El interruptor en on.
Primer objetivo conseguido. Rafael era infalible. Elena le tuteó y se disculpó.
-Puedes tutearme, eres una civil- rió. En el cuartel, debes tratarme de usted, eso sí.
-Por supuesto
Después de unos minutos, llegaron a Leganés. Rafael preguntó a Elena cómo llegar a casa. Por suerte, ella solo sabía ir andando, su orientación era pésima y se la veía con pocas ganas de encontrar su casa. Propuso parar en un bar a tomar algo.
-Oye, Elena, si quieres, podemos ir a mi casa. Tengo un whisky muy bueno y sé que sabes disfrutarlo.
Rafael sabía que Elena estaba deseando ser follada por él: sus pupilas, ese hacer como que no le importaba, ese disimular su nerviosismo... Estaba harto de verlo... Se le hacía la boca agua.
En su casa sacó el whisky. Elena bebió. Rafa puso música. Esta es la mejor canción de amor, dijo mientras ponía alguna de Julio Iglesias, no importaba cual, en realidad.
-Para mi la mejor es una de Aute, Sin tu latido- dijo Elena.
Empezó a hablar de sexo, como quien no quiere la cosa, sabiendo que Elena disimularía su desconcierto y se haría la fuerte y la madura.
-¿Te gustan las películas porno?
-Sí, me gustan. Son divertidas.
-¿Quieres que ponga una?
-¡Vale!
Elena ya había bebido tres whiskies y estaba a punto de caramelo.
-La tengo en la habitación principal. De cualquier forma ya se ha hecho tarde y veo que has bebido bastante. Puedes quedarte a dormir. Yo no haré nada que no quieras.
Dios! Como bajó la mirada y se sonrojó. Rafael no podía estar más cachondo. Elena, por supuesto, accedió.
-Quítate la ropa, ponte cómoda.
Elena era una monada y obediente de esa forma que solo saben serlo las chicas rebeldes en la década de los 90. Sus pechos firmes, erectos hacia arriba, sus caderas suaves, esa cara de ángel con su sonrisa de putita... Se estaba poniendo caliente mirando las escenas de la película y Rafa lo sabía, así estaba dispuesto, premeditado y no podía ser de otra forma. Estaba siendo más fácil de lo que había supuesto en un primer momento ya que ni siquiera había tenido que preparar una atmósfera romántica. Estas chicas de hoy en día descaradas lo hacen todo posible
-Si quieres besarme, puedes hacerlo. Me gustas, Elena, y me gustaría follarte.
Elena rió y dijo sí, de esa manera, sin palabras. Rafael acercó su boca a esos labios que desprendían un aroma y un deseo reprimido que amenazaba con explotar y salpicarlo todo de esa pasión que tanto ansiaba encontrar y solo encontraba a menudo en estas chicas que aún no sabían que querían, que no tenían nada claro pero que creían saberlo todo.
La tocó el coñito... Elena parecía deshacerse. Metió sus dedos en esa humedad y la susurró:
-Te gusta, putita?
Elena abrió los ojos y casi se paralizó. Rafael notó su mirada asustada, desconfiada... Sabía qué debía hacer.
-Eres preciosa, Elena, me gustas mucho. Quiero que seas mi putita. Quiero enseñarte a follar. ¿Quieres tú aprender y ser una gran folladora?
Elena gimió asintiendo.
Rafael se incorporó y de rodillas al lado de su cara, le introdujo su polla en la boca.
-Asi, zorrita. Masturbate con mi polla dentro de tu boca.
Elena obedeció tras alguna arcada. Rafael notó como se relajaba y aprovechó para sacar su polla y volver a besarla.
-Quieres mi leche en tu boca?
Elena no hablaba, solo obedecía, como a él le gustaba. Se colocó a cuatro patas, Rafael de rodillas frente a su cara. Sujetando su cabeza volvió a meter su polla en la boca de Elena. Alguna arcada más. Le encantaban esas arcadas que llenaban de saliva la boca de esa putita, jugosa, y hacían que su polla se deslizara mejor y su glande estuviera más caliente. Elena gemía, estaba disfrutando. La saliva caía por las comisuras...
-Date la vuelta. ¿Te han follado el culito alguna vez?
-No- dijo Elena.
-Mmmm. Lo tienes muy estrechito- le dijo mientras metía un dedo. Rafael notó el interior de Elena, sacó su dedo y metió su polla un poco. Elena gritó levemente. Más suave, pensó Rafael. Poco a poco su polla entró en ese culito angosto y virgen. Elena seguía gimiendo y Rafael no podía contenerse:
-Me encanta follar tu culo de putita. Te lo follaré siempre que quiera. Prepárate para tragarte mi leche.
Mientras Elena abría la boca para recibir su semen, a Rafael le daban unas ganas locas de abofetear esa cara de ángel y de puta a la vez, pero se contuvo, ya habría otros momentos, no quería perder a esa joyita obediente y silenciosa...