Trazos

Trazos
 El hotel donde se alojaban en el casco histórico de la ciudad, elegida para sus vacaciones por su abundante oferta cultural y carácter bohemio, resultaba ideal para relajarse. 


 Los dos se encontraban de excelente humor esa mañana. Habían transcurrido varios meses desde la última vez que se hicieran el amor al despertar, sin prisa, con verdaderas ganas. Recordando maneras de mirar, de tocarse. Entregándose sin reparos, redescubriéndose a través de las yemas de sus dedos, de sus bocas, sus olores. Reconociendo en la distancia el calor que habían entibiado la rutina y el estrés diario.


 Mientras daban cuenta del desayuno que se habían hecho llevar por el servicio de habitaciones, decidieron dedicar el resto del día a la visita de algunos lugares de interés y una galería de arte, al cual eran aficionados.


 A pesar de no haber llegado aún el verano, la temperatura era muy agradable por lo que Isabel escogió ponerse un vestido corto de algodón que se ajustaba perfectamente a su figura acentuando sus ya de por sí hermosas proporciones.  Sonrió satisfecha frente al espejo dedicándole un guiño travieso  a su marido quien,  risueño, la había estado observando en silencio desde la cama . Tenía el aspecto que deseaba; informal sin renunciar a cierto grado de elegante sugerencia.


 La ciudad resultó ser realmente fascinante, repleta de rincones encantadores. Pasearon, hicieron infinidad de fotografías, algunas compras y, a media tarde,disfrutaron en la galería recomendada ojeando las  diversas muestras  que albergaba.


Les parecía prematuro regresar a su hotel , por lo que eligieron uno de los bares cercanos para tomar una copa. El local, ubicado en los bajos de un edificio de arquitectura colonial, estaba prácticamente vacío a excepción del camarero y un joven que, un tanto apartado hacia el final del mostrador, parecía tomar notas en un cuaderno. Pidieron un par de combinados y fueron a ocupar una de las mesas, apartada pocos metros de la barra


 Se encontraban a gusto, charlando relajadamente como hacía demasiado tiempo que no habían tenido oportunidad de hacer. Aunque fuera del bar  oscurecía no les preocupó; apenas tres calles les separaban de su alojamiento así que al primer combinado le siguió otro y después, un tercero.


 - Perdona, cariño, enseguida vuelvo.


 Al atravesar el local en dirección al servicio, Andrés hubo de pasar junto al joven, aún enfrascado en su trabajo, percatándose de que pese a lo deducido a su llegada, no escribía. Movido por la curiosidad se detuvo a su espalda distinguiendo en el cuaderno varios dibujos de diversos motivos, uno de los cuales llamó vívamente su atención por, pese a tratarse de un boceto elaborado deprisa, el extraordinario parecido que guardaba con su esposa. Las proporciones de su figura, el cabello, sus facciones… incluso el vestido que portaba eran perfectamente reconocibles. Un detalle, sin embargo, le provocó una extraña sensación de desconcierto, de cierto rubor. A causa de la postura adoptada por la  mujer en el dibujo, su mujer, inequívocamente provocativa, la prenda se recogía sobre sus muslos entreviéndose además de la curva de los pechos bajo el escote, cuya textura en la zona correspondiente a la piel descubierta resultaba admirable por su realismo, los labios descarados de un sexo rasurado, sin tela alguna que lo disimulase. Era tal la similitud que tuvo la impresión de que el joven dibujante, en un extraño ejercicio clarividente de su sensibilidad artística, había realmente logrado profundizar en la intimidad de su pareja para captar, plasmándola mediante el grafito, su elemental voluptuosidad, latente debajo de la capa de moralidad sintética con la que la sociedad trata de mantener a raya la más primaria naturaleza.


 Con toda seguridad, en otra ocasión las circunstancias hubiesen derivado hacia una reacción muy diferente pero, probablente influenciado por el alcohol, en lugar del más lógico sentimiento de incomodidad, a Andrés la situación le sorprendió con una pulsión que desde el pecho, donde los latidos de su corazón se le desbocaban, se concentraba bajo su ropa en forma de inesperada  erección.


 - Cariño, ¿qué ocurre? ¿Conoces a ese hombre?


 Desde que su marido regresó a la mesa Isabel  se había dado cuenta de cómo Andrés, evidentemente alterado , mantenía  la vista fija en el joven que a su vez lanzaba constantes miradas en su dirección, continuando  tras cada ojeada afanándose en su tarea, cualquiera que ésta fuese.


 - No te lo vas a creer...


 Cuando Andrés le contó su descubrimiento Isabel no daba crédito. Le ardían las mejillas. Aunque consciente de su belleza, siempre había sido una mujer tímida. Sin embargo, quizá por causa del brillo en los ojos de su marido mientras hablaba, o debido al ron subiéndosele a la cabeza, lejos de molestarse se sintió profundamente halagada, agitada... excitada.


 - ¿Quieres verlo?


• No se, amor. Me gustaría, reconozco que estoy intrigada pero me da mucha vergüenza.


• Es un dibujo fantástico.


• De acuerdo -  Isabel no podía creer lo que estaba a punto de decir -  si él no tiene inconveniente podemos invitarle a tomar algo.


 El hombre, para agrado de Andrés, se deshizo en disculpas  tan turbado como él cuando lo abordó instándole a que le acompañara hasta su mesa, ya que estaban interesados en el arte en general y particularmente por lo que había estado dibujando.


 - Espero no haberles incomodado, no pretendía ofenderles, de verdad.


• Para nada, tranquilo, todo lo contrario; simplemente nos gustaría charlar un rato.


 Visto de cerca no parecía tan joven. Debía de sobrepasar la treintena, como ellos. Se llamaba Marcelo y había emigrado a la capital para tratar de hacerse un hueco en el mundillo artístico sin demasiada suerte hasta el momento. Les dijo que estaba trabajando en una serie de dibujos anatómicos, con cierta carga erótica, pero no acababan de convencerle.Tomaba como modelos algunas fotografías  y  aunque  el resultado técnicamente era de calidad, según su parecer las ilustraciones carecían de "alma".


 Isabel escuchaba sin decir nada, estudiándolo con atención. Sin duda era un hombre apuesto pero su principal atractivo, se sorprendió pensando, radicaba en el entusiasmo con que hablaba de su vocación.


Posó de nuevo los ojos sobre el dibujo, íntimante complacida aun a costa de su voluntad en la contemplación de su propia figura; de lo impúdico de la actitud, del contorno de sus pechos, cuyos pezones se destacaban con insolencia; de las piernas entreabiertas, su sexo, perfectamente adivinado y que de manera involuntaria sentía inflamarse bajo su ropa interior, profusamente humedecida, ajena ya por completo a la conversación mantenida a su lado por los dos hombres.


Las palabras brotaron audaces, sin conciencia de que hubiesen pasado por el tamiz de la razón, provocando que tanto Andrés como Marcelo la mirasen estupefactos:


 -  ¿Y si yo posara para ti?


 Recorrieron la distancia que les separaba del hotel tratando en vano de disimular su nerviosismo con bromas y comentarios fútiles que cesaron como por ensalmo cuando Andrés cerró a sus espaldas la puerta de la habitación sin que ninguno tuviera claro cómo actuar a partir de entonces. Sorpresivamente para su esposo, cuya mente bullía intentando  asimilar lo que estaba ocurriendo, fue Isabel quien tomó la iniciativa  aliviando la tensión generada por tan incómodo silencio.


 - Podéis tomar algo mientras me preparo - dijo señalando el minibar - voy a ducharme.


Los dos hombres siguieron su recomendación y durante los siguientes diez minutos, eludiendo de una manera casi infantil cualquier alusión al motivo por el que se encontraban juntos  allí, charlaron animadamente hasta el momento en que el sonido del agua corriente en el baño fue sustituído por los leves pasos sobre el enbaldosado de unos pies descalzos. La miraron alelados. Estaba radiante. Ataviada  con un albornoz corto suficiente solo para cubrir su torso, Isabel era la imagen viva de la sensualidad.


 Andrés tomó asiento en un sillón colocado junto a la ventana. Aquella era la única condición impuesta por la mujer: su esposo debía permanecer presente durante todo el proceso. Ella sonrió. Curiosamente, la reacción suscitada en ambos hombres había reforzado su confianza, esfumándose cualquier atisbo de indecisión.


 Isabel se dirigió hacia la cama y encarando a Marcelo con determinación, quien ordenaba en silencio  sus útiles de dibujo, se desprendió del albornoz  estremeciéndose con la caricia de la tela al caer. Sin pretender siquiera evitarlo, un sonido gutural, casi un ronroneo, se liberó desde algún punto indeterminado en su interior al sentir el contacto del dibujante quien, cuando estuvo tendida, se aproximó para indicarle cómo debía colocarse. Ella se dejó hacer solícita, fascinada con el torrente de sensaciones desencadenado en su cuerpo.


 Andrés se agitó en su asiento. Contemplar a su mujer expuesta de aquella forma a una mirada extraña estaba siendo el acontecimiento más impactante de su vida. Intentaba mantenerse  quieto, temeroso de que cualquier perturbación por su parte diese al traste con la atmófera lograda, pletórica de complicidad entre los tres, mientras su pensamiento volaba disoluto. El gemido de Isabel evidenciando hasta qué punto se encontraba excitada había inflamado su imaginación: Las imágenes se sucedían frenéticas en su mente,  inmerso en una espiral lúbrica en la cual ya no cabía el pudor. Marcelo no dibujaba, atento únicamente al espectáculo ofrecido por su mujer que, desatada, se  exhibía sin recato ante su impúdica mirada con las mejillas encendidas, mordiéndose los labios  mientras los dedos  se le empapaban en ganas, sumergiéndose entre sus piernas. Enajenado, la escuchaba jadear cada vez más fuerte, más rápido, masturbándose enérgicamente en un arpegio arrebatado hasta alcanzar el clímax con inaudita intensidad, provocando que su cuerpo convulsionara sobre la cama, rotos los frágiles lazos que sujetan  la cordura.


 Si a Isabel le hubiesen  dicho  que podía disfrutar  de aquella manera ofreciéndole su intimidad a un desconocido lo hubiera tachado  de disparate. Sin embargo allí estaba, completamente desnuda delante de alguien  poco tiempo antes anónimo. Y disfrutaba. Al girar el cuello para desentumecerlo, su mirada se cruzó con la de Andrés. Un peculiar fulgor revelado en sus ojos, o la evidente erección que su marido no trataba de disimular, sirvieron como flagrante beneplácito,  invitación incluso para continuar gozando del morbo hasta entonces inimaginable provocado por la situación.  Vuelta de nuevo hacia Marcelo con descaro, podía apreciar con claridad cómo la nuez se desplazaba en su garganta al tragar saliva compulsivamente. Cómo, inquieto, repasaba sus labios con la punta de la lengua. Cómo le resultaba  imposible contener el temblor de sus manos apoyadas sobre los muslos, cerquísima de un sexo que, estaba segura, respondía palpitante a su estímulo. Se sentía hermosa. Quería más: recibir más, ofrecerle más...Se preguntaba cuál sería su reacción si , abandonándose por completo a lo que gritaba su instinto, le pidiera a su hombre que se tendiese junto a ella  permitiendo  a sus manos, su boca, a  todo su cuerpo mostrarle a su invitado la deriva a la que sin amarres se veía arrastrada por una líbido exultante con la experiencia. Enloquecía ante la idea de ver, mientras su marido la tomara feroz, la expresión exaltada en el rostro del dibujante.Su aliento estremecido al ritmo delirante con el que sus manos, sin duda, olvidado su cometido original, buscarían un deshaogo que se derramaría a pocos centímetros de distancia sabiéndose, complacida, ella la causa.


 - Bien, creo que ya está terminado.


  Isabel y Andrés tardaron unos segundos en descender del tiovivo sensorial en que sus mentes habían girado hasta el vértigo y recuperar paulatinamente la objetividad.


Ella intercambió una mirada cómplice con su marido mientras se cubría de nuevo con el albornoz, acercándose ambos al  dibujante, quien les sonreía satisfecho.


• Realmente impresionante - se  admiró Isabel, recobrada ya la compostura.


• Muchísimas gracias.Copiar una fotografía  es reproducir líneas, del mismo modo que los loros imitan sonidos , pero esto... - Marcelo bajó la voz, repasando levísimamente su obra con la yema de los dedos - esto es diferente.


 Se despidieron con un abrazo, como viejos amigos a pesar de haberse conocido solo unas horas antes, apenados sabiendo improbable, pese a intercambiarse direcciones y números de teléfono, un reencuentro. Al día siguiente Marcelo  continuaría buscando una oportunidad e Isabel y Andrés retornarían a su ciudad,  a sus empleos, a la agotadora rutina cotidiana  sin ser todavía plenamente conscientes de que aquellas vacaciones iban a suponer un punto de inflexión en sus vidas.


 Era sábado, llovía y  contra lo que había sido habitual meses atrás, sus agendas permanecían bajo llave en un cajón de sus despachos.  Cuidando de no molestar a Isabel, aún dormida, agotada después de otra noche de amor desbocado, Andrés cerró con suavidad la puerta del dormitorio disponiéndose a preparar el desayuno. El sonido del timbre le sobresaltó:


 - Buenos días, Juan.


• Disculpe que le importune a estas horas, señor - respondió el portero del edificio - un mensajero trajo este paquete para ustedes.



 Andrés, intrigado, regresó a la cocina, tomó unas tijeras y se dispuso a desprecintar el bulto.


 - Hola, cariño. ¿Y ese paquete?


• Vaya, lo siento amor, te hemos despertado. Ni idea, lo acaban de traer. Salgamos de dudas.


 Con cierto nerviosismo, rasgó la envoltura del envío, descubriendo una caja cuyo contenido le arrancó una enigmática sonrisa que Isabel, desconcertada, no supo interpretar.


 - ¿ Qué pasa, cariño?


• Mira - dijo él apartándose sin dejar de sonreir.


 Del interior del estuche, Isabel extrajo un periódico abierto por la sección de cultura, destacando en la misma  la  reseña, acompañada  de una imagen brutalmente familiar, referente a la obra de un artista novel recientemente premiado y , a tenor de todas las críticas, con su estrella en alza a raíz de una serie de grabados anatómicos que estaba encandilando al público allá donde se exponían.


 Mientras la pareja se dirigía besándose apasionadamente de nuevo hacia el dormitorio, sobre la mesa de la cocina junto a dos olvidadas tazas de café, una escueta nota adherida a la página  rezaba simplemente:  "Gracias"
****78 Hombre
117 Publicación
Cita de *******E77:
Trazos
 El hotel donde se alojaban en el casco histórico de la ciudad, elegida para sus vacaciones por su abundante oferta cultural y carácter bohemio, resultaba ideal para relajarse. 


 Los dos se encontraban de excelente humor esa mañana. Habían transcurrido varios meses desde la última vez que se hicieran el amor al despertar, sin prisa, con verdaderas ganas. Recordando maneras de mirar, de tocarse. Entregándose sin reparos, redescubriéndose a través de las yemas de sus dedos, de sus bocas, sus olores. Reconociendo en la distancia el calor que habían entibiado la rutina y el estrés diario.


 Mientras daban cuenta del desayuno que se habían hecho llevar por el servicio de habitaciones, decidieron dedicar el resto del día a la visita de algunos lugares de interés y una galería de arte, al cual eran aficionados.


 A pesar de no haber llegado aún el verano, la temperatura era muy agradable por lo que Isabel escogió ponerse un vestido corto de algodón que se ajustaba perfectamente a su figura acentuando sus ya de por sí hermosas proporciones.  Sonrió satisfecha frente al espejo dedicándole un guiño travieso  a su marido quien,  risueño, la había estado observando en silencio desde la cama . Tenía el aspecto que deseaba; informal sin renunciar a cierto grado de elegante sugerencia.


 La ciudad resultó ser realmente fascinante, repleta de rincones encantadores. Pasearon, hicieron infinidad de fotografías, algunas compras y, a media tarde,disfrutaron en la galería recomendada ojeando las  diversas muestras  que albergaba.


Les parecía prematuro regresar a su hotel , por lo que eligieron uno de los bares cercanos para tomar una copa. El local, ubicado en los bajos de un edificio de arquitectura colonial, estaba prácticamente vacío a excepción del camarero y un joven que, un tanto apartado hacia el final del mostrador, parecía tomar notas en un cuaderno. Pidieron un par de combinados y fueron a ocupar una de las mesas, apartada pocos metros de la barra


 Se encontraban a gusto, charlando relajadamente como hacía demasiado tiempo que no habían tenido oportunidad de hacer. Aunque fuera del bar  oscurecía no les preocupó; apenas tres calles les separaban de su alojamiento así que al primer combinado le siguió otro y después, un tercero.


 - Perdona, cariño, enseguida vuelvo.


 Al atravesar el local en dirección al servicio, Andrés hubo de pasar junto al joven, aún enfrascado en su trabajo, percatándose de que pese a lo deducido a su llegada, no escribía. Movido por la curiosidad se detuvo a su espalda distinguiendo en el cuaderno varios dibujos de diversos motivos, uno de los cuales llamó vívamente su atención por, pese a tratarse de un boceto elaborado deprisa, el extraordinario parecido que guardaba con su esposa. Las proporciones de su figura, el cabello, sus facciones… incluso el vestido que portaba eran perfectamente reconocibles. Un detalle, sin embargo, le provocó una extraña sensación de desconcierto, de cierto rubor. A causa de la postura adoptada por la  mujer en el dibujo, su mujer, inequívocamente provocativa, la prenda se recogía sobre sus muslos entreviéndose además de la curva de los pechos bajo el escote, cuya textura en la zona correspondiente a la piel descubierta resultaba admirable por su realismo, los labios descarados de un sexo rasurado, sin tela alguna que lo disimulase. Era tal la similitud que tuvo la impresión de que el joven dibujante, en un extraño ejercicio clarividente de su sensibilidad artística, había realmente logrado profundizar en la intimidad de su pareja para captar, plasmándola mediante el grafito, su elemental voluptuosidad, latente debajo de la capa de moralidad sintética con la que la sociedad trata de mantener a raya la más primaria naturaleza.


 Con toda seguridad, en otra ocasión las circunstancias hubiesen derivado hacia una reacción muy diferente pero, probablente influenciado por el alcohol, en lugar del más lógico sentimiento de incomodidad, a Andrés la situación le sorprendió con una pulsión que desde el pecho, donde los latidos de su corazón se le desbocaban, se concentraba bajo su ropa en forma de inesperada  erección.


 - Cariño, ¿qué ocurre? ¿Conoces a ese hombre?


 Desde que su marido regresó a la mesa Isabel  se había dado cuenta de cómo Andrés, evidentemente alterado , mantenía  la vista fija en el joven que a su vez lanzaba constantes miradas en su dirección, continuando  tras cada ojeada afanándose en su tarea, cualquiera que ésta fuese.


 - No te lo vas a creer...


 Cuando Andrés le contó su descubrimiento Isabel no daba crédito. Le ardían las mejillas. Aunque consciente de su belleza, siempre había sido una mujer tímida. Sin embargo, quizá por causa del brillo en los ojos de su marido mientras hablaba, o debido al ron subiéndosele a la cabeza, lejos de molestarse se sintió profundamente halagada, agitada... excitada.


 - ¿Quieres verlo?


• No se, amor. Me gustaría, reconozco que estoy intrigada pero me da mucha vergüenza.


• Es un dibujo fantástico.


• De acuerdo -  Isabel no podía creer lo que estaba a punto de decir -  si él no tiene inconveniente podemos invitarle a tomar algo.


 El hombre, para agrado de Andrés, se deshizo en disculpas  tan turbado como él cuando lo abordó instándole a que le acompañara hasta su mesa, ya que estaban interesados en el arte en general y particularmente por lo que había estado dibujando.


 - Espero no haberles incomodado, no pretendía ofenderles, de verdad.


• Para nada, tranquilo, todo lo contrario; simplemente nos gustaría charlar un rato.


 Visto de cerca no parecía tan joven. Debía de sobrepasar la treintena, como ellos. Se llamaba Marcelo y había emigrado a la capital para tratar de hacerse un hueco en el mundillo artístico sin demasiada suerte hasta el momento. Les dijo que estaba trabajando en una serie de dibujos anatómicos, con cierta carga erótica, pero no acababan de convencerle.Tomaba como modelos algunas fotografías  y  aunque  el resultado técnicamente era de calidad, según su parecer las ilustraciones carecían de "alma".


 Isabel escuchaba sin decir nada, estudiándolo con atención. Sin duda era un hombre apuesto pero su principal atractivo, se sorprendió pensando, radicaba en el entusiasmo con que hablaba de su vocación.


Posó de nuevo los ojos sobre el dibujo, íntimante complacida aun a costa de su voluntad en la contemplación de su propia figura; de lo impúdico de la actitud, del contorno de sus pechos, cuyos pezones se destacaban con insolencia; de las piernas entreabiertas, su sexo, perfectamente adivinado y que de manera involuntaria sentía inflamarse bajo su ropa interior, profusamente humedecida, ajena ya por completo a la conversación mantenida a su lado por los dos hombres.


Las palabras brotaron audaces, sin conciencia de que hubiesen pasado por el tamiz de la razón, provocando que tanto Andrés como Marcelo la mirasen estupefactos:


 -  ¿Y si yo posara para ti?


 Recorrieron la distancia que les separaba del hotel tratando en vano de disimular su nerviosismo con bromas y comentarios fútiles que cesaron como por ensalmo cuando Andrés cerró a sus espaldas la puerta de la habitación sin que ninguno tuviera claro cómo actuar a partir de entonces. Sorpresivamente para su esposo, cuya mente bullía intentando  asimilar lo que estaba ocurriendo, fue Isabel quien tomó la iniciativa  aliviando la tensión generada por tan incómodo silencio.


 - Podéis tomar algo mientras me preparo - dijo señalando el minibar - voy a ducharme.


Los dos hombres siguieron su recomendación y durante los siguientes diez minutos, eludiendo de una manera casi infantil cualquier alusión al motivo por el que se encontraban juntos  allí, charlaron animadamente hasta el momento en que el sonido del agua corriente en el baño fue sustituído por los leves pasos sobre el enbaldosado de unos pies descalzos. La miraron alelados. Estaba radiante. Ataviada  con un albornoz corto suficiente solo para cubrir su torso, Isabel era la imagen viva de la sensualidad.


 Andrés tomó asiento en un sillón colocado junto a la ventana. Aquella era la única condición impuesta por la mujer: su esposo debía permanecer presente durante todo el proceso. Ella sonrió. Curiosamente, la reacción suscitada en ambos hombres había reforzado su confianza, esfumándose cualquier atisbo de indecisión.


 Isabel se dirigió hacia la cama y encarando a Marcelo con determinación, quien ordenaba en silencio  sus útiles de dibujo, se desprendió del albornoz  estremeciéndose con la caricia de la tela al caer. Sin pretender siquiera evitarlo, un sonido gutural, casi un ronroneo, se liberó desde algún punto indeterminado en su interior al sentir el contacto del dibujante quien, cuando estuvo tendida, se aproximó para indicarle cómo debía colocarse. Ella se dejó hacer solícita, fascinada con el torrente de sensaciones desencadenado en su cuerpo.


 Andrés se agitó en su asiento. Contemplar a su mujer expuesta de aquella forma a una mirada extraña estaba siendo el acontecimiento más impactante de su vida. Intentaba mantenerse  quieto, temeroso de que cualquier perturbación por su parte diese al traste con la atmófera lograda, pletórica de complicidad entre los tres, mientras su pensamiento volaba disoluto. El gemido de Isabel evidenciando hasta qué punto se encontraba excitada había inflamado su imaginación: Las imágenes se sucedían frenéticas en su mente,  inmerso en una espiral lúbrica en la cual ya no cabía el pudor. Marcelo no dibujaba, atento únicamente al espectáculo ofrecido por su mujer que, desatada, se  exhibía sin recato ante su impúdica mirada con las mejillas encendidas, mordiéndose los labios  mientras los dedos  se le empapaban en ganas, sumergiéndose entre sus piernas. Enajenado, la escuchaba jadear cada vez más fuerte, más rápido, masturbándose enérgicamente en un arpegio arrebatado hasta alcanzar el clímax con inaudita intensidad, provocando que su cuerpo convulsionara sobre la cama, rotos los frágiles lazos que sujetan  la cordura.


 Si a Isabel le hubiesen  dicho  que podía disfrutar  de aquella manera ofreciéndole su intimidad a un desconocido lo hubiera tachado  de disparate. Sin embargo allí estaba, completamente desnuda delante de alguien  poco tiempo antes anónimo. Y disfrutaba. Al girar el cuello para desentumecerlo, su mirada se cruzó con la de Andrés. Un peculiar fulgor revelado en sus ojos, o la evidente erección que su marido no trataba de disimular, sirvieron como flagrante beneplácito,  invitación incluso para continuar gozando del morbo hasta entonces inimaginable provocado por la situación.  Vuelta de nuevo hacia Marcelo con descaro, podía apreciar con claridad cómo la nuez se desplazaba en su garganta al tragar saliva compulsivamente. Cómo, inquieto, repasaba sus labios con la punta de la lengua. Cómo le resultaba  imposible contener el temblor de sus manos apoyadas sobre los muslos, cerquísima de un sexo que, estaba segura, respondía palpitante a su estímulo. Se sentía hermosa. Quería más: recibir más, ofrecerle más...Se preguntaba cuál sería su reacción si , abandonándose por completo a lo que gritaba su instinto, le pidiera a su hombre que se tendiese junto a ella  permitiendo  a sus manos, su boca, a  todo su cuerpo mostrarle a su invitado la deriva a la que sin amarres se veía arrastrada por una líbido exultante con la experiencia. Enloquecía ante la idea de ver, mientras su marido la tomara feroz, la expresión exaltada en el rostro del dibujante.Su aliento estremecido al ritmo delirante con el que sus manos, sin duda, olvidado su cometido original, buscarían un deshaogo que se derramaría a pocos centímetros de distancia sabiéndose, complacida, ella la causa.


 - Bien, creo que ya está terminado.


  Isabel y Andrés tardaron unos segundos en descender del tiovivo sensorial en que sus mentes habían girado hasta el vértigo y recuperar paulatinamente la objetividad.


Ella intercambió una mirada cómplice con su marido mientras se cubría de nuevo con el albornoz, acercándose ambos al  dibujante, quien les sonreía satisfecho.


• Realmente impresionante - se  admiró Isabel, recobrada ya la compostura.


• Muchísimas gracias.Copiar una fotografía  es reproducir líneas, del mismo modo que los loros imitan sonidos , pero esto... - Marcelo bajó la voz, repasando levísimamente su obra con la yema de los dedos - esto es diferente.


 Se despidieron con un abrazo, como viejos amigos a pesar de haberse conocido solo unas horas antes, apenados sabiendo improbable, pese a intercambiarse direcciones y números de teléfono, un reencuentro. Al día siguiente Marcelo  continuaría buscando una oportunidad e Isabel y Andrés retornarían a su ciudad,  a sus empleos, a la agotadora rutina cotidiana  sin ser todavía plenamente conscientes de que aquellas vacaciones iban a suponer un punto de inflexión en sus vidas.


 Era sábado, llovía y  contra lo que había sido habitual meses atrás, sus agendas permanecían bajo llave en un cajón de sus despachos.  Cuidando de no molestar a Isabel, aún dormida, agotada después de otra noche de amor desbocado, Andrés cerró con suavidad la puerta del dormitorio disponiéndose a preparar el desayuno. El sonido del timbre le sobresaltó:


 - Buenos días, Juan.


• Disculpe que le importune a estas horas, señor - respondió el portero del edificio - un mensajero trajo este paquete para ustedes.



 Andrés, intrigado, regresó a la cocina, tomó unas tijeras y se dispuso a desprecintar el bulto.


 - Hola, cariño. ¿Y ese paquete?


• Vaya, lo siento amor, te hemos despertado. Ni idea, lo acaban de traer. Salgamos de dudas.


 Con cierto nerviosismo, rasgó la envoltura del envío, descubriendo una caja cuyo contenido le arrancó una enigmática sonrisa que Isabel, desconcertada, no supo interpretar.


 - ¿ Qué pasa, cariño?


• Mira - dijo él apartándose sin dejar de sonreir.


 Del interior del estuche, Isabel extrajo un periódico abierto por la sección de cultura, destacando en la misma  la  reseña, acompañada  de una imagen brutalmente familiar, referente a la obra de un artista novel recientemente premiado y , a tenor de todas las críticas, con su estrella en alza a raíz de una serie de grabados anatómicos que estaba encandilando al público allá donde se exponían.


 Mientras la pareja se dirigía besándose apasionadamente de nuevo hacia el dormitorio, sobre la mesa de la cocina junto a dos olvidadas tazas de café, una escueta nota adherida a la página  rezaba simplemente:  "Gracias"
Muy bueno!
Muchas gracias Joan !
De lo mejor que he leído últimamente!!!!!
Muchas gracias por compartirlo....
😘😘
Cita de *****l70:
De lo mejor que he leído últimamente!!!!!
Muchas gracias por compartirlo....
😘😘
Joer, muchisimas gracias!!
****357 Mujer
196 Publicación
Buena noches, @*******E77, me ha encantado. Una lectura deliciosa🌸
Cita de ****357:
Buena noches, @*******E77, me ha encantado. Una lectura deliciosa🌸
Jo, muchisimas gracias, no es el tipo de relato que se me ha dado nunca, pero quien dijo miedo? Jajajaj
Inscríbete y participa
¿Quieres participar en el debate?
Hazte miembro de forma gratuita para poder debatir con otras personas sobre temas morbosos o para formular tus propias preguntas.