Perdiendo la primera virginidad… (El Internado IV)
Continuación de El Internado IIBasado en hechos reales en los años 80.
Stephanie aprovechó que Bianca estaba haciendo de niñera del director de estudios, para realizar un deseo que desde que conoció a Jürgen le ronda la cabeza todas las noches.
Deseaba masturbarse el interior de su vagina, nunca había llegado tan lejos en sus muchas masturbaciones.
Nada más anochecer abrió la cama completamente, se desnudó, dejándose solo unas bragas muy especiales que él le había regalado hace poco (estaban unidas desde el clítoris hasta el ano, por un collar elástico de blancas perlas gruesas, que le excitaban o masajeaban continuamente las zonas más erógenas, un par de perlas se alternaban por el clítoris, cuatro le masajeaban continuamente ambos lados de los labios vaginales, otras cuatro le masajeaban ambas lados de las nalgas y el ano; cuando andaba era una excitación que la hacía flotar; y sentada podía mover ligeramente las caderas y los muslos, o apretar el culo, y ella estar masturbándose, sin que nadie lo notara.
Se puso encima de las sábanas boca arriba, pensando en su Jürgen, y dejó las cortinas abiertas para poder ver la Luna desde la cama, le parecía más romántico hacer sexo con él a la luz de la Luna.
Desde el día del maizal no habían vuelto a estar juntos, y esa ausencia de volver a repetirlo, y sentir la caricia de sus fuertes dedos, le provocaba una especie de picores en el clítoris, o algo que todavía no sabía definir bien, debido a su juventud y falta de experiencias.
Decidió usar al máximo su buena capacidad de Kopfkino.
Con ambas manos se acariciaba el cuerpo, pensando que era Jürgen quien se lo hacía. Se imaginaba que estaba con ella, y cómo le recorría su joven cuerpo.
Jürgen se colocó a cuatro patas como en la posición del 69, y empezó por los pies.
Stephanie notaba como se los acariciaba con las manos, se los besaba, los lamía, y le chupaba los dedos con esa boca y lengua de hombre montuno.
• Jürgen mí amor… - susurraba moviendo a ambos lados la cabeza sobre la almohada.
• Me gusta mucho cómo me chupas los dedos, y esos mordiscos…
Ella se acariciaba un muslo y el vientre con una mano, y con la otra le acariciaba a él otro muslo y esas duras nalgas de hombre rudo del campo.
Entre paseo de un glúteo al otro, le presionaba con el dedo gordo el ano, y esperaba la respuesta de él que siempre era la misma; le mordía con más fuerza los dedos de los pies y la curvatura interna del empeine, que en ella era una zona muy sensible.
Ella contraatacaba metiéndole la mitad del dedo gordo por el ano, doblándolo y aflojándolo, una y otra vez, haciendo que Jürgen perdiera el control y se enredara en sus pies.
Dejó de acariciarse los muslos, para coger con esa mano el collar de perlas de las bragas, y desde el extremo de la primera perla que caía encima del clítoris, empezó a estirar y aflojar para que las perlas le frotaran completamente, desde el propio clítoris hasta el ano, pasando por el interior de los labios vaginales.
Con la otra mano, le agarró fuerte los huevos - parecían melocotones -, masajeándolos y apretándole las “dos perlas internas”; a cada apretón Jürgen respingaba; ella le dejaba los huevos y pasaba a la polla. Le daba masajes verticales, como ordeñándolo. La polla de ese hombre montuno era como un pequeño tronco de unos 21 cm, gruesa y durísima; le excitaba mucho coger por primera vez una polla, y encima tan “buena polla”; - seguro que saldrá una leche densa y sabrosa – pensaba ella, mientras subía y bajaba su joven mano, por esa tronco polla que casi no podía abarcar.
• ¡Jürgen, amor, mi amor, me voy a volver loca con tú polla!
• ¡La quiero toda para mí, solo para mí, y para siempre!
• ¡Eres mío, eres y serás mi hombre, mí Jürgen, mí amado y único amor!
Stephanie no era consciente de que todo esto que decía, se convertiría en realidad.
Continuó imaginando que él subía la boca y las manos por los muslos.
Le abrió bien las piernas y le besaba y lamía, por el interior de los muslos, hasta las ingles. Ella seguí aferrada al collar de perlas, estirándolo y aflojándolo cada vez con más ganas y rapidez. Las perlas le pasaban más rápidas por el clítoris, el interior de los labios vaginales, y el ano. El ano se abría y cerraba con movimientos síncronos, absorbiendo la perla más cercana; eso la encendía, le revolvía el cerebro y todos los sentidos.
Veía que la polla de Jürgen ya estaba a escasos centímetros encima de su cara, continuó el movimiento de ordeñe, y de vez en cuando sacaba la lengua y le lamía la punta del enorme capullo que acompañaba a esa buena polla.
Ahora que la veía tan cerca pensaba: - madre mía, soy virgen, soy buena deportista, fuerte y con buenas caderas, pero no sé si me podrá entrar todo este pedazo de dura carne -.
• ¡Stephanie, me encanta como me ordeñas la polla, y como me lames el capullo! – imaginaba ella que le decía Jürgen.
• ¡Ahora chúpamela también, mi amor…!
• ¡Voy mí príncipe…!
Imaginaba que le cogía con ambas manos las caderas, y con suavidad las forzaba a bajarlas hasta quedarse la polla a la altura justa de su garganta.
Sin soltar las caderas de él, y acariciándole con ambas manos las nalgas, se metió la polla hasta el fondo de la boca, hasta donde pudo; - es muy grande, no me cabe entera, ya iré practicando y ensanchando, al igual que con el coño – pensó Stephanie con mucho placer interno.
Se concentró en meter y sacar la polla por la boca, en darle fuertes chupadas, en morderla con fuerza, notando que ese tronco aguantaba perfectamente sus mordiscos. “Diosss que cosa tan dura y fuerte…” – se dijo para sus adentros.
Jürgen abandonó esa postura, y puso a Stephanie boca abajo.
Ella se puso inmediatamente una mano debajo del cuerpo, acariciando su clítoris y sus labios.
Jürgen se centró en acariciar con fuerza y con ambas manos, los deportivos y duros glúteos de ella. Se los comía, se los lamía, se los chupaba, era un sin parar, ella estaba muy, muy excitada. Cada vez que le pasaba la lengua por el interior de los glúteos, y sobre todo por el ano, ella gemía:
• ¡Mmmmmmmmmmmmmm!
• ¡Jürgen, Jürgen mi amor…me gusta mucho lo que me estás haciendo…!
• ¡Me enloquece cada vez que me lames el ano…!
Jürgen le lamió con abundante saliva el ano, le metió la punta de la lengua, y después de removerla un poco, la sacó para meter su gran y grueso dedo del corazón.
Stephanie vio el cielo, se estremeció entera, una ligera corriente le recorrió todo el cuerpo, se agitó todo su cuerpo entre las sabanas, nunca sintió tanto placer por nada.
Él le sacaba y metía el dedo una y otra vez, hasta que ella estuvo a punto de correrse:
• ¡Mmmmmmmm, me voy a ir amor…, mmmmmmmmmmm!
• ¡Me muero de gusto, Jürgen…! – ya toda su vida le gustaría esto del dedo en el ano.
Él sacó el dedo y la puso a ella boca arriba nuevamente. Se quedó de rodillas frente a ella, y entre sus piernas.
• ¡Acaba de correrte tú sola cariño! – le indicó a ella, mientras él se cogía la polla y empezaba a masturbarse.
• ¡Voy amor…! – respondió ella, poniendo su mano encima de las perlas, apretándolas contra todo su coño.
Con una mano se acariciaba los jóvenes y duros pechos, y con la otra subía y bajaba las perlas por su clítoris y entre los labios.
Jürgen se masturba su tronco sin descanso, parecía que le iba a sacar fuego de frotarlo tan rápido.
Stephanie se metió un dedo por la vagina y la otra mano la bajó al clítoris. Era la primera vez que se metía algo por el coño. Sentía que se iba la cabeza.
• ¡Mmmmmm…me gusta mucho…! – decía mientras sacaba y metía despacio el dedo, descubriendo esa cueva sagrada, que tanto misterio le dan los mayores.
Aceleró el ritmo circular del clítoris, y su presión; se lo apretaba con fuerza y ansiedad, como si llamara insistentemente a un timbre para que le abrieran inmediatamente la puerta; esa puerta era la virginidad, y el umbral la vagina.
• ¡Mmmmmmmmmm…cariño creo que me viene…! – le hablaba en su calenturienta imaginación a Jürgen.
• ¡Me voy a meter dos dedos…mmmmmm…no…tres…!
Notó que le cabían bien los tres dedos, y que tenía más profundidad para explorar.
• ¡Me caben bien los tres, voy a seguir hasta el fondo…mmmmmmmmmm!
• ¡Mmmmmmmmm…estoy presionando el fondo…que gustoooo…!
Creía que el clítoris lo iba a romper, lo iba a sacar de su sitio; los tres dedos eran una máquina de taladrar, abrió las piernas mucho más que cuando montaba a caballo, se veía todo su pubis en su esplendor.
• ¡Mmmmmmmmm…mmmmmmmmmmm…mmmmmmmmmmm…mi amor me voy…!
• ¡Ahhhhhh…he pasado una zona especial…que placerrr……!
• ¡Mmmmmmmmmmm…me corroooooo…me corrooooo…! – córrete tú en mi cara amor.
Jürgen se puso de rodillas delante de su cara – se imaginó Stephanie.
• ¡Yaaaa…me voy amor mío…me voy…córrete ya en mi cara, en mi boca…!
La espesa leche del montuno le inundó la boca y la cara, ella se relamía pensando que era verdad; con la mano del clítoris se cogía la leche de la cara y se la llevaba a la boca. Los tres dedos los dejó hincados dentro de la vagina, moviéndoles las puntas ligeramente en su interior.
• ¡Mmmmmmmm…mmmmmmmm…mmmmmmmmmm…! – no dejaba de decirlo, perdiendo la noción del volumen de su voz.
• ¡Ya no soy virgen…lo sééé…mmmmmmmmm…lo noto…! ¡Y gracias a ti, mi amor!
En ese momento pasó el director Espiritual por el pasillo, y percatándose de los gemidos, abrió con suavidad la puerta, y se quedó inmóvil ante la escena.
Su instinto humano y no divino, rápidamente le llevó una mano a cogerse la bragueta, y la otra a sujetar firmemente la puerta.
Ve con lascivia como ella se está corriendo, cómo le salen los jugos vaginales y resbalan por sus ingles y glúteos, camino de las sábanas.
Se le salen los ojos viendo como ella se saca los dedos del coño, los lame y los chupa hasta dejarlos secos.
Él se imagina chupar esos dedos y esas perlas mojadas; se aprieta la polla sintiendo que le va a estallar.
Stephanie se levanta; él cierra la puerta y se esconde en un rincón del pasillo; la ve salir con su albornoz y toalla camino de las duchas; y aprovecha para meterse en la habitación, y de rodillas ante la cama se pone a lamer los jugos vaginales de ella que hay en las sábanas.
En esos momentos llega Bianca y le pilla:
- ¡No se preocupe padre no voy a decir nada! – le espeta sobre la marcha, la futura abadesa de la Pornocracia del internado.
- ¡Veo que usted tiene un flechazo sacramental por mi amiga!
- ¡Yo…verás…es que…! – balbucea el director Espiritual.
- ¡Siempre hay un “es que” … siempre…! ¡Déjese de explicaciones ridículas, y vamos al grano!
- ¡El domingo después de la misa mayor, pasaré por su despacho a recoger 1.000 euros de la suculenta recolecta de todos los domingos!
- ¡Lleva otra vez manchada la bragueta Sr. Josef! – éste se cogió la bragueta y notó que se había corrido sin enterarse, debió ser mientras lamía las sábanas – pensó.
- ¡Ha sido un rentable placer verle padre! – le dijo mientras le abría la puerta con una reverencia.