Ingravidez con Dom Pérignon
Adentrándose profundamente en los universos del sexo es fácil llegar a estar perdido. Eso es lo que pensaba Pablo mirando a aquellas parejas en la piscina de cristal.Una excelente vista de cuerpos de infarto, entremezclados en un intenso intercambio amoroso, observados por un público glamuroso y eufórico al ritmo de los mejores DJs de Saint-Tropez, entre brindis de Dom Pérignon o tragos de vodka en botellas con diamantes incrustados.
Desde los tiempos de Brigitte Bardot, en aquel hotel de gran lujo las fiestas privadas siguen siendo habituales y todo sigue preparado para que los efectos visuales y sensoriales sigan siendo del más alto nivel de exigencia de sus muy sofisticados clientes. Millennial-millonarios capaces de todo, con el principal objetivo de llamar la atención, cueste lo que cueste.
Pero unos quiero-y-no-puedo comparados con los galácticos de Forbes, donde las nuevas reinas digitales como Kylie Jenner comparten los gustos sexuales aún más sofisticados de los más ricos del planeta.
Aparentemente poco ha cambiado en esos ambientes desde los años 60, cuando la sociedad “Jet Set” disfrutaba de “La Dolce Vita” viajando a playas paradisiacas en sus aviones y yates privados, donde hasta los comandantes y capitanes de barcos follaban con la tripulación. En aquellas fiestas ya se incorporó el último hit de las coronas del sexo: los primeros vibradores de la historia, Hitachi Magic Wand. Aquel milagro de la ingeniería que por simple casualidad y no diseñado para ese propósito consiguió que las mujeres se retorcieran de gusto sintiendo algo diferente en sus delicados clítoris. Hoy por hoy todavía el juguete preferido en muchas alcobas, en nuevas variantes y a un precio mucho más asequible.
Pablo viajó por muchos universos del sexo, en un largo recorrido y con una vida muy agitada. Lo que se podría denominar un gran inversor especializado en los mercados del sexo y del despilfarro.
Parece que han pasado siglos desde que aquella compañera de colegio empujaba a Pablo al WC de chicas para hacerle bocados en el cuello, con la falda levantada, mientras apretaba sus braguitas de “Betty Boop” contra su pene erecto, o desde aquel viaje de graduación en el que cuatro chicas del instituto se colaron en su habitación de hotel y pasaron toda la noche de fiesta de la espuma con camisetas mojadas al ritmo de los Sex Pistols. Eran juegos con gaseosa en comparación con lo que después verían sus ojos.
Los pasos más peligrosos empezaron con las hoy tan en boca “amistades tóxicas”. Los chalets a pie de playa reservados para el grupo de amig@s, con infinidad de formatos (pastillas, polvos, tripis y papel de plata) para ver en 8K los más bonitos caleidoscopios de colores del acid trance mix, zambulléndose desnudos en la oscuridad del mar, todos en grupo, como una manada de elefantes marinos.
En aquellos días el sexo se mezclaba con el riesgo extremo. Sin orden ni control. Acercándose peligrosamente a ese patrón de animales irracionales de acosar en grupo a sus hembras. Pablo por suerte nunca llegó a esos extremos y saltó varias veces del Formula 1 de sus amigos cuando les veía lanzándose hacia tales precipicios paranoicos.
En rutas de aguas casi tan embravecidas, Pablo se adentró en los mundos VIP liberal con una grandiosa diva del sexo grupal, su insaciable compañera Hadiya.
Sus primeras visitas fueron a casinos con croupiers vestidas como Queens del PlayBoy, buffet de canapés de House & Prunier dispuestos sobre los cuerpos desnudos de chicas preciosas, como si el aroma del sexo de una mujer fuera equivalente al del roble de barricas en un buen whisky o a la bellota en la dieta de un buen cerdo ibérico, todo seleccionado cuidadosamente para animar a sus distinguidos clientes. Como no, también a su insaciable compañera Hadiya, acostumbrada desde niña a los sabores del caviar de Beluga iraní y muchos otros manjares.
Ambos sabían bien que detrás de los escenarios de aquellos casinos se escondían mundos de lujuria sólo al acceso de unos pocos. Los cuerpos más esculturales, las excentricidades más soberbias. Todo de ficción, irreal pero tangible, nada de películas de Hollywood, allí delante al gusto del consumidor.
En su primera incursión como pareja, en aquel simulacro de carnaval veneciano la rimbombancia duró poco, porque aquellas señoras y señores tenían bien poco de nobleza italiana, y se comportaban como la plebe de Roma, con la diferencia de fundir miles de Liras en una noche como si fueran lingotes de oro.
"Todos para una y una para todos", en efecto Hadiya, como si en lugar de una fuera Tres Mosqueteras, allí para servir al reino de laicos: el bukakke empezó glorioso dejando ella sola solita todas las gaitas desafinadas y a falta de música pasó al canto de ópera, con un supremo gangbang de ladies entrecortando gritos celestiales. A Hadiya le falto por tirarse a los camareros y camareras, por respeto a su trabajo, recogiendo los restos de fiesta de aquel despelote descomunal. Pablo quedo una vez más admirado por la solvencia sexual de Hadiya, pero preocupado sobre cómo manejar en el futuro su relación con semejante dama. “La Oda a la Alegría” con Hadiya tampoco duro mucho, por prioridades de salud mental, de su hígado y de sus fosas nasales.
Pero para los muy ricos de verdad, Hollywood está muerto y Silicon Valley es aún un bebé.
Los mundos del sexo en realidad 5G, con cuerpos photo-cirujados perfectos e infidelidades virtuales ya casi hoy son commodities, como sucedió hace años con el Hitachi o recientemente con el Womanizer y Lelos, ya al acceso de muchos.
Para la sociedad del Forbes, los nuevos formatos van dirigidos a experiencias mucho más exclusivas y no es de extrañar que en pocos meses veamos escenas de sexo durante los viajes de turismo espacial, acompañados por los comandantes de las naves SpaceShipOne o del Virgin Galactic, lejos de la mundanal corteza terrestre. Algunos ya practican sexo grupal en túneles aerodinámicos en pura ingravidez, posiblemente incluso ya brindando con copas de Dom Pérignon.