Encuentro en el probador

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Encuentro en el probador
Suena el chat y recibo un mensaje de Luis Alberto, quiere que lo acompañe a comprar ropa. Valga decir que en cosas mundanas como el gusto y la apariencia no es muy experto, así que necesita el consejo de alguien que lo vea con un ojo un poco más crítico y a la moda.

Luis Alberto es un buen amigo, de los que apenas conoces, haces un click y parecen que las mentes se conectan, podemos hablar de todo un poco y tenemos muchas cosas en común. Hace un par de años intentamos ser más que amigos y aunque salimos unas cuantas veces, lo nuestro no era para una relación formal de pareja, aunque sí congeniábamos en más de un sentido.

Luego de ese experimento fallido, la cosa quedó ahí y ahora nos dedicamos a salir y disfrutar de nuestra mutua compañía: cine, comida, mucha conversación, un par de cocteles y luego cada quien a su casa y a su cama.

Aunque la chispa que prendió una vez entre nosotros, sigue ahí latente, solo necesita un pequeño empujón para encenderse de nuevo. Y eso lo comprobé ese día.

Pasó por mí puntual y nos encaminamos al mall. Él es bastante práctico, así que fuimos a la tienda de caballeros donde ya ha comprado antes ropa, no es como nosotras las mujeres que nos gusta recorrer, comparar y probarnos infinidad de atuendos hasta dar con el correcto y el que nos encanta, una de tantas diferencias entre hombres y mujeres, por más que digan que todos somos iguales.

Dentro de la tienda un vendedor muy amable y debo decir, muy atractivo, nos recibió. No pude evitar notar la mirada de arriba abajo que me lanzó. Inmediatamente me hice cargo:

-Hola, mira, necesitamos de cuatro a seis camisas, cuatro pantalones, unas tres corbatas y un saco.

Dije, con mi sonrisa más amplia acercándome a Luis Alberto y poniendo mi mano en su hombro. Como no va mucho de compras, esta era la ocasión ideal para actualizar su guardarropa.

Al encargado se le amplió la sonrisa, ya que ganan por comisión y no era una tienda de las baratas. La amabilidad se le puso a tope, de una mirada clínica lo analizó y dedujo la talla tanto de pantalones como de camisas y empezó a mostrarnos todo lo que tenía la tienda.
Yo iba descartando y separando lo que más me gustaba para poder entrar al probador. Una de las cosas que menos me gusta de ir de compras es tener que quitarme la ropa, probarme algo y luego vestirme para seguir buscando porque no me gustó lo que escogí o no era de mi talla, por lo que prefiero llevar al probador la mayor cantidad de prendas y en diferentes tallas. Y lo mismo hice en ese momento.

Cargada con un montón de prendas, nos encaminamos a los probadores que consistían en dos cabinas con puerta y seguro en la parte de atrás de la tienda, que en esos momentos estaba prácticamente vacía. Luis Alberto entró a la cabina y yo me quedé apoyada del lado de afuera de la puerta, esperando a que me mostrara cada prenda y dando el visto bueno o no, dependiendo de qué tan bien le quedara algo. Así pasamos algún rato y ya habíamos escogido algunas cosas. Cuando empezamos una discusión por una camisa roja que a mi parecer le quedaba espectacular, pero él insistía en que no era su estilo y que era muy llamativa.

- ¿Estás segura? ¿No crees que es demasiado?

Lo miré a los ojos y poco a poco recorrí con la mirada su cuerpo, ese cuerpo que recordaba muy bien a pesar del tiempo transcurrido. Esa camisa parecía hecha especialmente para él, se adaptaba a cada músculo definido de su pecho con elegancia y garbo y el color resaltaba el bronceado de su tez. Se la había acomodado debajo de unos pantalones grises que se tensaban en sus caderas y su trasero y dejaban entrever lo que había debajo. Y no pude evitarlo. Algo dentro de mí se encendió en el estómago y corrió fuerte y directo entre las piernas. Y la racionalidad voló de mi cabeza.

Di un paso al frente y me quedé tan solo a centímetros de él. Con las plataformas que me añadían diez centímetros de altura, nuestros ojos se encontraron. Lentamente cerré la puerta del probador detrás de mí y puse el seguro. Él me miraba con una interrogante. Subí mi mano hasta tocar su pecho donde latía su corazón y pude sentirlo agitado como el mío. Mi otra mano fue a su hombro rozándolo. Me acerqué más y pegué mis labios a su oído. Mis senos se apretaron a su pecho como si tuvieran vida propia.

- Esa camisa te queda tan bien que en lo único que puedo pensar es en quitártela.

Escuché su gemido al mismo tiempo que sentí cómo reaccionaba su miembro a ese ligero roce.

Sus manos volaron a mi cintura queriendo detenerme. Luis Alberto es de los que no les gustan las demostraciones de afecto en público y podía sentir su lucha interior entre agarrarme y apretarme a él o alejarme, ya que estábamos en un lugar donde nos podían sorprender.

Por un segundo pensé que la razón había ganado, me alejó un poco y entonces sentí sus manos apretar fuerte mi cintura y de un tirón me pegó a sus caderas para que sintiera lo que le estaba provocando. Su cara se hundió en mi cuello y lo sentí inspirar fuerte mi olor, mis senos quedaron aplastados contra su pecho, una de sus manos subió por mi espalda mientras la otra me agarraba del trasero para pegarme más a él.

Me mordí los labios para ahogar el gemido inesperado que quiso brotar de mí al sentirlo duro.

Su boca se separó de mi cuello y tomó mis labios hambriento, me besó rudo y fuerte y su lengua tomó posesión dentro de mi boca, buscando, moviéndose, explorando un lugar que le parecía familiar y al que no había ido hace mucho tiempo. Me derretí, las piernas me fallaron, me agarré a sus hombros para no caer.

La mano que estaba en mi espalda tomó uno de mis senos y lo apretó sobre el sostén, mientras la otra no dejaba de apretarme el trasero contra él. De un movimiento me apoyó contra la pared. Me sacó la camisa sin mangas que tenía puesta por sobre la cabeza y se tomó su tiempo observando mis senos llenos que querían rebosar el sostén, hasta que con un movimiento clavó su cabeza entre ellos besando, mordiendo, chupando donde podía, luchando con el broche en mi espalda para liberarlos. Cuando al fin quedaron libres, suspiró de triunfo y los tomó en sus manos que apenas alcanzaban a cubrirlos, me miró a los ojos.

- No sabes cómo las he extrañado.

Apretó mis pezones entre sus dedos y no pude reprimir un gemido fuerte que ahogó con su boca. Mis manos tenían vida propia, iban a su espalda, a su pecho, abriendo los botones de esa camisa, queriendo sentirlo más cerca, su piel contra la mía.

- Shhh, no hagas bulla.

Me dijo cerca de la boca, mientras bajaba por el cuello hasta tomar uno de los pezones entre sus labios y empezar a succionarlo. Sus manos luchaban con el botón y el cierre de mis jeans hasta que consiguió abrirlos. Su boca dejó mis senos para hacer un camino de fuego por mi estómago. De un tirón me bajó los jeans hasta las rodillas. Se arrodilló frente a mí y hundió su cara en las bragas que estaban empapadas. Me empezó a comer por encima de las bragas y mi cuerpo se estremecía queriendo más y él lo sabía.

- Por favor…
- Shhhh, o dejo de hacer esto.
- No, por favor no pares.
- Mírame.

Lo miré a los ojos, mis manos enredadas en su cabello un poco largo, suavemente me bajó las bragas a la altura del pantalón, sus manos volvieron a subir recorriendo mis muslos, una fue al trasero ahora desnudo y lo apretó, la otra por el interior del muslo.

- Eres deliciosa. Este sabor nunca lo he olvidado.

Se chupó el dedo de en medio y me lo introdujo hasta el fondo. Casi me corro en ese instante. Luego lo sacó y en su lugar metió dos dedos, empezó a moverlos dentro y fuera, fuerte, rápido, mientras me chupaba el clítoris. Me mordía los labios para no gritar.

Se levantó mientras me sostenía para que no me cayera y me besó profundamente, mi sabor en su boca me excitó aún más y ahora lo quería a él. Fue mi turno de luchar con ese pantalón y liberarlo. Me puse en cuclillas y me excité aún más al ver cómo esa enorme erección saltaba de los boxers con vida propia. Sin más preámbulos me lo metí en la boca, lo quería entero, gemía bajito mientras lo chupaba sin dejar de acariciarlo y sentía cómo mi vagina goteaba y me empapaba las piernas. Ahora fue el turno de él de morderse los labios para no gemir fuerte.

- Dios, sí así es cómo te recuerdo. Me vas a hacer venir. Levántate que no aguanto.

Me levanté y nos besamos otra vez, me puso de espaldas, mi cara frente al espejo del probador.

- Sí, agáchate un poco.

Me decía mientras nuestros ojos se encontraban en el espejo.

Sus manos tomaron mi trasero apretándolo, mientras sentía su erección empujando contra la vagina. Dios, cómo lo quería ya.

Se tomó un tiempo haciendo círculos con la cabeza de su miembro en mi entrada y tocándome el clítoris con esa punta y yo me volvía loca. Se quedó muy quieto por un momento y luego de un solo movimiento me penetró hasta el fondo, no pude evitar un gemido profundo.

Me sonreía en el espejo, sabía lo que me estaba haciendo.

Se quedó unos segundos dentro de mí, en el espejo mis ojos suplicaban, por Dios muévete, hasta que me complació.

Me embistió con ganas, estábamos tan a punto que el orgasmo no tardó en llegar, me recorrió con espasmos deliciosos que los sentí en todo el cuerpo, las piernas me temblaban y hacía lo posible para no gemir. Por un momento no supe dónde estaba, abrí los ojos y vi su cara en el reflejo del espejo teniendo su propio orgasmo.

Poco a poco los estremecimientos cesaron, me levantó y me abrazó, su miembro aún dentro de mí, sus manos apretando mis senos y mi cintura mientras me besaba, primero el cuello y luego nuestros labios se juntaron. Me dijo:

- ¿Crees que el vendedor se haya dado cuenta?

Me reí. Suspirando me separé de él y lo besé suave en los labios.

- Por supuesto que debió haberse dado cuenta.

Me subí las bragas y el pantalón, me ayudó a abrocharme el sostén y se cambió. Recogimos la ropa que íbamos a comprar y salimos.

El vendedor estaba en el mostrador, apenas nos vio, no pudo evitar una sonrisa de complicidad, mientras me volvía a regalar una mirada de arriba abajo como diciendo: Me encantaría tenerte también.

Luis Alberto se puso serio y puso toda la ropa en el mostrador mientras el vendedor sacaba la cuenta, cuando le llegó el turno de marcar la camisa roja que estaba sudada, hizo una pausa como queriendo preguntar algo, a lo que Luis Alberto solo lo miró y dijo:

- La camisa roja, definitivamente sí la llevamos.

El vendedor asintió, Luis Alberto pagó la cuenta. Cuando nos entregó los paquetes, yo agarré una de las fundas, el vendedor se demoró unos segundos más de la cuenta en entregármela y su mano rozó la mía, nos miramos y me sonrió y agachó la mirada hacia nuestras manos que sostenían la funda, vi que de su mano salía un papel. Lo tomé disimuladamente.

- Vuelve cuando quieras.

Le sonreí de vuelta y dije.

- Tal vez lo haga.

Al salir de la tienda vi el papel en el que había anotado su nombre y teléfono y un mensaje diciendo:

- Acompáñame a comprar ropa.
Guau, que calor
Me han entrado ganas de ir a comprar ropa y todo al leerlo
*******6969 Hombre
16 Publicación
Muy excitante!!! Me ha gustado mucho *zwinker*
****69 Hombre
178 Publicación
Deliciosa publicacion.!!!
****an2 Hombre
71 Publicación
Por favor. Dinos algo del encuentro con el vendedor. Jajjaja

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