IRISHMAN
Bajó la mirada tímidamente, el deseo ardía en su interior al tenerlo cerca, pero una vez más tuvo que derribar el muro que el pudor levantaba a modo de defensa. Con el propósito de seducirla y sabedor de ello, con dulzura le besó el cuello justo en ese punto exacto donde se unía con la clavícula, ella se estremeció y él prosiguió sin prisas pero sin pausas provocando esa cascada de sensaciones que recorrió todo su cuerpo.La rodeó con sus brazos al tiempo que la dirigía a la habitación, una cama enorme presidía la estancia, la pálida piel de ella contrastaba con las oscuras sábanas, la tumbó con ligereza boca abajo y empezó a recorrer su espalda, primero con la yema de los dedos, luego con algún que otro beso furtivo mientras ella iba arqueándose con sensualidad al inicio y con premura al ir aumentando su excitación.
Sabía bien lo que hacía, le conocía cada centímetro de su piel y aún así no dejaba de sorprenderlo y eso era lo que más lo excitaba, experimentar y descubrir cuál sería su zona más erógena ese día para poder recrearse en ella y acompañarse mutuamente en el maravilloso viaje de los sentidos.
Las respiraciones se acompasaron al unísono del deseo de ambos, se devoraron con la mirada y se taparon con besos y mordiscos cada poro de la piel, y en el vaivén de ese baile de cuerpos se entregaron el uno al otro, iniciando un viaje sin retorno para satisfacer el deseo más carnal. Se exigían con cada movimiento, se median las fuerzas con cada embiste como si de una lucha se tratara, una lucha en la que no había perdedores, y en la que se sentían como principiantes, se habían tocado mil veces y aún así la excitación era tal que llegaban al orgasmo frenéticos y exhaustos.
Sudorosa, dio un respingo y despertó sola en la penumbra de su habitación, mientras recordaba con anhelo que aún faltaban días para que él regresara a ella, abrió el cajón, cogió su dildo y decidió poner fin al ardor que le había provocado soñar con él.