Sesiones de “Tuppersex” con cocktails
Como médico de urgencias el sexo en grupo debía ser una evasión necesaria para Raquel. Distraer su mente con personas que disfrutan del placer, en lugar de verlas sufrir, seguro le ayudaba a mantener su propia salud mental. Su naturaleza era muy promiscua, atraída por todas las variantes y formas, casi sin límites. Durante las largas noches de guardias en el hospital sus encuentros con compañeros médicos y personal de enfermería eran muy frecuentes y variados. Los rumores eran también frecuentes, pero no sentía pudor alguno por sus actos, ni se molestaba en desdecir con quien ni cuándo había tenido sus encuentros. Solía decir: “A quién le importa”. Frasecita tomada nada menos que de la diosa Alaska, bien conocida por su actitud trasgresora, libertina y liberal ante el sexo.
Por aquel entonces, entre los juegos favoritos con mi nueva pareja usaba bolas chinas de madera impregnada en aceites esenciales y esencias naturales que insertaba en su vagina para incrementar o dar toques especiales de placer durante la penetración. Aquella parte de mis intimidades llego a los oídos de Raquel, como parte de las confidencias que se intercambiaban entre ellas. No sabía que antes de conocer a mi pareja ellas ya habían participado en sesiones de sexo grupal, con quedadas a ciegas en hoteles. Ni siquiera que las dos eran bisexuales, aunque me sorprendió lo bien que se conocían.
Aquel tema de bolas, aceites y otros asuntos diversos le causó curiosidad y me tildó de “morboso”. Mi pareja empezó a traer a su amiga a mi apartamento. Bueno, no tuve que dar muchas explicaciones porque con tanto descaro ya en la primera visita se pusieron a sacar todo mi ajuar, enseres y la colección de juguetes. Aquello parecía una sesión de ”Tuppersex”. Lo que empezó por un masajito en la espalda, siguió con los tres en la cama. Mi conexión con Raquel fue inmediata. Desde el primer beso-bocado sentí algo especial, muy especial. Lo calificaría como diploma de experta, vamos para medalla de oro si hubiera Olimpiadas de sexo.
El pudor se perdió en el primer segundo, quedando los tres totalmente desnudos boca arriba sobre la cama. En el segundo 2 aparece el “man” saltándose el “gentleman”, como flecha en un arco a punto de saltar hacia la diana. Taquicárdico, nervioso, inseguro, con un calor y un rubor incontrolable, con venas, cara y todo el cuerpo inflamado, como el Hulk de Marvel Comics. Y con esa estupidez típica de hombre de sentirse el machote (en el fondo acongojado de dar gatillazo).
En el segundo 3 fui provocado por una conversación de mis compañeras que empezaron a hacer bromas sobre mí (“vamos machote, pobrecito” y comentarios como “muchos hombres quisieran estar aquí”). Aquella terapia funcionó bien. No tenía que demostrar nada.
En el segundo 4 tome una posición de partida cómoda, tomé a Raquel por sus pies desnudos y empecé a jugar con la lengua entre sus dedos, llegando a introducirme en la boca todos sus dedos por completo. Aquel chupeteo intenso dio una primera respuesta, entre sus labios mayores salía un hilo de brillo que paso a ser un chorreo de flujo desde su pubis. Esa era la chispa sobre la mecha que encendió la pólvora.
Segundos después estábamos liados uno con otro. Mi pareja se sentó sobre su cara y el chapoteo de saliva empezó a llenar de música ambiente el dormitorio. Yo hice uso de mis artilugios, expuesta como estaba a mis caprichos y a la espera de algo fuerte. No era el tipo de mujer que se queda a gusto con besitos dulces.
Tomé mis dos sets de bolas chinas, el de aceites esenciales y extractos vegetales. Aquellos dos preparados varias veces ensayados hicieron su efecto. Las primeras bolas en la vagina activaron la vasodilatación y sensibilizaron los nervios en las paredes para después recibir mi miembro.
Una vez dentro, cualquier movimiento pone las bolas en funcionamiento, creando ondas de placer. Al penetrar, el miembro se acomoda y busca su camino entre las bolas, culminado la plenitud. Los movimientos hacen su trabajo, y los aceites y las esencias el suyo. A quién no le gusta un buen cocktail? Eso sí, el topping del cocktail se pone al final, pues lo grandioso de este delicatessen es cuando el orgasmo llega.
Con cada espasmo se saca lentamente una bolita fuera, multiplicando las ondas (como el teléfono celular con la máxima cobertura de conexión). Para rematarla, una vez el racimo de bolas ha salido por completo de la vagina, se procede a derramar el último ingrediente, una soberana corrida para endulzar, mordiendo las guindas de sus pezones.
Como seguimos siendo amigos, incluso mejores amigos, en otra sesión Raquel pidió pasar al nivel avanzado. No era de extrañar que se conformaría con una demostración de tuppersex sin más.
Puesto que la primera aproximación fue exitosa, ensayamos con dos tiras de bolas, cambiando la combinación de esencias para acentuar el placer esta vez también en su ano. Completamos el doblete también con éxito y como era lógico quiso saber cuál había sido la receta de los dos cocktails.
No es que se trate de querer aparentar ser el MaterChef del sexo vicioso, pero “lo que se hace en Roma, se queda en Roma.”
Dedicado a una gran mujer que no tiene límites, sin llegar a ser la veterana Kelly Stafford