Tren a La Mancha
Hacía tiempo que leíamos y compartíamos nuestros relatos en este foro. Los comentábamos, recordando aquellos que son reales e imaginándonos en aquellas situaciones en las que nos gustaría imaginarnos.Llegó el día señalado más en rojo que nunca en el calendario. Sería un viaje exprés que salvaría en menos de tres horas el medio millar de kilómetros que separaban nuestras ardientes almas. A penas unas horas de estar juntos en una improvisada planificación.
Sólo sabíamos el hotel. Una vez allí, los nervios que me atenazaban deberían desaparecer solo con verte.
El viaje a pesar de ser en Alta Velocidad, me pareció largo como si fuera el Transiberiano. Solo podía rememorar todo lo hablado e imaginar nuevas fantasías que hubiésemos hecho realidad en ese tren.
No había tiempo que perder y por suerte el hotel estaba junto a la estación. ¿Estarías allí ya? ¿Esperando en el vestíbulo como acordamos? ¿Te habrías arrepentido?. En ese momento me arrepentí de haber acordado no hablar durante el viaje para que la sensación de encuentro casual fuese mayor.
Desierto. En el vestíbulo desangelado no había más que dos recepcionistas en el mostrador. "Tiempo Ale, seguro que llega". Me registré, me dieron habitación. Fui a la cafetería a hacer tiempo, quizá cada vez con menos esperanza. Pedí una cerveza (quizá así templario los nervios y a la vez ahogase las penas). Al segundo sorbo una voz tras de mí me preguntaba "¿estas solo? ¿Puedo sentarme contigo?"
Mil pensamientos se agolpaban en mi cabeza mientras el corazón se me aceleraba. Levanté mi cabeza. Tú. Una década mayor que yo, pero con una mirada y sonrisa de colegiala. Una vitalidad que me hacía sentir anciano.
"Claro, siéntate". Tomaste un vino blanco mientras terminaba la cerveza. Charlamos de cosas triviales como si acabásemos de conocernos. Apurarste la copa de un último trago largo y preguntaste "¿te quedas en este hotel?" A lo que contesté "sólo unas horas, 214".
Te levantaste y sin decir nada, tomaste mi mano invitándome a seguirte. Fuimos al ascensor. Quería devorarte en el momento en que las puertas se cerrasen, y caí sobre tus labios como un ave rapaz. Mis manos se agitaban por tu cuerpo intentando abarcar todo lo posible en el breve trayecto a la segunda planta. Sin despegarnos ni un milímetro cruzamos el pasillo hasta la habitación, saqué la tarjeta y entramos. Desatamos nuestra lujuria de tal manera que ni siquiera recuerdo cómo era aquel cuarto.
Mientras recorría tu cuello, abría tu blusa; mientras abría tu blusa, quitaba mi cinturón. Una gemido en cada botón y un suspiro por cremallera. En cuestión de segundos estaba desnudo, y yo, tan solo te dejé con las medias y los tacones. Sé donde parar. Te acompañe a la cama y te tumbé con delicadeza. Comencé a recorrer tu cuerpo, agarrando tus muñecas mientras bajaba por tu cuello. Me encanta sentir tu cuerpo retorcerse de placer bajo el mio. Subo a tus oídos para susurrarte "espera un momento".
Rebusqué unos segundos en el maletín hasta encontrar el antifaz. Te lo puse. Tenía ganas de jugar un poco y solo quería que me escuchases manipular. Encendí una vela de masaje y rebusqué entre las ropas para encontrar ataduras. Oía tu respiración acelerarse. No quería que esperases más.
Entre tus piernas me coloqué y volví a iniciar el recorrido con mis labios y mi lengua. Desde tus labios, tu cuello, tus hermosos pechos, tu vientre... me detuve a besar el interior de tus muslos. Arrodillado ante ti, levanté tus piernas a mis hombros y comencé, primero a quitarte los tacones, después a retirarte las medias con mimo. Volví a ponerte los zapatos, acariciando tus tobillos e invertí el camino como mis labios, muslos, vientre, pechos, cuello y labios.
Sujeté tus manos sobre tu cabeza y con una de tus medias las até al cabecero de la cama. No opusiste resistencia. Rozando mi piel con tu piel bajé hasta tus tobillos. Para alcanzar a atarlos a los pies de la cama iba a necesitar algo más. El primero, con la otra media. El otro con maña y el cinturón. Todo listo, entregada a mi.
Me alejé, tomé la vela y te la acerqué. La apagué para que templase y volqué el aceite caliente sobre tus pecho, dejando que resbalase hacia los lados. Un poco más abajo y seguí vertiendo sobre tu vientre y tus muslos.
Me incliné hacia tu lubricados cuerpo y comencé a rozar mi cuerpo contra el tuyo, masaje cuerpo a cuerpo. Después me interné entre tus muslos para poder comerte el coño. Aún recuerdo su calor y sabor. No necesité mucho para que se abriera, pues estaba húmedo y palpitante. Pasé la lengua entre los labios y la metí dentro todo lo que pude. Después comencé a chupar tu clítoris mientras mis dedos, primero uno y después dos, entraban y salían provocando tus gemidos de placer.
Entre los espasmos que te provocaban los orgasmos saqué la cabeza de entre tus muslos. Me puse de pie sobre ti, y me arrodillé. Mi pene erecto desde el ascensor, lo coloqué entre tus pechos, masajeándolos y acariciándolos. Subí un poco más. Con mi pulgar izquierdo acaricié tus carnosos labios, invitándote a abrir la boca. Sacaste la lengua, sabías lo que pasaría. Primero te puse los testículos. Los lamiste, los mordiste. No pude evitar gemir de placer. Entonces comenzaste a lamer mi polla desde la base, todo el tronco. Sensación indescriptible hasta el glande. A pesar de todo era yo quien se sentía dominado ahora. Sabías que habías dado la vuelta a la situación.
En ese momento decidí quitar tu antifaz. Tu mirada de fuego me quemó más que a ti la vela. Necesitaba volver a sentir tu cuerpo bajo el mío, así que volví a deslizarme entre tus muslos, pero esta vez ya no pude evitarlo. Posé mi polla sobre tu coño, y no hizo falta más, entró solo. El calor, la humedad, casi me corro en ese momento. Sobre ti, roce cuerpo a cuerpo, comenzaron mis embestidas. No podía frenar. Sentía los testiculos chocar contra tu culo, provocando ese leve dolor que te provoca más placer si cabe. No podía ya ir más rápido ni más fuerte. Sólo nuestros corazones y respiraciones podían ir más rápido que mis golpes de cadera. Hasta que lo viste en mi cara, sabías que iba a reventar. "Córrete encima de mi". No podía más, la saqué, chorreando en tus fluidos. Solo necesité un par de movimientos. La primera gota cayó sobre tu vientre; el segundo golpe sobre tu mejilla y tu cuello y el siguiente en tu pecho. Tu cara era de satisfacción. La mia supongo que de agotamiento. Te desaté las manos, masajeé tus brazos. Desaté tus tobillos y los besé acariciando tus gemelos. Me tumbé a tu lado unos minutos mientras nos acariciamos, hablando sólo con los ojos. Nos fuimos juntos a la ducha y seguimos.
Fueron tres intensas horas de corazones acelerados y agitadas respiraciones.
Al acercarse la hora de mi marcha, nos vestimos y salimos del hotel. En la puerta, mientras nos despedíamos, sólo podía pensar en lo largo que se me haría ahora el viaje de vuelta. Cuando me incliné a besarte la cara me dijiste "nos veremos antes de lo que piensas". Sorprendido mientras separaba mis labios de ti, podía ver asomar, no por casualidad, una especie de resguardo en el que se leía "Renfe"